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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa avanza

LA CUMBRE de Maastricht, presentada como uno de los hitos de la construcción europea, ha terminado con la firma de un Tratado de la Unión, con dos vencedores claros y con más de un momento de angustia (le quienes no quieren contemplar el proceso de unidad continental con cierta perspectiva histórica.El tratado, en su doble vertiente económico-monetaria y política, establece algo más que una entidad (le "vocación federal"", término que figuraba en el borrador y que ha sido suprimido en atención a la radical oposición del Reino Unido. Crea una entidad que a final de siglo, después de la revisión que deben hacerle sus firmantes en 1996 (momento en que, probablemente y gracias al añadido de Austria y Suecia, se estará hablando de una Europa de al menos 14 miembros), tendrá más que una simple vocación: dispondrá de una moneda única, de una autoridad económica Central; de mecanismos de desarrollo económico equilibrado; de acciones, si no comunes, al menos consensuadas en materia judicial; de fronteras y de policía; de una voz propia en cuestiones internacionales, y de un objetivo de defensa común. Lo único que quedará por desarrollar será la política social y el papel democrático de un Parlamento Europeo elegido por sufragio universal, pero con escasas competencias reales (y del que los mayores enemigos serán, probablemente, los propios Parlamentos de los Doce).

Todo ello, al servicio de una ciudadanía europea. Llegar a este punto ha sido el segundo gran éxito de la Europa contemporánea. El primero anudaba en Roma en 1957 a seis países, cuatro de los cuales habían sido hasta 12 años antes acérrimos enemigos de los dos restantes.

Una de las peculiaridades de la construcción europea es que, dada la necesidad de conciliar las políticas nacionales de quienes, al fin y al cabo, son potencias a escala mundial, el progreso se hace siempre consiguiendo mínimos comunes denominadores. Ello hace que dependa de cuánto cede el más reticente, en este caso el Reino Unido, en su política de dejarse arrastrar con los pies plantados a contracorriente. Así, el primer ministro Major se ha convertido en uno de los vencedores de Maastricht, lo que, paradójicamente, ha beneficiado a la CE: ha conseguido que no se hable de una "vocación federal"" de Europa; que, al vetarlo, se archive el proyecto de la política social (aunque otros países, entre ellos España, se hayan frotado las mano!); que no se eche a andar una auténtica política comunitaria de defensa y seguridad independiente de la OTAN, sino que se plantee sólo como objetivo, o que la posibilidad de imponer por mayoría aspectos de política internacional quede reducida al mínimo. Incluso la tan cacareada oposición británica al establecimiento de una moneda única -consagrada finalmente en su derecho a quedar fuera de la tercera fase de la unión monetaria- es un triunfo del principio defendido a capa y espada con la boca chica y con la vista puesta en que Londres no deje de ser el centro financiero europeo en favor de Francfort, es decir, en sumarse al sistema en cuanto sea necesario. Cuando, en 1999, el ecu se convierta en moneda de curso legal, los británicos la llevarán también en el bolsillo.

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El otro vencedor de la cumbre de Maastricht ha sido España. La considerable batalla dada por el Gobierno en pro de obtener la consagración efectiva del principio de cohesión -que cada miembro contribuya a las arcas comunitarias en justa proporción a su riqueza- ha dado resultado positivo con su plasmación en un protocolo final del tratado. El éxito se ha conseguido en dos direcciones: la constitución de un fondo para ayudar a los cuatro más pobres (España, Portugal, Grecia e Irlanda) a completar su infraestructura en política de medio ambiente y en sistemas de transporte (aunque no, como pretendía España, en materia de sanidad y educación), y el reconocimiento de que la capacidad contributiva de cada miembro debe ser proporcional a su nivel de desarrollo.

No sería justo escatimar al presidente González el acierto con que ha luchado para llegar a tamaño buen puerto. Pero tampoco debe olvidarse lo acertado que resultó obtener el respaldo del Parlamento para acudir a Maastricht con la fuerza moral de la unanimidad. La semana que viene, precisamente, informará de todo ello ante el Congreso de los Diputados.

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