"Un sistema dirigista decide lo que se compra y se pinta"
La muestra recoge en la Casa del Monte de Madrid (plaza de San Martín, 1) 130 obras que abarcan desde su época italiana de los años cincuenta hasta los últimos lienzos realizados este mismo año y en la que sólo falta su etapa muralista.Manuel Villaseñor dice que su alejamiento de los circuitos artísticos, hace ya 20 años, fue "en parte deseado y en parte obligado". Alejado voluntariamente de grupos y camarillas, la libertad y la independencia por la que siempre ha luchado Villaseñor -"yo nunca he pintado al dictado de las modas ni de las galerías"- le ha costado muy caro. Sin embargo, señala: "No estoy arrepentido de nada, lo volvería hacer de nuevo".
A la soledad que dice necesitar para crear y que sólo ha sido mitigada por su dedicación durante 30 años a una cátedra de Bellas Artes, se le une su poca afición a exponer. "Yo sólo lo hago cuando creo que tengo algo importante que enseñar. Lo que pasa es que soy un pintor atípico: no me gusta desprenderme de mi obra. Cada cuadro mío refleja un instante de mi vida. Pero reconozco que esta actitud supone un tremendo contrasentido con mi manera de concebir el arte, porque yo no concibo el arte si no es para comunicarse. De esta manera, mi obra no ha trascendido y no me ha permitido la comunicación". Por ello, esta exposición ha supuesto para este pintor nacido en Ciudad Real en 1924 una especie de resurrección a la palestra.
Sobre su exposición, Villaseñor dice que refleja la búsqueda del tiempo perdido y su obsesión por la muerte. "Creo que es un reflejo de la evolución de mi pintura, en la que, a pesar de los aparentes cambios, se ve siempre. la misma mano, el mismo pensamiento y las mismas preocupaciones".
Esta evolución va desde su época italianizante de los años cincuenta, que le supuso el encuentro con la vanguardia europea entonces imperante, pasando por su etapa muralista, que él mismo define como "un sentido platónico y poético de la creación de espacios". La crisis de salud que padeció en 1970 le obligó a guardar cama y a pensar. "Me di cuenta de que algo muy hermoso se me estaba escapando: la vida", recuerda Villaseñor, que inició una época de pintura testimonial. Buena prueba de ello es su dramática serie sobre el éxodo, realizada en los primeros años de la década de los setenta. En la actualidad, junto a sobrecogedoras obras como Léros, pabellón 16, Manuel Villaseñor realiza lo que el llama "retratos de cosas" para serenar su espíritu. Todas ellas con un común denominador: "Acercarse a la realidad y hacerla pintura".
Quizá ha sido su constante búsqueda y acercamiento a la realidad inmediata lo que ha provocado que su reclusión no llevara implícita su alejamiento del mundo real. "Yo tengo poca experiencia en el mercado del arte porque he vendido poquísimo", dice. "Pero ahora hay más pasión por comprar firmas que por adquirir algo que uno realmente ama. Todo esto nos viene de América, donde ves que un cenicero donde una vez Andy Warhol echó ceniza se vende como si fuera una reliquia de san Francisco. El arte se ha convertido en un mercado, en un comercio más. Y el arte no es negociable".
Babelia
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