El niño y los derechos humanos
La educación preescolar está en camino, clara y firmemente, de transformarse profundamente y dejar de ser la cenicienta de los sistemas educativos para configurarse en la gran estrella y en la mayor esperanza de futuro desde la nueva óptica de la educación infantil como un nivel educativo en el mismo.Probablemente no sea casual, y en todo caso resulta muy significativo y oportuno que el papel preponderante que va adquiriendo la educación infantil coincide con una época, umbral de un nuevo milenio, en la que la humanidad empieza a sufrir un cambio radical de escenario y de comportamientos. Es ésta la época de la transición hacia una nueva era, la era de la primacía del conocimiento y de las comunidades, cargadas de espléndidas promesas, pero también amenazada por innumerables dificultades y problemas de creciente complejidad que parecen ensombrecer la esperanza del mañana.
Energías morales
La humanidad toda, cada sociedad, puede cambiar el curso de su historia de dolor y desesperanza, si decide poner a tal fin los medios intelectuales, cognoscitivos y materiales de que dispone, junto con sus inmensas energías morales latentes. Cada ser humano posee un potencial inexplotado e inestimable de imaginación, de creatividad, de capacidad innovadora, que junto al espíritu de convivencia y de solidaridad son capaces de mejorar fundamentalmente la condición y el devenir humanos.
Ante tamaños desafíos y oportunidades, los sistemas educativos en general y la educación infantil, en particular, tienen hoy, como nunca, la ocasión de realizar la urgente e imprescindible revolución educativa para poner en marcha esa evolución cultural profunda que se requiere desde la más amplia participación social, así como desde una actitud anticipatoria.
El nino, como futuro hombre o mujer, es el sujeto de los derechos humanos universalmente proclamados, además de los derechos específicos del niño. Para poder vivir en plenitud sus derechos y ejercer sus futuros deberes es indispensable que, desde el más exquisito respeto a su dignidad y con el mayor amor, se preste a cada niño, desvalido y naturalmente egocéntrico en sus primeros años de vida, una atención integrada y sistemática que estimule y promueva el desarrollo de todas sus capaQidades físicas (biológicas), psicológicas (afectivas y cognitivas) y sociales (ambientales). Tal debe ser la finalidad de una adecuada educación infantil.
La Conferencia Mundial sobre Educación para Todos, de 1990, formuló entre sus objetivos prioritarios la "expansión de la asistencia y de las actividades de desarrollo de la primera infancia, incluidas las intervenciones de la familia y de la comunidad, especialmente para los niños pobres, desasistidos e impedidos".
En el desarrollo de las modalidades de educación infantil, las prioridades han estado profundamente condicionadas, tanto por factores internos como externos al sistema educativo. La educación infantil se ha visto favorecida en los países más desarrollados respecto de las demás etapas de los sistemas educativos, a medida que estos países han logrado, sobre todo a lo largo de estas últimas décadas, que todos los niños en edad escolar accediesen a la educación primaria y, más aún, a la educación básica, tanto más que la educación secundaria superior también se ha generalizado en creciente medida.
Desarrollo armónico
En este proceso de atención prioritaria sucesiva de los diversos niveles educativos, tan sólo ha ido a la zaga de la educación infantil la educación especial para una atención integrada o específica de los minusválidos físicos y psíquicos, así como de los superdotados. La Convención sobre Derechos del Niño, aprobada en 1989 por las Naciones Unidas, reconoce que la educación infantil es prerrequisito indispensable para el desarrollo armónico fisico y psíquico de cualquier persona, para lograr su normal integración social, así como para el acceso eficaz al conocimiento básico.
Sin embargo, las políticas educativas de los países no reflejan aún por igual el cada vez más extendido reconocimiento de estos principios y realidades. A ello contribuyen no sólo las demandas en conflicto de otras necesidades dentro del respectivo sistema educativo, sino también una larga tradición de atención de los niños en el seno familiar hasta la edad propiamente escolar (de cinco o seis años de edad). La especial dependencia de la madre y del padre, sobre todo en la edad más tierna, ha sido reconocida y amparada socialmente desde tiempo inmemorial, incluso según la propia convención de los derechos del niño. Es ésta una responsabilidad común, de carácter primario, sobre todo en cuanto a la educación y el desarrollo del niño, y ha empezado a dejar de ser un "asunto de mujeres", tal y como lo señala, por ejemplo, el Segundo Programa de Acción de la Comunidad Europea.
Desde hace ya algún tiempo se identifica y promueve como parte esencial del desarrollo educativo la llamada educación informa¡ que ejercen los padres en colaboración con otros miembros de la familia extensa y, muchas veces, también con la inestimable colaboración de la comunidad de su respectivo entorno.
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