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La CEI, ¿hacia la catástrofes?

La pregunta puede parecer ociosa, bien porque se estime que sobran los interrogantes, bien porque se considere que la catástrofe ya se ha producido. Pero la pregunta resulta pertinente porque la historia de lo que fue la URSS en los últimos años y especialmente en los últimos meses es un continuo deslizarse hacia el empeoramiento y porque lo que podríamos considerar como catastrófico -para el propio territorio y sus habitantes y para el resto del mundo, principalmente Europa- se identifica con acontecimientos tales como incremento de las luchas civiles cruentas, total desquiciamiento económico, emigraciones masivas, descontrol de las armas atómicas, etcétera, acontecimientos que no se han producido. ¿Habrá que añadir todavía?

El que se produzcan o no, no depende tanto del curso ineludible de la historia ni de grandes movimientos de masas, sino principalmente del acierto en las decisiones de un escaso número de dirigentes, tanto en la Comunidad de Estados Independientes como también fuera de ella, concretamente en los principales países occidentales. Paradójico en la historia de un país con la doctrina oficial basada en las leyes ineludibles de la historia y en el papel central de las masas -aunque por supuesto bajo la dirección de sus vanguardias.

Puede afirmarse que el devenir de la perestroika, especialmente en sus últimos años, ha estado presidido por el error más que el acierto en las decisiones históricas de esos dirigentes. No es este el lugar ni el momento para un balance que sería siempre incompleto y discutible, pero sí en síntesis apresurada cabe pensar que Gorbachov puso en marcha fuerzas que no supo o no pudo controlar y que crearon más problemas de los que solucionaron, que Yeltsin hizo todo lo posible por dinamitar todo sin tener nada previsto como sustitución y que los dirigentes occidentales -y, naturalmente, la pauta, como siempre, la marcó el presidente norteamericano- fueron incapaces de entender lo que estaba pasando y su casi chantaje permanente fue una de las causas del intento de golpe de agosto, que a su vez fue la razón principal, no la única, de todo lo que ha ocurrido a continuación, que deja las cosas mucho peor de lo que estaban.

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¿Por qué peor de lo que estaban? Porque lo que hay ahora, si es que hay algo, es la CEI, que es poco más que nada. Y sin embargo, es necesario que ese poco que hay crezca y se fortalezca por muchas razones, llámese CEI o como se llame.

No es posible ni recomendable echar por la borda 70 años de una unión que ha desarrollado en muchos de los ciudadanos soviéticos la conciencia de pertenecer a esa unión y sentirse soviéticos, ciudadanos que hoy se enfrentan además al cambio vertiginoso de creerse una superpotencia a ser una nación mendicante de sus antiguos enemigos Mentalidades, organismos, instituciones, leyes, etcétera, participan y desarrollan ese proyecto unitario que se ha concretado, además, por ejemplo, en más de 60 millones de personas -casi una cuarta parte del total- que viven en repúblicas que no son las suyas. Ese entrecruzamiento está siendo un enorme factor de inestabiIidad que aumentaría con el fracaso de un mecanismo de unión y cooperación porque indudablemente se pondrían, además, encima de la mesa los contenciosos fronterizos y la autonomía de las repúblicas y regiones hoy integradas en la Federación Rusa. En lo económico, la división interna del trabajo aplicada en el esquema de planificación central ha hecho que la dependencia recíproca de las repúblicas sea muy alta, con lo que los obstáculos a su comercio recíproco serían un factor gravísimo a añadir a unas economías despeñándose ya hacia el abismo.

Pero el que la CEI sea necesaria no quiere decir que sea suficiente ni posible, pues los obstáculos que enfrenta son formidables y lo estamos viendo día a día. Se ha dinamitado un sistema sin tener nada de recambio, salvo el mero voluntarismo, las palabras huecas, las intenciones seguramente no coincidentes, el escaso respeto a lo que se acuerda y el rechazo de todos al expansionismo ruso. Se está pretendiendo construir algo que por lo pronto exige mucho tiempo y además condiciones de todo orden (institucionales, políticas, sociales, económicas, militares), mucho más favorables que las que existen en estos momentos.

Baste recordar aquí el caos económico con tendencia clara e inexorable al empeoramiento rápido y duradero. Los tiempos económicos son siempre lentos, y por esa causa asombra oír en su día que sea el capitalismo en 500 días o escuchar hoy a los dirigentes rusos que se va a privatizar en uno o dos años. Lo que resulta claro es que una vez más, y como siempre a lo largo de su historia, se va a poner a prueba la enorme capacidad de sufrimiento de la mayoría de la población de estos países y que su respuesta será una de las claves de lo que ocurra. Ya se ha empezado esa dura prueba con la liberalización de precios, primer elemento de un discutible programa económico que comienza por el tejado sin saber qué hacer a continuación, que ha colocado a más de la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza. Cualquier autoritarismo que enarbole la bandera del orden frente al caos seguramente contará con el mismo amplio respaldo de la población que por omisión no se opuso al golpe de agosto. No es improbable. Lo que es seguro es el enorme coste social de un proceso que va a ser además lentísimo -se trata de una verdadera revolución cultural y eso lleva tiempo- y desestabilizador. Lo importante es tratar de reducir esos inevitables costes de un camino que no lleva al paraíso. En esa reducción de costes juegan un papel clave elementos como el acierto y el abandono de egoísmos en las decisiones de los dirigentes -de dentro y fuera de la antigua unión- y la existencia de un mínimo mecanismo de cooperación entre las repúblicas antes unidas. Seguramente es mucho pedir y por eso no hay duda de que vienen días, muchos más días mucho más tristes, duros y convulsionados para muchos.

es economista. Ex presidente de Sovhispan, empresa mixta hispano-soviética.

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