Una oficina en el barro
El duro cometido de los 96 trabajadores sociales en Ios poblados chabolistas
A algunas de las oficinas que el Consorcio para el Realojamiento tiene por los poblados gitanos de la ciudad hay que llegar con unas buenas botas. El barro cerca la mitad de los 10 campamentos -cinco ya están urbanizados- y dificulta la principal tarea de los trabajadores sociales: el chaboleo. El recorrido cotidiano de chabola en chabola es la pieza básica de un trabajo duro que sólo logra mejoras a largo plazo.
Encontrar personas preparadas y dispuestas a desempeñar esta misión a pie de obra no parece tarea fácil. El gerente del consorcio, José Luis Gómez, ha manifestado en diferentes ocasiones que "la gente se quema pronto al no conseguirse resultados a corto ni a medio plazo". Gerencia y trabajadores están de acuerdo en considerar que para desempeñar esta tarea es imprescindible la vocación.En la actual plantilla, de 96 personas, hay varios puestos vacantes, entre ellos el del coordinador (200.000 pesetas de sueldo) del campamento del Cañaveral -su titular se marchó hace un mes-, y tres de La Celsa, donde fueron despedidos el coordinador y otros dos empleados.
Cada una de las 10 unidades de trabajo social (UTS) cuenta con un, coordinador, uno o varios asistentes sociales, un educador de calle y un grupo de maestros dedicados a las clases de adultos y de jóvenes no escolarizados.
Los primeros trabajadores sociales del consorcio, que llegaron hace tres años a cada uno de los poblados chabolistas gitanos, tenían ante sí una tarea larga y costosa: preparar a las 2.186 familias censadas para su realojamiento en viviendas dignas. Algunos estaban familiarizados con la cultura gitana, pero la mayoría tenía asi su primer contacto con el mundo calé.
Conocer a las familias y ganarse su confianza es el primer paso iniciar la labor educativa. Alberto Merayo, profesor en la UTS de Los Focos (Vicálvaro), recuerda la época inicial como un constante tira y afloja. Esta UTS fue una de las pioneras. Actualmente se ocupa en el seguimiento de 250 familias censadas entre las avenidas de Daroca y Guadalajara y agrupadas en varios clanes.
Para Merayo, el ambiente gitano era algo nuevo y un tanto chocante. "Cada día los prefabricados donde trabajamos aparecían revueltos de arriba a abajo y con manchas de excrementos en las paredes", explica. "Los habitantes del poblado estaban midiéndonos para saber a qué atenerse", añade este maestro.
Esa sensación de ser examinado y puesto a prueba también la tuvieron las cinco personas que pusieron "la primera piedra" en la UTS del Cerro Mica (Latina), una de las de últimas creación. El Cerro Mica, con unas 280 familias censadas, ocupa una loma de 500 metros de ancho y dos kilómetros de largo. Allí coexisten cinco barrios diferentes: el de los Chatarreros, Jauja, Caraque, Cerro Mica Alto y Camino de Cerro Mica.
Costumbres gitanas
Gabriel Martínez, coordinador de esta unidad, sonríe al acordarse de cuando él y Juan de la Fuente, el educador de calle, se apostaron a la entrada del poblado diciéndose a sí mismos: "Ya estamos aquí. Y ahora, ¿cómo llegamos a la gente?". Después, el proceso resultó más fluido de lo que pensaban. "Comenzamos por solucionar algunos problemas de pobladores que estaban indocumentados o pendientes de una pensión, y en seis meses ya nos dejaban que llevásemos a los chavales pequeños de excursión", cuenta Martínez. Pero el proceso de llegar a conocer las costumbres del pueblo gitano no es rápido. Las educadoras no salían de su asombro cuando en la primera excursión de los más pequeños los niños se mostraron reacios a pasar el día con sus vecinos de un clan diferente. "Empezaron a llorar y querían marcharse, cuando ahora juegan todos juntos al fútbol tan tranquilos", relata.Algunas de estas costumbres llegan a obstaculizar, en ocasiones, las tareas educativas y de formación laboral. En esos casos es necesario hacer acopio de sentido común y sensibilidad.
María Jesús Ramos, educadora de Mica, cuenta el caso de una adolescente de 15 años a quien su familia prohibió seguir un curso de peluquería porque el centro de estudios quedaba a varias paradas de metro de la chabola donde vive.
"Lo que de verdad les preocupaba es que la niña, siendo mocita, perdiera su virginidad al conocer a alguien en el trayecto", explica. Esta profesora optó por buscar otro centro docente más cercano. "Yo expliqué a la familia que sería perjudicial para la niña dejar de estudiar, pero lo que no puedo hacer es imponer mi criterio aunque me parezca que su decisión es machista", razona. Sin embargo, esta educadora y sus compañeras de Los Focos aseguran que, a pesar del patriarcado, las familias gitanas les hacen el mismo caso que a sus compañeros varones.
Aquilino González, encargado de elaborar los informes sociales para la adjudicación de viviendas a las familias de Los Focos, explica que "en la distribución de las casas hay que tener en cuenta que no se pueden mezclar contrarios" (familias enfrentadas por disputas).
Los trabajadores sociales destacan como avances a corto plazo los que se producen en la escuela. "La mayor satisfacción la obtienes cuando una mujer hasta hace poco analfabeta es capaz de rellenar un impreso en la Junta de distrito o en un banco", dice el educador de calle del Cerro Mica, Juan de la Fuente. Su homólogo en Los Focos, César Fajardo, se muestra orgulloso de la asistencia a clase de los chavales con los que trabaja, escolarizados en colegios públicos de la zona.
Patas arriba
El absentismo escolar es uno de los principales problemas en los poblados chabolistas gitanos. "Cuando alguno ha hecho pira, se esconde para que no le vea porque sabe que le voy a echar una bronca", explica Fajardo.La irrupción del tráfico y el consumo de drogas entre los habitantes de estos asentamientos ha creado problemas adicionales a un trabajo ya dé por sí nada fácil. La oposición vecinal a algunos realojamientos, que alcanzó su punto álgido este otoño en Villaverde Bajo, ha puesto patas arriba todo el programa del consorcio. En este estado de cosas, el Consejo de Administración de la entidad, formada por el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, lleva sin reunirse desde octubre.
Rafael Fernández, coordinador de Los Focos, donde viven aún 40 familias que iban a ser realojadas en Villaverde antes de que estallase la oposición vecinal, confiesa que "los continuos incumplimientos de los programas están generando el desencanto". "Antes del levantamiento vecinal, los gitanos de Los Focos ya estaban, hartos de los estragos que la heroína está causando en su pueblo y querían atajar el problema. Por eso no entienden", concluye, "que se generalice y se les tache a todos de traficantes".
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