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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El colchón azul

LA DECISIÓN del secretario general de la ONU de proponer al Consejo de Seguridad el envío inmediato de cascos azules a la incierta línea divisoria que separa a Serbia de Croacia es notable por más de un motivo. En primer lugar, sería la primera misión de paz enviada por Naciones Unidas a territorio continental europeo en toda la historia de la organización (existe una insular en Chipre desde 1964). En segundo lugar, se trata de la operación de paz más voluminosa -casi 14.000 soldados, un centenar de observadores militares y aproximadamente 500 policías- de las emprendidas por la ONU, con excepción de la fuerza que fue enviada a Zaire en la década de los sesenta.La misión es extremadamente costosa, unos 40.000 millones de pesetas que no dejarán de pesar gravemente en el ya ingente déficit de 100.000 millones de pesetas que padece la organización. Su repercusión sobre la cantidad global presupuestada para el mantenimiento de fuerzas de paz en el mundo en 1992, casi los dos tercios, es además enorme, sobre todo si se tienen en cuenta las otras dos grandes operaciones en marcha: El Salvador y, próximamente, Camboya. Ello aconseja discurrir algún sistema extraordinario de repartición del gasto para que la organización sufra lo menos posible las repercusiones financieras del proyecto. Podría requerirse de la CE -especialmente de Alemania, que tanto hincapié ha hecho en la necesidad urgente del envío de los cascos azules a Yugoslavia- y de Estados Unidos alguna contribución extraordinaria para el aseguramiento de la paz en una zona tan vital para los intereses de ambos.

El tercer elemento relevante de la propuesta de Butros Ghali es que procede precisamente de la denostada ONU, la organización internacional a la que, curiosamente, se presenta reiteradamente como una obra pía e ineficaz. Es notable que sea así. Porque la total incapacidad de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) para enfrentarse con rapidez y autoridad al problema yugoslavo desde su inicio puso de relieve lo superfluamente bienintencionado del dispositivo de resolución de conflictos salido de la Conferencia de Moscú y, en primera instancia, de la solemne Carta de París de noviembre de 1990. Lo mismo puede decirse del constante deshojar de la margarita a que se ha dedicado la CE a lo largo de los meses que viene durando el conflicto; un ejercicio en el que resultaron casi patéticas las disensiones sobre el reconocimiento de Croacia y Eslovenia y simplemente irritante la futilidad de los esfuerzos emprendidos en solitario por lord Carrington al frente de la Conferencia de Paz de La Haya.

Dicho todo lo cual, existen aún graves escollos para que la propuesta de Ghali de enviar a la antigua Yugoslavia una fuerza de paz de la ONU llegue a buen puerto. El objetivo del proyecto es triple: interponer a los cascos azules entre los contendientes serbios y croatas, garantizar con ello el mantenimiento del frágil alto el fuego establecido finalmente entre ellos hace mes y medio y dar una oportunidad a la Conferencia de La Haya de proseguir sus trabajos con alguna posibilidad de éxito (lo que el secretario general llama "la negociación de un acuerdo político de conjunto").

El problema principal es la discusión sobre el emplazamiento de la línea divisoria a lo largo de la que debe establecerse la fuerza de la ONU. Ello requiere el consentimiento de todos los actores del drama. Han sido vencidas las objeciones del presidente croata, Franjo Tudjman, pero no las de al menos uno de los tres enclaves serbios en territorio croata, Krajina. El presidente de esta región, Milan Babic, quiere que se aguarde al resultado de un referéndum, que debe celebrarse en ella aproximadamente el 23 de febrero, sobre el establecimiento de la fuerza. No debe esperarse nada. Tan estériles alternativas, tienen más que ver con la lucha por el poder en una futura Serbia, es decir, con las escaramuzas entre Babic y el ultranacionalista presidente serbio, Slobodan Milosevic, que con cualquier proyecto de paz. Y asegurada la voluntad de todos los miembros del Consejo de Seguridad para dar el visto bueno a la operación, es necesario iniciarla sin más dilaciones: Krajina no tiene fuerza, ni moral ni militar, para oponerse a los cascos azules.

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