Rimas y laúdes
La gran orquesta de laúdes españoles Roberto Grandío que dirige Pedro Chamorro fue llamada para que diera un concierto acompañado de mis poemas en una sala de la ciudad bilbaína de Algorta. Era la primera vez que yo hacía en el País Vasco un acto de esa importancia, aunque hace unos años había dado un recital en Bilbao y poco después asistí con mi mujer y mi muy querido amigo Marcos Ana al Festival de Cine de San Sebastián, en donde coincidí con Libertad Lamarque, a la que desde mi exilio argentino no había vuelto a ver, y con la increíble Bette Davis.Este recital con los laúdes, Aire y canto de España, es una de mis actuaciones preferidas, pongo en ellas la misma apasionada ilusión que ponen los jóvenes y arcangélicos músicos con los que he recorrido ya tantos lugares. Mi colaboración con ellos comenzó hace ocho años con la Invitación a un viaje sonoro, rememorando aquellos otros lejanos que realicé en Argentina con los hermanos Aguilar. Durante los primeros años de colaboración, Grandío era un magnifico cuarteto de laúdes que, bajo la sabiduría de Pedro Chamorro, se ha convertido en la única orquesta de instrumentos de púa profesional que existe en nuestro país, con 18 intérpretes, algunos de los cuales parecen todavía colegiales por su poca edad. El día del concierto hubo un multitudinario auditorio, que escuchó atentamente a los laúdes acompasando los poemas de Alfonso X el Sabio, romances moriscos, letrillas clásicas, hasta llegar, pasando por madrigales del siglo XVIII, a emocionadas rimas de Bécquer, poemas de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca y míos. Todos ellos alternados con la música de Luis de Narváez, Antonio de Cabezón, el padre Soler, Enrique Granados, Manuel de Falla y Joaquín Turina, entre otros. Una vez más descubrí algo que siempre he sabido: el gran sentido musical que poseen los vascos, presente ya en los desafíos entre los versolaris, esos bardos, cantores populares, sólidas raíces de la afición a la poesía y a la música de este país.
Durante nuestra estancia allí vivíamos en Getxo, en un acogedor hotel, cuya habitación tenía una espléndida ventana que cuadriculaba una playa perfecta que llenó de belleza nuestra breve visita, con una mar maravillosa por la que se deslizaban frágiles veleros, y frente a la que corrían niños con graciosos perros que ponían como una greca movida, decorada por una arena brillante.
Unos días más tarde, me trasladé a Cádiz para presidir el fallo del jurado del Premio Nacional de Poesía Rafael Alberti que, por segunda vez, ha recaído en una mujer, María del Valle Rubio, sevillana por cierto, con un libro que se titula Museo interior. Me llena de satisfacción que sea una mujer, a quien todavía no conozco, quien gane este premio que lleva mi nombre.
El próximo día 16 cumplo 89 años. Casi un siglo. El Ayuntamiento de El Puerto creo que está organizando con mucho cariño una fiesta para celebrarlo. En mi última visita allí, hace unos días, comenté mi deseo de que no se gastara ningún dinero con ese motivo, pero he tenido que aceptar ante la generosa evidencia de las subvenciones que diversas entidades han ofrecido. En el programa de actos culturales para el pueblo gaditano se encuentra A galopar, recorrido que hacemos Paco Ibáñez y yo a través de la poesía española. Paco se halla en París, desde donde, de manera desinteresada e ilusionada, se trasladará a El Puerto para festejar mi cumpleaños.
Mis 89 años frente al mismo mar, casi inmóvil, de siempre. Cuando estoy frente a él, en la desembocadura del río Guadalete, nunca puedo dejar de pensar en la llegada de los árabes, en su lucha con los visigodos y en que este mismo rumor que yo hoy escucho, es el mismo que escucharían ellos el día de su batalla. Este sonido eterno del mar, hoy calmo, anterior a los fenicios, me hace recordar el terrible ciclón, la furiosa tempestad que destruyó ante mis ojos, hace unas semanas, magníficas palmeras de la playa. Ahora, a mis 89 años, recorro otra vez las mismas calles de mi ciudad, las playas de mi bahía, más despacio, sí, que cuando las atravesaba con la enloquecida y recordada Centella. Pero es el mismo paseo de aquel muchacho, con una vida detrás repleta de sobresaltos y lejanía, de añoranzas y esperas, de nuevo con la mirada puesta por las mañanas en ese reloj de la iglesia Prioral que hoy, por vez primera en más de 40 años -gracias, Hernán-, está en marcha, marcando implacable las últimas horas de mi vida...
Me llaman de televisión para pedirme que felicite a todos los andaluces en la fiesta de Nochevieja para despedir con alegría 1991... Un año en el que tantas cosas por las que muchos hemos luchado se han venido abajo, después de tanto esfuerzo, tanta sangre y tanta tinta vertida para construirlas... ¿Qué podría decirles? Sólo se me ocurre desearles que este próximo año sea para ellos tan feliz y sereno nivel personal como el que va a finalizar lo ha sido para este joven poeta de 89 años que aspira a no morirse nunca.
Copyright Rafael Alberti.
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