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Gente corriente

Frankie y JohnnyDirector: Garry Marshall. . Guión: Terrence McNally, según su propia pieza teatral. Fotografía: Dante Spinotti. Música: Marvin Harnlisch. EE UU, 1991. Intérpretes: Michelle Pfeiffer, Al Pacino, Héctor Elizondo, Kate Nelligan, Nathan Lane. Cines Parquesur, Multicines La Dehesa, Velázquez, Lido, Gran Vía, Luchana, Excelsior, Minicines Majadahonda, Multicines Pozuelo, Aragón, Vaguada e Ideal Multicines (V.O).

Conviene advertirlo de antemano: Frankíe y Johnny es un pro ducto extraño en los tiempos que corren. Es un film propio de un cine presuntamente periclitado, de ese que las películas actuales, brillantemente iluminadas, que huelen a perfumes caros y se desarrollan en decorados de millones de dólares, habían hecho olvidar, ocupadas como estaban hasta hace poco en contar y peripecias de yuppies todo terreno. Un tema que haría las delicias del mejor King Vidor, el de y el mundo marcha o Our daily bread, o el Garson Kanin de Mamá a la fuerza, sólo por poner ejemplos aislados y en géneros diferentes. Es decir, una película sobre gente corriente, sin maquillaje, vestida con trajes de grandes almacenes y que, en el peor de los casos, es posible que hasta huela a sudor. Gente, en última instancia, que trabaja.

Se diría que, con el progresivo despertar turbulento y la resaca dejada por ocho años de reaganismo, ha llegado la hora de resucitar esas viejas películas de ambiente cotidiano, la otra cara del sueño americano. Comedias agridulces, filmes con protagonismo proletario, con desheredados de ese mismo sueño que, a lo mejor, hasta tienen los suyos propios: humildes, discretos, posibles. Gentes que viven en medio de la gris cotidianidad, que cojen el metro y compran en el super.

Frankie y Johny es justamente eso: la historia de amor entre un ex-delincuente de poca monta, ex-convicto por añadidura, y una dependienta de restaurantes griegos, de barrio. Ambos arrastran sus propios fracasos sentimentales; a ella, el suyo la ha hecho arisca, desconfiada -lo que no quiere decir intolerante con lo diferente: su mejor amigo es un gay encantador- A él, en cambio, le ha insuflado una increíble, irreductible fe en la institución matrimonial, que se propone recrear a toda costa y contra la más elemental prudencia.

Pero, los milagros no existen, aunque a veces el cine se empeñe en lo contrario. Como cabía suponer a priori -un cine comercial como el norteamericano, se presente como se presente, rara vez rompe moldes-, será el punto de vista masculino el que termine triunfando. El film se irá vistiendo, a medida que avance su metraje, con los incómodos ropajes de la ideología tradicional-patriarcal, y en primer lugar, de la reivindicación pura y dura del matrimonio y la familia. Ni la sobria actuación de la Pfeiffer -a años luz, de paso, del amaneramiento efectista de Pacino- puede con un guión que nunca pierde de vista su origen teatral y que, a pesar de algunas pinceladas de honrada descripción sociológica -el retrato de las compañeras de trabajo de los protagonistas es un buen ejemplo-, tampoco se decide a escapar del cuento moralizante y del final feliz impostado e inevitable.

A la postre, Frankie y Johnny se queda en una moderada rareza, un capricho para incluir en la sinuosa filmografía de sus dos protagonistas. Su éxito, no obstante, bien podría abrir las puertas al cíclico vaivén temático, necesario para toda industria de masas que se precie: bien podríamos estar ante el inicio de una nueva entronización, esta vez de la ordinary people, pasada ya la moda efímera y aburrida de los trepadores hasta la cumbre.

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