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Crítica:ARTE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El laberinto del mundo

Escogido para formar parte y dar sentido desde su peculiar postura estética a ese "Vigor de lo efímero" que sirve de aglutinante y cabecera al ciclo desarrollado esta temporada en el Espai 13, el del riojano Manuel Saiz (Logroño, 1961) era uno de los nombres propios con que cabía, sin duda, contar.Buen ejemplo el suyo de lo que es el mantenimiento de una línea de perfecta coherencia entre pensamiento y realización plástica entre nuestros jóvenes creadores, Saiz ha venido diferenciándose, no obstante, del resto de acompañantes de viaje a base de adoptar una actitud "romántica" que, no solo por infrecuente en momentos de notorio pragmatismo, sino por lo creible con que la ha venido haciendo explícita, le ha permitido granjearse una cierta aureola de autenticidad.

Manuel Saiz

"Círculos virtuosos (el mundo perfecto vacío)". Ciclo "Comunicaciones. El vigor de lo efímero". Fundació Miró. Barcelona. Hasta el 26 de enero.

Autenticidad no exenta, en su caso, de una voluntad disensora y apartada de modos al uso que no sólo se pone de manifiesto en sus trabajos como metáforas de su ideario o en sus interesantes escritos, sino también en la consideración global de todo ello como exacto reflejo de esa trájico conciencia positiva -aquella "conciencia de la escisión" entre hombre y Naturaleza que arrancando del Manierismo, propició el Romanticismo para ir a morir al amparo de las vanguardias históricas, y cuyo testigo hoy pocos parecen interesados en recuperar- que supura la obra de este artista.

Consciente de que, como señalara Argullol, la ideología romántica no es otra cosa que "un viaje sin retorno hacia la unidad de una Belleza Esencial que estan inexistente como irrenunciable", de que, no menos "ese círculo vicioso le otorga toda su heroicidad y todo su patetismo", Saix, y en esta ocasión más que nu nca, escenifica su peculiar "atracción del abismo"; aquel "anhelo insaciable por alcanzar la unicidad" de las cosas que esconde la gran tensión romántica entre Belleza y Destrucción.

Y en ese punto de absorción centrífuga, equidistante de vida y muerte, en el umbral entre vigilia y sueño, entre el deseo irrenunciable de acción que afirma el arte y la lúcida conciencia de frustración que nos lleva, a pesar de todo, al tedio y al absurdo de perseverar en el primero, Saiz deja el trabajo, como Piranesi y como en la propuesta presente, tras haber esceniricado "el cruel juego en el que el hombre moderno, como sombra errante y sin rumbo, se consume en el laberinto de su propia impotencia".

Un laberinto para una máquina que nosotros mismos propulsamos a base de crear de continuo esperanzas y expectativas parcializantes de una realidad mucho más extensa e inalcanzable, tan inimaginable como fagocitante, se tiende a los ojos del espectador para exponerle, desde la inutilidad de sus resortes, las carencias a que dan pie, en última instancia, los mecanismos y engranajes de que estamos, nosotros mismos, hechos.

Y en plena contemplación de este inquietante ejercicio a que Saiz nos condena, y que el artista alarga mediante el acompañamiento de dos bellos dibujos como metáfora, aún, de lo dicho, a uno le viene a la cabeza la desoladora y angustiada imagen de un Escher dibujando sobre un pedazo de papel una mano que, lápiz en ristre, dibuja otra que, lápiz en ristre, permite a la primera ser, a su vez, dibujada, materializada. A esta ficción, desesperanzada, obstinada y nunca amilanada, con todo, contribuye, ha venido contribuyendo, el Arte; el bueno, como el de Saiz, claro. El sincero.

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