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Barbara lee un cuento

Antonio Caño

A la misma hora en que Pat Buchanan acaba su almuerzo, muy americano, por supuesto, en un modesto restaurante de carretera cerca de Concord, Barbara Bush llega a la biblioteca pública de Manchester a leer un cuento para un pequeño grupo de niños sentados a sus pies.Mientras que Buchanan tiene que librarse de un grupo de judíos que le acosan por sus supuestas ideas antisemitas, la primera dama encuentra su camino perfectamente despejado por el aparato de seguridad. El título del cuento es Arthur ve al presidente, y viene muy a propósito para destacar una vez más las virtudes del hombre que duerme a su lado cada noche.

A 30 kilómetros de allí, Paul Tsongas se reúne con una asociación dedicada a los problemas de la sanidad. A su entrada le rodean más cámaras de televisión de las que nunca ha podido soñar. Un periodista le pregunta hasta cuándo va a durar el flash de New Hampshire. "¿Flash? Me gusta esa palabra, pero va a durar, va a durar. Ya somos segundos en Colorado".

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¿Pero qué les puede gustar a los norteamericanos de este hombre, que lleva la derrota en su rostro? "Lo que me gusta es que es auténtico, que es sincero", dice una mujer de ropa elegante que se abraza enseguida con la señora Tsongas, con mucha más pinta de primera dama que su marido de presidente.

La noche comienza a caer, y el centro de Manchester es un trasiego de hombres-pancarta, grupos reducidos, pacíficos, pero voluntariosos en sus propósitos propagandistas. "¿El acto de Clinton? No, pero puedo decirle dónde está Kerrey", informa un transeúnte. El grupo de aquella esquina tampoco es de Clinton. Es de Brown y está protestando por la energía nuclear. Esos que reparten pasquines tampoco saben nade de Clinton: están proponiendo la legalización del consumo de marihuana.

Clinton está un poco más allá, en la cancha de baloncesto de un colegio de Manchester, en medio de un acto con todo el lujo del final de campafía, con globos rojos y azules y abundancia de banderas nacionales. Está de la mano de su esposa, Hillary, de la que no se separa ni un minuto desde que comenzaron los comentarios sobre su pasada promiscuidad.

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El frío espanta, finalmente, a todos los grupos. Los de Bush y los de Buchanan se van juntos, con las pancartas caídas y una charla animada sobre el partido entre los Celtics de Boston y los Jazz de Utah.

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