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Major condena en Belfast los ataques del IRA

Enric González

ENVIADO ESPECIAL El primer ministro británico, John Major, viajó ayer por sorpresa a Belfast. Con la visita, que duró poco más de cinco horas, quiso mostrar el apoyo del Gobierno de Londres a las autoridades y la población del Ulster, tres días después del atentado que costó la vida a siete trabajadores de la construcción en el condado rural de Armagh. Al mismo tiempo que Major, llegaron nuevos contingentes de tropas para incrementar en 500 hombres las ya muy numerosas fuerzas de seguridad: 17.500 soldados armados hasta los dientes patrullan día y noche.

El debate político del Ulster se articula sobre el sentimiento, no la lógica. El Partido Democrático Unionista (DUP) del reverendo lan Paisley, mayoritario, reclamó ayer a Major la destitución del ministro para Irlanda del Norte, Peter Brooke, por su "insoportable frivolidad". La acusación se apoyaba en que Brooke apareció el viernes, dos horas después del doloroso atentado, en la televisión de la República de Irlanda cantando la tonadilla popular Oh my darling Clementine en un programa de variedades. El ministro explicó inmediatamente que se había comprometido con anterioridad a cantar algo en el programa, cosa que hizo 11 sin la menor alegría". Brooke compareció ayer tarde en Londres ante la Cámara de los Comunes, donde pidió disculpas por haber cantado en un momento tan inoportuno y ofreció públicamente su dimisión, que le fue rechazada por Major. El ministro recibió un apoyo decidido tanto desde los bancos del Gobierno como desde la oposición laborista.La visita de Major a Belfast estaba prevista desde hacía semanas, según un portavoz del ministerio para Irlanda del Norte, pero se mantuvo en secreto hasta ayer mismo por "obvias razones de seguridad". La matanza del viernes, sin embargo, hizo especialmente oportuno el viaje.

"Los responsables del atentado", afirmó el primer ministro, "serán perseguidos y perseguidos hasta el fin de sus días. Jamás encontrarán la paz". Se trató de un atentado especialmente brutal: más de 150 kilos de explosivo plástico ocultos en una cuneta destrozaron un autobús en el que viajaban 14 obreros, cuya única significación política era la de trabajar en la construcción de un cuartel militar. El vehículo voló a casi 90 metros de distancia. Siete de los trabajadores murieron en el acto. Los otros siete resultaron heridos de gravedad.

Esta acción del Ejército Republicano Irlandés (IRA) provisional, los llamados provos, hace temer a las fuerzas de seguridad que los grupúsculos terroristas del bando protestante respondan con el asesinato de siete católicos. Durante todo 1991 y lo que va de este año, ésa ha sido la lógica de la violencia sectaria: ojo por ojo. Más de 100 personas han muerto en los últimos 12 meses, prácticamente todos ellos civiles sin ninguna relevancia política, para que los extremistas de ambos lados pudieran cuadrar sus siniestros balances.

Apariencia de normalidad

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Mientras tanto, la gran mayoría de la población del Ulster, católicos y protestantes, se esfuerza por vivir con la mayor normalidad posible en una provincia azotada por la crisis económica (la inversión en nuevas empresas fue prácticamente nula en 199 1) y desfigurada por las explosiones (cinco coches bomba han estallado en el centro de Belfast en lo que va de mes).

El secretario de Seguridad de Irlanda del Norte, Brian Mawhinney, le sugirió ayer a Major la necesidad de incrementar el número de soldados en unos 5.000 más para estrechar la vigilancia en las zonas rurales y a lo largo de la frontera con la República de Irlanda, tradicional refugio -cada vez menos hospitalario- de los miembros del IRA.

Si Londres accediera a esta demanda, se alcanzaría de nuevo el máximo de 22.000 soldados, los mismos que se encontraban desplegados en el Ulster hace exactamente 20 años, cuando se produjo el bloody sunday (domingo sangriento). Ese domingo, 30 de enero de 1972, los paracaidistas británicos dispararon contra una multitud de manifestantes católicos en Londonderry y mataron a 14 personas. El IRA provisional obtuvo nuevos apoyos entre la población católica, el Gobierno autonómico fue sustituido por el control directo desde Londres y el Ulster se convirtió en un campo de batalla para soldados y terroristas. Nunca desde entonces se ha recuperado la normalidad. Todos los esfuerzos para envolver a los partidos extremistas en una negociación pacificadora han fracasado sistemáticamente.

Pero Major se ve, por otra parte, en la necesidad coyuntural de mimar a los unionistas. Si, como indican las encuestas, ningún partido obtiene la mayoría absoluta en Westminster tras las próximas elecciones, los conservadores necesitarán los votos de los diputados de Paisley. Las elecciones parecen cercanas -se habla de mediados de abril- y los unionistas del DUP quieren que se vaya Brooke y que vengan más soldados.

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