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Tribuna
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Modernidad

Dos años y medio después de que Menem asumiera la presidencia, ya nadie se ríe de él en Argentina. Aquel personaje pintoresco que combinaba una inenarrable colección de ponchos con otra de virulentas cazadoras, ha sido nombrado hombre mejor vestido del año por una publicación francesa, y eso apenas ha arrancado una sonrisa irónica de un país que se apresta -¿les suena?- a entrar en la modernidad. Porque es cierto que Menem ha realizado un gran esfuerzo para convertirse en lo más parecido a un estadista del Primer Mundo.No sólo ha cambiado de aspecto. El hombre que se puso al lado de Gaddafi cuando los norteamericanos bombardearon Libia, evolucionó hasta ser un aliado de Occidente en la guerra del Golfo, y ahora pregunta qué más puede hacer para gustarle a Bush. Es el suyo un Gobierno integrado por muchos que fueron progresistas, e incluso sufrieron exilio, y dotados, por tanto, para aplicar los principios que otrora combatieron: el plan de estabilidad económica dictado por el Fondo Monetario Internacional y una ley de flexibilidad laboral que permite poner en la calle sin indemnización a los trabajadores.

Que tres millones y pico de jubilados se queden esta Navidad sin un aguinaldo de miseria, que no se les pagará hasta enero, es sólo una muestra de cómo viene la mano en Argentina. Mientras empresarios y comerciantes se expresan con euforia -aunque aquí se importan desde el gas natural hasta las flores-, los minifundistas agrarios se arruinan, hay dos millones de personas sin empleo o subocupadas, siete millones están en condiciones de miseria, se desmantelan los hospitales y los presupuestos sociales se han recortado al mínimo.

No hay que reírse de Menem. Sólo se diferencia de nosotros en las patillas.

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