La lengua amputada
EL RELEVO en la Real Academia Española, a cuyo frente ha sido elegido el filólogo Fernando Lázaro Carreter, y la creación y dotación del Instituto Cervantes como entidad del Estado para la difusión de nuestra lengua en el mundo, con el profesor Nicolás Sánchez Albornoz como responsable, suponen una buena oportunidad para que la sociedad española se plantee cuál es su relación con ambas entidades. Hasta ahora mismo, la Academia ha malvivido y se ha tenido que sostener en débiles estructuras presupuestarias para sacar adelante algunos de sus propósitos ineludibles, como el Diccionario que le encomiendan sus propios estatutos. En cuanto al Instituto Cervantes, éste fue creado casi a regañadientes, con una dotación económica aún por definir y con una capacidad de gestión, basada en la generosidad del erario público, disminuida por la propia reticencia del Gobierno a la hora de dotarlo.En un Estado donde el dinero ha fluido en los últimos tiempos para cubrir las iniciativas más extravagantes, resulta paradójico que las dos entidades dedicadas a proteger y difundir el valor más permanente de nuestra cultura sigan sintiéndose huérfanas del apoyo que precisan. Da la sensación de que en esta época de las trivializaciones resulta más prestigioso el ruido que la esencia, y en ese sentido, el descuido en que se tiene la protección de la lengua es un sinónimo de la propia desidia de la sociedad.
Ahora, cuando las celebraciones españolas y europeas parecen tan solemnes, no estaría mal que la Administración se planteara acabar con la situación de precariedad en que se ha tenido a la defensa del español. Nuestro idioma vive como si fuera una lengua amputada, agredida desde los medios de comunicación, desde el Parlamento y desde la vida cotidiana. La responsabilidad institucional en esa falta de decoro es enorme. Pero no es menor la de todos nosotros.
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