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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lejos del mundo

Esta muestra nos descubre la personalidad apasionante de una figura singular la del pintor venezolano Armando Reverón (1889-1954), sin duda uno de los nombres mayores que la plástica latinoamericana ha dado en este siglo. Y sin embargo, aún escasamente conocido fuera de su país, y ello a consecuencia de la propia extrañeza que marca tanto a su biografía como a la misma evolución de su obra. Reverón es lo que cabe definir como un raro, uno de esos artistas que se alejan de los parámetros sobre los que se suele definir el debate artísico de su tiempo y contexto, pero que a la postre nos legan una obra que nos deslumbra por su intensidad y su mismo carácter inclasificable. Con todo, en Reverón se realizan dos anhelos míticos fundamentales de la condición artística de la modernidad, la de esa voluntad de autoexilio, tanto exterior como interior, de ruptura con las ataduras del entorno, y la búsqueda de una expresión propia, de un más allá en el lenguaje, que supere el mismo horizonte de convenciones del que nace.Sin embargo, si pensamos en el Reverón de la primera mitad de los veinte, nada permite aventurar, más bien al contrario, lo que ese potencial va a abrir en su pintura. Ha cumplido ya con el obligado periplo europeo: Madrid, primero; más tarde, París. Los derroteros que toma entonces su trabajo, marcado por el simbolismo y el impresionismo tardíos, no sugerirían en su caso sino una de tantas figuras epigonales, aunque desde luego suntuosas dentro de su anacronismo, como reflejan telas de la sugerente emoción de La cueva o gran parte del paisajismo de ese periodo inicial.

Armando Reverón

Palacio de Velázquez. Parque de El Retiro.Madrid. Hasta el 19 de abril.

Y en ese momento se produce el prodigio de la ruptura, radical y compulsiva, que da origen a esa incomparable evolución. Ruptura de carácter mental, antes que geográfica -por cuanto vive ya en ese entorno legendario de Macuto, que no abandonará ya hasta el fin de sus días- importa sobre todo en ella -y ahí, de nuevo, su modernidad- el tejido íntimo e indisoluble que forman obra y actitud.

Reverón rompe desde ese punto con todo, con su entorno próximo venezolano y con el general de su siglo, tanto con las técnicas de la sociedad industrial como con el devenir de los lenguajes artísticos de la vanguardia. Y desde ese aislamiento absoluto elabora su propio método y su propio mundo, esa suerte de trance ritual magníficamente documentado por la secuencia fotográfica de Alfredo Boultron, y ese universo objetual, inquietante y excesivo, de las muñecas, máscaras e instrumentos, que fueron poblando las cabañas de Macuto.

En la pintura, la compulsión se deriva en un proceso de radicalización de las pautas impresionistas, que son conducir hasta su límite exterior, hasta literalmente sacarlas, por así decir, de sus casillas. Nos asombra así, ya en la misma mitad de los años veinte, el deslumbrante despojamiento de su periodo blanco, donde el paisaje se descarna en la pura luz de los gestos pictóricos, quedando las sombras en e soporte desnudo. Y desde ese límite queda fijado todo el proceso de la evolución de Reverón, esa voluntad de proyectar, desde el enfrentamiento a un espejo externo, lo esencial de su mirada interior.

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