La boca del Sol
La estación de metro más céntrica de Madrid se empeña en vestirse de calle
Hay hombres que se mueren sin saber que son mujeres. Algo semejante ocurre con la estación de Sol. Es metro puro y duro, pero empeñado en disfrazarse de calle, con tiendas, bares, boutiques de prensa, ciegos rácanos vendiendo cupones y hasta una comisaría enterrada entre las cañerías de la calle de Carretas. También abundan lo que policías y vigilantes llaman ponerrabos: una veintena de hombres de variada condición social que aprovechan los apretujones multitudinarios para tocar culos y piernas estresadas. Son pocos, eternos y cobardes. En los últimos seis meses, sólo dos mujeres han denunciado a la policía haber sido objeto de sus abusos.
Los usuarios de Sol, los de toda la vida, son obreros, amas de casa, jóvenes preparados para un curso del Inem y guiris (extranjeros) confiados, de piernas largas, pantalones cortos y mochilas adosadas a la espalda. No es lo mismo vender un cupón en la plaza mayor de Motilla del Palancar que hacerlo en los bajos del mismísimo kilómetro cero. Ni es igual trabajar 12 horas para llegar a casa en un autobús que recorre la serranía de Huelva que hacerlo en metro.Sin embargo, la estación de Sol es deprimente por lo que oculta. Parece que las autoridades se han esforzado en quitar de sus paredes las pintadas de Ynestrillas libertad, Manolo maricón, Rata, Muelle y Fachas al paredón. Alguna queda, pero no es lo mismo.
También desesperan por lo que aflora. De los trenes sale gente sencilla que se palpa constantemente el trasero en busca de la cartera y señoras de avanzada edad y brazos increíblemente musculosos a la hora de atenazar el bolso negro al costado. Motivos tienen para ello. Por Sol pasan un millón de almas todos los meses con sus calzoncillos de algodón y bragas de nailon, sus problemas, sus ilusiones, sus derrotas y sus carteras.
A la comisaría llegan a diario las denuncias de al menos cuatro desapariciones de cartera. Los carteristas buenos, que aún quedan, nunca palpan a sus víctimas.
"Uno muy mayor", comenta un agente, "me dijo un día que él nunca necesitaba tocar los bosillos de nadie, porque la gente siempre le decía dónde tenía el dinero. El tío llegaba a un vagón y se empezaba a buscar en todos sus bolsillos como si le hubieran quitado algo. La gente instintivamente se llevaba las manos a sus carteras para cerciorarse de que seguían allí, y claro, él se iba después directo a la billetera".
No obstante, en el año 1991 sólo se han producido tres intentos de violación, lo cual resulta alentador si se compara con los 16 asesinatos que se habían producido hasta finales del verano pasado en el metro de Nueva York.
Ni prostitutas ni navajeros
Abajo no hay prostitutas ni navajeros, pero nada más salir las barandas de las bocas del metro ya están repletas de brazos de todos los colores. "La gente se apelotona allí muchas veces para ver los escotes de las chicas que suben las escaleras", argumenta un veterano policía.Los homosexuales son los únicos que oscilan entre los dos mundos. Ligan en el metro y toman copas arriba. "Más de una vez", afirma otro agente,"ha habido peleas porque un maricón le ha tocado el culo a un hombre". También hay otros que, a diferencia de los amigos que dejaron en el pueblo, se empeñan en sacar pluma. Los zapatos de colores, los pantalones anchos y ceñidos a la cintura y el pelado por atrás inconfundible. Saben lo que son y lo asumen. El resto de la estación probablemente no lo hará nunca. Regresará a casa con la sensación de que estuvieron en una jungla, sí, pero en el centro de la jungla. En el metro, sí, pero en Madrid al fin y al cabo.
El obrero andaluz o gallego que vive en Vallecas llegará a su pueblo de vacaciones con el mismo aire de superioridad que el estudiante de Madrid cuando va a las playas de Alicante.
Fuera es otra historia. El trabajador pide y el Metro despide. Readmisión de Paco Hambrona. Solidaridad Obrera. Eso en una salida, la del Carmen. En otra, la de Carretas: ¡Viva el maoísmo, abajo el revisionismo! Las dos pintadas rojas, descoloridas, perviven como testimonios cutres de la utopía subterránea. Solidaridad Obrera no ha conseguido la readmisión de Paco Hambrona, destacado militante anarquista despedido hace varios meses por la compañía Metro.
Dentro de nuevo, hay un puesto circular donde seis chicas estupendas que ganan 40.000 pesetas al mes venden riñoneras, pendientes de 100 a 2.000 pesetas, camisas, gorras y pulseras. "¿Y esto cómo le quedará a la Concha?". "Maravillosamente, señora". El puesto hace una caja de 180.000 pesetas a diario y tiene una media de 10 robos denunciados al mes. Las chicas dicen que ellos, los hombres, también compran pendientes.
Punto de encuentro
Cerca hay un bar que se llama Punto de Encuentro, donde un refresco vale 125 pesetas y el aire de un ventilador refresca los chorizos que cuelgan de la pared.Una ciega rubia asegura que no vende nada hoy, pero vende mucho. Dice que esta estación es mucho más segura que el resto, y lo es. Un anciano baja y sube constantemente las escaleras automáticas y le explica a la policía que lo hace por mover el esqueleto. Varios jóvenes se meten en un vagón con un radiocasete al máximo volumen esperando que alguien se queje para decirle "ssseñora, que vamos a nuestro rollo, no moleste por favor", y oír a la gente desairada murmurándole al del asiento de al lado que estos peluzos no tienen vergüenza y que así va todo y que no sé dónde vamos a llegar. Adonde sea, llegarán en metro.
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