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El número tres

Hay números enteros que tienen, diríamos, más personalidad que otros, y que conforman estructuras y situaciones humanas de grandes consecuencias en la vida individual y colectiva, Así acontece con el número 3, cuya magia e historia son notables. ¿Qué es propiamente el 3? Desde el procedimiento introducido en 1884 por el lógico alemán Frege, los números -nos recuerda Penrose en su reciente libro La nueva mente del emperador- pueden definirse en términos de conjuntos y 11 el número 3 sería el conjunto de todos los conjuntos con la propiedad de trinidad. Pero, sin adentrarnos en disquisiciones matemáticas, esta trinidad está presente en la terna para una elección, en los tercios de la lidia taurina o en los tercios militares por su división en tres armas ofensivas, en las hojas del trébol normal, en el trío musical, en el juego del tresillo y en la cruel trinca de las oposiciones a cátedra, felizmente desaparecida. Asimismo, aparece en las trirremes egipcias; en el triunvirato que aspira al mando, como el de César, Pompeyo y Craso; en el trilóbite, insigne fósil de la era primaria, o en el triolismo de los desviados qu gustan de hacer el amor a tres.Jorge Simmel ya señaló la importancia del número en la sociedad. "Una suerte común un acuerdo, una empresa, un secreto, cuando se limita a dos, es bien distinto de cuando se extiende a tres. Donde acaso sea más característico es en el secreto, que, cuando se reduce al mínimo de dos, es justamente cuando consigue la máxima garantía de conservación". Nada es igual, tampoco, en la vida matrimonial cuando llega el primer hijo, es decir, cuando aparece un tercero en el dúo, y se da el caso -nos aclara- tanto en parejas que se sienten extrañas el uno al otro como en matrimonios apasionados y unidos que no deseen ninguno de ambos tener hijos: en el primer caso, porque el hijo liga, y en el segundo, porque el hijo separa. En las relaciones entre los grupos políticos o empresariales que buscan una unidad, cuando ésta se resquebraja aparece el mediador, el árbitro o el tercero imparcial. Es este último el que puede utilizar la superioridad de su posición en pro de intereses egoístas. "Unas veces dos partidos son enemigos entre sí y, por serlo, buscan en competencia el favor del tercero; o bien dos partidos buscan el favor de un tercero y, por esta razón, son enemigos". Es lo que Simmel llama el tertium gaudens.

Un epígono de Simmel, Theoderre Caplow, de quien publiqué en 1974 la versión española de su libro Dos contra uno en Alianza Universidad, sostiene que la tríada -esto es, un sistema social formado por tres miembros relacionados en una situación persistente- "es uno de los fenómenos más frecuentes en la experiencia humana, y su propiedad más significativa estriba en su tendencia a descomponerse en una coalición de dos de sus miembros contra el tercero". El caso de Hamlet sería para él una posible, tríada entre la reina Gertrudis; Claudio, el hermano del rey difunto, que alcanzó el trono al casarse con la reina viuda, y el príncipe Hamlet, hijo del primer matrimonio. "La coalición Claudio-Gertrudis domina fácilmente a Hamlet, pero la coalición Gertrudis-Hamlet puede dominar a Claudio".

La tríada ha sido en las antiguas religiones con frecuencia una asociación de un mismo culto a tres divinidades, como la tríada capitolina de Júpiter, Juno y Minerva, o la tríada mistérica de Egipto que formaban Osiris, Isis y Horus. La trinidad cristiana -Dios trino y uno- es más sutil y, por ello, más llena de misterio. "¿Quién es el hombre sensato", decía el descreído Voltaire, "que estaría dispuesto a colgarse de un árbol porque no sabe cómo se ve a Dios cara a cara y su razón no puede desenredar el misterio de la trinidad? Debería desesperarse otro tanto por no tener cuatro pies y dos alas". La obsesión humana por la trinidad explica asimismo la creencia de la cultura helénica en las tres parcas, diosas del destino: Clotho para los nacimientos, Lachesis para la vida y Atropos para la muerte de los humanos.

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En la historia, el equilibrio triangular tuvo siempre mayor estabilidad que el más elemental de dos fuerzas iguales y opuestas. Cuando dos enemigos buscan la paz, como ocurrió en las conversaciones de paz entre Irak e Irán, una mesa triangular, el representante de las Naciones Unidas, sentado en uno de sus lados, resolvió el problema de que los dos enemigos no estuvieran enfrentados al hablar. Y ya que hablamos de política, yo aconsejaría a los expertos analistas de la vida política española para el mayor acierto en sus predicciones que busquen al tercer hombre de ella.

Este protagonismo del número 3 proviene, acaso, de que conviven en un mismo tiempo tres generaciones: la de los abuelos, la de los padres y la de los hijos, y de que el espacio donde nos movemos nos parece ser de tres dimensiones, aunque, si se medita un instante, se ve que no puede prescindirse de contar con la cuarta dimensión: el tiempo.

No hemos hablado del triángulo, el más paradigmático de la trinidad de tres entre los objetos matemáticos, lleno de propiedades extraordinarias, como ese círculo de los nueve puntos descubierto por Feuerbach, que pasa por tres grupos de puntos característicos en , todo triángulo, cuya descripción evito al lector. En cambio, le dejo que encuentre la respuesta a esta pregunta que hace el ingeniero Mariano Mataix en uno de sus libros de divertimentos matemáticos: "¿Cuál es el mayor número que puede escribirse sólo con tres cifras"?. (Doy una pista: pueden ser iguales.)

Mas el triángulo más decisivo en la vida de la humanidad es el triángulo amoroso, que aparece con tanta frecuencia y que ha llenado de apasionantes aventuras toda la literatura universal. Voy a recordar tres -claro, sólo tres- ilustres ejemplos: en La regenta, de Clarín, Ana Ozores; su esposo, don Víctor, y el libertino local, don Álvaro Mesía, definen los tres vértices del triángulo. "El estrépito de los cascos del caballo sobre las piedras... y la hermosa figura del jinete llenaron la plaza de repente de vida y alegría. ¡Qué a tiempo aparecía el galán! Algo sospechó él de tal oportunidad al ver en los ojos y en los labios de Ana, dulce, franca y persistente sonrisa. No le negó la delicia de anegarse en su mirada y no trató de ocultar el efecto que en ella producía la de don Álvaro... ".

Otra Ana, Ana Karenina, queda, por el genio de Tolstoi, entre su esposo, Alexis Alejandrovich, y el bello conde Vronsky: "No sabía que iba usted a San Petersburgo. ¿Para qué va allí", preguntó Ana, soltando la barandilla del vagón. "¿Para qué voy?" repitió Vronsky mirándola a los ojos. "Ya sabe que lo hago por estar cerca de usted. No puedo hacer otra cosa".

Por último, la Sanseverina de Stendhal, ligada al conde Mosca y enamorada, en gran confusión, de su sobrino, el joven y alocado Fabricio del Dongo.

Las desgracias, dice la gente -y a veces también las venturas-, no hay dos sin tres. Ya lo sabía el gran Ramón Gómez de la Serna en una de sus greguerías: "Abunda el misterio de lo trino, pero cuando es más rotundo ese misterio es cuando se estornuda tres veces, ni una más ni una menos".

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