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Los clientes exigen a las prostitutas callejeras y a los 'chaperos' hacerlo sin preservativos

Francisco Peregil

En un buen garbeo por el paseo de Camoens, la calle del Almirante o la de la Ballesta, las conclusiones que podría extraer un ginecólogo medianamente sensibilizado con el sida no podrían ser más pesimistas. Escuchará frases como éstas: "Para hacerlo con condones, me voy con mi mujer", "además de puta, exigente", "y encima querrás que pague yo el preservativo".

Da la casualidad de que la mayoría de las prostitutas jóvenes que recorren la calle tienen los brazos como acericos, y que muchos de sus clientes creen que "eso del sida" es algo que sólo les ocurren a los americanos.

En las ocho o nueve saunas de lujo (entiéndase las que cuentan con personal para atender a 25 hombres a la vez), la exigencia de utilizar preservativos abarca a todos. Pero ése es otro universo, sería como comparar el baloncesto español con el de la NBA. De entrada, en muchas saunas existe hasta servicio de ginecología y las chicas disponen de unos hábitos higiénicos que las callejeras sólo ven en el cine.

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José es el relaciones públicas de una sauna bien conocida en este círculo. Saca cinco mil pesetas por cada cliente que lleva desde los bares de alterne, más las propinas y las copas a las que lo suelen invitar. Asegura que algunas putas les ponen con la boca hasta dos condones a los clientes sin que ellos se percaten.

La directora del centro social para prostitutas del distrito de Centro, Rocío Nieto, lo aclara: "Las que no tienen una figura bonita no pueden permitirse el lujo de exigir al cliente que lo haga con preservativos".

Pareja de buscones

Con los chaperos (adolescentes que se prostituyen), la historia no es muy distinta. José pone chapas (se prostituye) en la calle del Almirante y tiene 19 años; está enganchado a la cocaína y trabaja por el día en una imprenta. Por la noche, su novia alterna en el bar Rotterdam, en plena zona de la calle del Capitán Haya. "Ella está enganchada al caballo. Tiene sólo 25 años y yo estoy intentando que deje la droga. Además, está embarazada de un mes y queremos casarnos, pero tiene que arreglar los papeles, porque hace poco que se separó de un tío extranjero. Ella no sabe que yo estoy en Almirante".-¿Te has encontrado algún vecino aquí?

-El otro día vi a un sargento que tuve en la mili. Yo no sabía que el tío era maricón.

José gana 5.000 pesetas por cada penetración y se lleva 1.000 de propinas. Su novia saca 20.000 pesetas limpias por cada hombre. Viven en un piso alquilado y están deseando tener el hijo. "Podremos mantenerlo".

El guardacoches de un bar de la calle del Almirante explica que entre los chaperos también hay Clases. "Algunos ponen el culo, y otros sólo dejan que les hagan felaciones. Conozco a uno que pone chapas desde los 12 años, ahora tiene 22, y nunca se ha metido en líos de drogas".

Un chapero rubio de ojos azules dice que advierte siempre al cliente de que él sólo hace superficiales (actos sin penetración).

"Si me lleva a su piso y le puedo robar algo, lo hago; si puedo quitarle la cartera, también. La heroína está muy cara, colega". Dice que a los clientes les da lo mismo hacerlo sin condones, a pesar de que ellos no esconden el brazo pinchado. "A veces, antes del acto, los maricones nos acompañan a comprar las dosis y nos ven inyectárnolas".

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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