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Reportaje:

"Gorbachov es un hombre digno"

El Papa lee el escrito sin usar las gafas, pausadamente, en silencio. En un momento determinado, Juan Pablo II alza la mirada, emocionado por las palabras de Gorbachov que revelan una sintonía espiritual iniciada en su primer encuentro con el Papa, una relación en la que "hay algo instintivo, tal vez intuitivo, algo muy particular" entre dos hombres que representan mundos tan alejados. "Es verdad", confirma Juan Pablo II. "Entre nosotros hay algo de instintivo, como si ya nos hubiéramos conocido. Y yo sé por qué: nuestro encuentro ha sido preparado por la Providencia".Fue el mismo Gorbachov, en Moscú, el que pidió a La Stampa que entregara personalmente al Papa el texto de su artículo en la copia original, "como gesto de respeto y prueba de amistad".

La conversación que mantuvimos con el Pontífice en el Vaticano en el curso de una audiencia privada, a la que también asistió Joaquín Navarro, director de la oficina de Prensa vaticana, es el testimonio público e una relación. especial entre el Papa y Gorbachov. Pero es también una ocasión extraordinaria para oír la opinión de Juan Pablo II sobre los acontecimientos que han transformado la Unión Soviética y la Europa oriental, siete meses después del golpe de Moscú, hoy que Borís Yeltsin es el nuevo líder del Krerrilin.

Intenso recuerdo

"Tengo un recuerdo muy intenso y preciso del encuentro con Mijaíl Gorbachov durante la visita que nos hizo", dice el Papa, que dice haber pensado siempre que Gorbachov "es un hombre digno". "Creo que es un hombre de principios, de gran riqueza espiritual. Un hombre carismático, que, sin ninguna duda, ha tenido una influencia decisiva en los acontecimientos del Este europeo. Él no se declara creyente, pero conmigo, me acuerdo perfectamente, habló de la gran importancia que atribuye a la oracion, a la dimensión interior del hombre. Creo firmemente que nuestro encuentro fue preparado por la Providencia".

Para Gorbachov, la historia y la geografía son las causas que han establecido las condiciones especiales para permitir que surgiera este entendimiento entre el Papa y el Kremlin. "Es verdad", apunta Juan Pablo II, "como escribe en su artículo, incluso conmigo el presidente Gorbachov ha hablado con gran simpatía y cordialidad del Papa eslavo. Me dijo que le alegraba poder encontrar aquí, en el Vaticano, a un pontífice, eslavo como él y, por tanto, capaz de entender mejor los problemas de su mundo. Yo le recordé sonriendo que sí soy eslavo, pero occidental. Él me contestó que no importaba".

Pero en las opiniones de Gorbachov sobre el Papa no hay sólo una prueba de entendimiento personal, espiritual y cultural. Por primera vez, y públicamente, desde Moscú llega al Vaticano el reconocimiento explícito de la importancia histórica de este pontificado, por la influencia directa que ha tenido en el proceso de liberación del Este. Una transformación de gran importancia, que Juan Pablo II sigue con gran atención.

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"He leído", nos dice, "la opinión de Gorbachov sobre el papel del Papa en los acontecimientos que han cambiado la Europa oriental en estos últimos años. Estoy convencido de que él piensa realmente esto, con sinceridad. El Sínodo Europeo de los Obispos quiso subrayar este papel específico del Papa, pero yo pedí que no se hiciera. Es la Iglesia la que ha contado en este proceso, no el Papa. Si algo es atribuible al Papa, ese algo es fruto de su fidelidad: fidelidad a Cristo y al hombre".

El Pontífice se muestra convencido de que Occidente tiene todavía que reflexionar con seriedad sobre la revolución democrática del Este europeo, para entender realmente las razones y las raíces: "Quizá", explica, "a alguien no le guste la opinión de Gorbachov. Aún deben ser valorados los últimos acontecimientos con profundidad, deben ser identificadas las verdaderas causas de ciertos fenómenos que se han verificado. Por ejemplo, hay quien, como [el filósofo Karl Popper, está convencido de que las dificultades económicas son el origen de la crisis de los sistemas comunistas de la Europa oriental. Es cierto que existe este aspecto, que tiene su importancia. Pero no debemos olvidar una cosa muy importante: no ha habido sólo una crisis del comunismo, ha habido una perestroika. Y perestroika, entre otras muchas cosas, significa también conversión".

Para el Papa esto tiene un significado inmediato y preciso: "Quiere decir que en la crisis y en la ruptura, en la transformación subterránea que se ha producido y que continúa, hay un elemento espiritual, un cambio interior. Por otra parte, así es como debe ser, y no puede ser de otra forma. El hombre está compuesto por dos elementos y sería errónea una interpretación exclusivamente espiritual de los acontecimientos en el Este, como sería igualmente errónea una interpretación sólo material".

La concepción del Papa es la de una transformación espiritual, que ha determinado y acompañado la gran revolución social e ideológica del Este europeo. Pero Gorbachov, en su artículo, reconoce al Pontífice una influencia concreta y decisiva en los sucesos Este-Oeste, cuando habla del "gran papel político" del Papa. ¿De qué forma, desde el punto de vista del Vaticano I la actuación de un pontificado puede ser política? "Yo no creo", afirma Juan Pablo II, "que se pueda hablar de papel político en sentido estricto, porque un Papa tiene la tarea específica de predicar el Evangelio. Pero en el Evangelio está el hombre, el respeto del hombre, y por tanto los derechos humanos, la libertad de conciencia y todo lo que concierne al hombre. Si esto tiene un valor político, entonces sí, entonces es válido también para el Papa. Pero siempre hablando del hombre, defendiendo al hombre".

Sin embargo, a Karol Wojtyla esta liberación del hombre oprimido le parecía una meta lejana, más allá del horizonte de su vida, cuando llegó a Roma desde Cracovia para el cónclave en el que sería elegido Papa. Precisamente en el momento en que el último secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) reconoce un valor casi profético a su testimonio, por primera vez Juan Pablo II revela que la transformación en el Este se ha producido más rápidamente de lo que él hubiera podido esperar. "En 1978, cuando fui elegido Papa", dice el Pontífico pensaba poder asistir a una transformación tan radical como la que ha cambiado el rostro de la Europa oriental. No lo pensaba porque era impensable. Y no sólo entonces: incluso durante aquel gran, inolvidable año 1989, el año de la revolución de terciopelo. Había indicios, esperanzas, señales de lo que sucedería más tarde".

Rechazo del golpe

Hay un día del que Juan Pablo II quiere hablar, y es el del 19 de agosto del año pasado, cuando un golpe comunista tomó como prisionero a Gorbachov, provocó el suicidio del régimen y también el principio del fin del líder soviético. "Cuando se produjo el golpe de Estado", recuerda el Papa, "yo estaba en Hungría.

La Santa Sede emitió, inmediatamente un comunicado en el que, ante la noticia oficial de una enfermedad de. Gorbachov, deseábamos que se recuperara pronto. Y al día siguiente, recuerdo la misa en la plaza de los Héroes, en Budapest. Añadí un párrafo a mi homilía en el que decía que lo que estaba sucediendo en Moscú preocupaba a todo el mundo". El Papa recuerda la plegaria de ese día, "para pedir a Dios que ahorrara nuevas tragedias a ese gran país y para invocar su ayuda para que no corrieran peligro los, esfuerzos realizados en los años anteriores para dar voz y dignidad a toda una sociedad".

Era una toma de posición explícita, a favor de Gorbachov. Un hombre que aquí, en el Vaticano, había invitado al "Papa de Roma" a realizar finalmente el viaje a Moscú. Ahora, ¿cuándo se podrá realizar ese viaje? "Se ha hablado mucho de ello", dice el Papa, "Gorbachov me invitó, y creo que él desea sinceramente que mi visita se lleve a cabo. Y no sólo él, también su sucesor. Digo esto aunque no se pueda hablar realmente de sucesor, porque Borís Yeltsin es presidente de Rusia y no de la URSS, como era Gorbachov. Hay que trabajar todavía para este viaje. No, no será en 1992. Todavía tenemos que trabajar...".

Pablo y Ezio Mauro son director y director adjunto, respectivamente, de La Stampa.

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