En vivo
Pronto habrá en la sala de juicios de cada audiencia una cámara fija de televisión y los crímenes que allí se juzguen serán retransmitidos en directo por las cadenas que estén abonadas a ese servicio. Muchos estafadores, navajeros, traficantes de droga y matones a sueldo tienen una cara vulgar; los altos dignatarios que desde la sombra mandan matar no pueden ser grabados porque son demasiado pálidos, casi transparentes, pero hay asesinos de ancianas cuyo rostro está picado de viruela, donde la cámara se agarrará bien, y violadores de niñas con los ojos verdes, que traspasarán la pantalla hasta llegar directamente al corazón de los espectadores. El órgano crea la necesidad. Si todos los juicios en las audiencias del mundo son retransmitidos en directo por televisión, lentamente se irá produciendo una selección natural entre los que se sientan en el banquillo, ya que el público va a exigir que los delincuentes sean cada vez más guapos, y sus crímenes, siempre más horrendos. La. cámara nunca es inocente: cuando se enamora de un asesino lo absuelve. Bastará con poseer un gracioso hoyuelo en el mentón para ser impune, y de esta forma la belleza criminal reinará en las calles. El espectáculo no se va a establecer sólo en los juzgados; pronto las mejores escenas de amor serán las que se retransmitan en vivo desde la celda del vis-à-vis en la cárcel, donde el preso devora a la novia sobre el petate, y después la cámara buscara más carne, esta vez chamuscada. No se detendrá hasta dar un día a la semana la ejecución de un bellaco desde el mejor ángulo del patíbulo, y sólo por eso habrá que volver a crear la pena de muerte, aunque la selección de los condenados se hará entre aquellos cuyo peor delito consista en tener un rostro que no inspire simpatía o compasión. Podría ser usted mismo. Se va a necesitar gente guapa para ser absuelta, gente desagradable para ser achicharrada, guillotinada, ahorcada de verdad a la hora de máxima audiencia, mientras en la alfombra frente al televisor los niños juegan con un trenecito.
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