Una tensa campaña
Los ITALIANOS, convocados a las urnas los días 5 y 6 de abril para elegir las nuevas cámaras, están inmersos ya en una campaña electoral considerada la más tensa, compleja e indescifrable de su historia republicana. Por vez primera podría salir de las umas una verdadera sorpresa en la hasta ahora inmutable estructura de poder. Los sondeos advierten que un 48% del censo no ha decidido aún su voto, algo insólito en Italia. Durante medio siglo, la movilización contra el peligro de victoria comunista ha constituido el núcleo duro de la campaña de la Democracia Cristiana (DC). Desaparecido el comunismo, se ignora cuál pueda ser el comportamiento del sector tradicionalmente motivado por ese fantasma, contra el que en su día se creó la clandestina red Gladio.A ello hay que añadir el descontento general de la población hacia los partidos tradicionales, por lo que muchos se ven tentados a dar esta vez su voto a las ligas regionalistas o a grupos corporativistas (de jubilados, amas de casa, etcétera). En un país donde la altemancia estaba bloqueada por la alianza sistemática de todos los pequeños con uno de los dos grandes, de repente todas las combinaciones son posibles. Todas, hasta las más absurdas. Como esa alianza que según algunos podría asociar a las ligas con el partido socialista de Craxi, e incluso con los misinos, de extrema derecha: las tres fuerzas que están aplaudiendo la conducta, para muchos demencial, del presidente Cossiga, cuya furia iconoclasta le ha llevado a disolver el Parlamento por considerarlo incapaz de reformar unas instituciones que considera caducas.
Todo es posible, pero la primera batalla la han ganado ya las fuerzas más conservadoras, que han conseguido que la disolución de las cámaras sea anterior a la elección del sucesor de Cossiga. Las actuales cámaras son anteriores a la crisis del partido comunista, por lo que su composición recoge un mayor peso de la izquierda que el que previsiblemente resultará de las elecciones de abril. Ello explica que el sector más reaccionario de la DC haya estado permitiendo todo a Cossiga, mientras el partido de Occhetto intentaba que el Parlamento le obligara a dimitir para que estas mismas cámaras pudieran elegir a su sucesor.
En cualquier caso, Italia se encuentra ante una encrucijada decisiva para acabar con los males que aquejan desde hace decenios a su sistema político: bloqueo de alternativas, separación creciente de la clase política del resto de la sociedad, mezcla de lo público y lo privado, descrédito de los partidos. Sin las condiciones internacionales de los años de la guerra fría, el momento parece óptimo para intentar una reforma institucional que, sobre la base de la normal altemancia en el poder, permita regenerar la vida política. Sobre todo porque esa regeneración es imprescindible para acabar con esa especie de mafia institucionalizada que recorre buena parte del tejido social y que hace que los evidentes avances de Italia en diversos terrenos, incluido el económico, se vean hipotecados con vistas al futuro. Con vistas, por ejemplo, a esa convergencia de las economías europeas que debe culminar antes del final de la década.
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