_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Entre la diáspora y la tierra prometida

El nacionalismo y la diáspora constituyen los dos modelos paradigmáticos y extremos de posible organización de los grupos étnicos a escala planetaria. Ambos han sido inventados y ensayados por los judíos.Considerado como una teoría del orden político mundial, el nacionalismo postula el esta: blecimiento de una correspondencia biunívoca entre etnias y territorios. Cada etnia o nación debe tener un territorio bien delimitado sobre el que edificar su propio Estado nacional. Y cada territorio del planeta debe estar asignado a una etnia determinada como solar de su cultura y escenario de su destino.

Los judíos han sido los inventores del nacionalismo avant la lettre. Superaron el trauma de la destrucción del primer templo de Jerusalén y del exilio en Babilonia, interpretándolo como castigo de Yahveh (elevado ahora de su rango previo de dios local al de dios universal), y concibiéndose a sí mismos como pueblo elegido por Yahveh: "Seréis entre todos los pueblos mi propiedad particular; porque mía es toda la tierra, mas vosotros constituiréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa".

El pueblo de Israel había concluido un pacto con Yahveh: ellos le obedecerían incondicionalmente y no aceptarían ningún otro dios. Él, a cambio, les daría la tierra prometida, el país de Canaán. Con ello quedaba claro qué había que hacer y dónde había que hacerlo. A cabado el exilio, el líder judío Ezrá estableció en Jerusalén una teocracia nacionalista y siguió uña política de homogeneización cultural forzosa. Prohibió los matrimonios mixtos y trató por todos los medios de aislar a los judíos de los demás pueblos. El nacionalismo trata de convertir cada país en un gueto. El primer gueto judío lo crearon Ezrá y Nehemías en Palestina.

En la época helenística, las querellas entre judíos nacionalistas y cosmopolitas. acabaron provocando la intervención de la monarquía seleukida y la rebelión de Matatías y su hijo Judas Macabeo. Al frente de una guerrilla integrista, los macabeos derrotaron a los judíos helenizados ya las tropas seleukidas, lo que finalmente condujo a la independencia de Israel bajo el reino de los hasmoneos, que impusieron los valores y las prácticas de la ortodoxia judaica no sólo a los propios judíos, sino también a los idumeos y galileos, obligados a adoptar su religión.

El Imperio Romano, respetuoso de las creencias y costumbres de todas las etnias, había establecido la paz, la comunicación y el orden en todo el Mediterráneo, pero los zelotes o fanáticos judíos, que se negaban a permitir otros cultos que el de Yahveh en la tierra de Canaán y atizaban la violencia intercomunal, se rebelaron contra Roma en un sangriento y absurdo levantamiento que acabó en el 70, cuando Tito entró en Jerusalén y arrasó el segundo templo, que ya nunca más sería reconstruido.

El fanatismo nacionalista no decayó, avivado por las visiones apocalípticas de los espíritus calenturientos, que anunciaban la inminente llegada del Mesías. En 130, el emperador Adriano prohibió la castración, la mutilación y la circuncisión como prácticas bárbaras, lo cual provocó poco después la nueva y suicida rebelión del presunto mesías Bar Kokhba, aplastada decisivamente por Roma, que incluso borró del mapa el nombre de Judea, Ramada ahora Siria Palestina, y convirtió a Jerusalén en colonia romana vedada a los judíos.

A cambio de la obediencia incondicional, la consagración y la circuncisión, Yahveh no prometió a los judíos el cielo ni la inmortalidad, sino sólo la tierra prometida. Sin embargo, a través de la historia se observa una indudable ambigüedad de los judíos respecto a esa tierra. Ningún otro pueblo ha mantenido un apego tan profundo, emocional y continuo durante tanto tiempo hacia un territorio deteminado como los judíos hacia el país de Cañaán. Pero ningún otro pueblo ha manifestado tampoco una tendencia tan persistente a emigrar y establecer comunidades lejos de su patria.

Ya en la época helenística y romana sólo una minoría de judíos vivía en Israel. Las comunidades judías se extendían por todo el Mediterráneo y el Oriente Próximo, siendo la más populosa, rica y culta la de Alejandría. Durante la Edad Media, los judíos vivían dispersos por todo el mundo cristiano y musulmán, alcanzando en España su máximo esplendor. En los periodos de paz y tolerancia, las comunidades judías florecían. Pero repetidas olas de antisemitismo, atizadas por el fanatismo cristiano, la envidia y el odio irracional, provocaron incontables masacres, extorsiones y expulsiones.

A principios de la Edad Moderna, los judíos fueron expulsados de España y encerrados en guetos en Italia, además de seguir sometidos a todo tipo de discriminaciones y humillaciones. La Ilustración puso en cuestión este estado de cosas, y a partir dé Napoleón se inició en todas partes la emancipación de los judíos. De ser una diáspora oprimida y encerrada en guetos, los judíos pasaron a constituir una diáspora floreciente, el fermento intelectual y la levadura económica de los países más avanzados.

Los judíos siempre habían sabido adaptarse a las tendencias cosmopolitas. De hecho, desde el exilio en Babilonia habían olvidado el hebreo y habían adoptado sucesivamente el arameo, el griego, el árabe, el latín, el alemán y el inglés. Filón escribía en griego; Maimónides, en árabe; Spinoza, en latín; Einstein, en alemán. La pugna secular entre judaísmo universalista y ortodoxia nacionalista parecía inclinarse a favor del primero en el siglo XIX, principios del XX. En condiciones de libertad y tolerancia, la diáspora era la situación ideal, y nadie echaba a faltar la árida y pedregosa tierra prometida.

La diáspora es la situación natural de cualquier grupo étnico en un mundo libre y bien comunicado. Los chinos de la diáspora viven mucho mejor que los que se han quedado en China. Y su caso, como el de los judíos, muestra que la diáspora es compatible con la preservación de una cultura nacional sobre bases no territoriales. La vitalidad de Estados Unidos tiene mucho que ver con su condición de país de diásporas.

Sólo el aislamiento impuesto por una pared adiabática impide que el calor se difunda. Sólo los compartimentos estancos impiden que los diversos líquidos se entremezclen. Y sólo el aislamiento, la distancia, las murallas materiales, las barreras convencionales, las fronteras cerradas, las aduanas y las policías impiden que todas las etnias se desparramen por todos los países, como el aceite una vez salido de la botella. Algo parecido al segundo principo de la termodinámica apunta hacia una mayor mezcla y pluralismo por todo el planeta, siempre que aumenta la facilidad de comunicación y transporte. A la larga, en la aldea global las fronteras no pueden por menos de desaparecer.

Los hombres son animales, no plantas; tienen piernas, no raíces. Si no se les ata, se dispersan, siguiendo los caminos de la oportunidad, el interés y la curiosidad. El futuro es de las diásporas. Y de ese futuro los judíos han sido los adelantados. De ese ensayo general todos podemos aprender.

La diáspora acabó trágicamente en varios lugares. Los pogromos de Rusia y Europa oriental Gunto con la ola romántica nacionalista). hicieron

Pasa a la página siguiente

Entre la diáspora y la tierra prometida

Viene de la página anteriorsurgir el sionismo. El holocausto de los judíos centroeuropeos a manos de los nazis le dio el impulso definitivo. Los judíos no pudieron tomar el atajo histórico de pasar de ser una diáspora perseguida a ser una diáspora libre y próspera, vanguardia, anuncio de un mundo porvenir. Tuvieron que pasar por el aro de ser un pueblo como los demás, con su Estado nacional. Y por ello tuvieron que pagar un precio. Para los judíos que vivían en peligro o postración en los países de la diáspora oprimida, el Estado de Israel ha sido una tabla de salvación, como ha mostrado recientemente el caso de los felachas de Etiopía. Pero para los que vivían en la diáspora próspera y liberal (en América, Francia, Reino Unido, etcétera), la emigración a Israel ha representado un sacrificio personal y una gran renuncia. Los israelíes tienen una vida dura. Trabajan mucho, ganan relativaffiente poco, pagan enormes impuestos (el 50% de impuesto sobre la renta, de promedio), han de hacer una mili muy larga (tres años los hombres, dos las mujeres), viven peligrosamente, e incluso tienen mala conciencia (con respecto a los palestinos). En los kibutzim (la única implementaciónexitosa del comunismo en el mundo) labran un suelo ingrato con una austeridad y entrega más admirables que envidiables. En general, es mucho más cómodo ser judío en Boston que en Tel Aviv.

Con la creación del Estado de Israel se han cumplido las promesas de Yahveh, y se han realizado milagros como el cultivo del desierto o la resurrección de la lengua hebrea, muerta desde hacía 2.500 años. Nadie puede negar a los judíos el derecho a tener su propio Estado nacional, es decir, a ser vulgares, como los demás. Pero, aun dejando de lado el problema palestino, no es obvio que esa vulgaridad sea lo mejor que los judíos puedan ofrecer al mundo, o a sí mismos. Son la sal de la tierra, pero concentrar toda la sal en el mismo sitio estropea cualquier plato.

es catedrático de Lógica y Filosofia de la Ciencia de la Universidad de Barcelona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_