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Un ejercicio de hipocresía y puritanismo

Para mí, hijo de emigrantes de Alemania y de Europa del Este siempre ha sido un misterio que el puritanismo de los colonos ingleses del siglo XVII haya seguido siendo, después de tres siglos, un rasgo tan característico en una nación de más de 200 millones de emigrantes de todos los continentes y de las más variadas sociedades.Durante la segunda semana de octubre, en la fase final de los testimonios para la confirmación en el cargo de miembro del Tribunal Supremo de Estados Unidos del juez Clarence Thomas, fuimos testigos de una de esas repetidas explosiones volcánicas de fariseísmo que se han producido frecuente e inesperadamente en la historia norteamericana. En el siglo XVII, inquisiciones histéricas de supuestos pensamientos de supuestas brujas; en el siglo XX, retórica estridente sobre intenciones sexuales ante millones de telespectadores.

Los conservadores del Senado estaban al principio más indignados porque se hubiera filtrado un informe confidencial del FBI que, con las acusaciones de acoso sexual que éste contenía. Pero después de que un puñado de sus colegas femeninos y varias organizaciones feministas importantes hubieran expresado su indignación por la rapidez con que se disponían a confirmar al juez sin antes investigar seriamente las acusaciones de acoso, transfirieron su propio sentimiento de indignación, debido a la filtración del informe, al carácter supuestamente vengativo o desequilibrado de la mujer que le acusaba, la profesora Anita Hill.

Los liberales del Senado, que hablaban como si nunca hubieran sido culpables de anteponer la ventaja política a los intereses de la nación, estaban indignados con el cinismo triunfal del presidente Bush.

Decidido a crear un Tribunal Supremo completamente conservador, el presidente nominó a un negro conservador sin ningún tipo de cualificación especial, y luego tuvo la temeridad de afirmar que el hombre que había elegido era la persona más cualificada disponible y que la raza nada tenía que ver con su elección. En su esfuerzo por combatir la mediocridad y la hipocresía del presidente, los liberales aprovecharon la oportunidad para desacreditar moralmente a este hombre en particular, por un tipo de comportamiento verbal, común entre hombres en general, entre los que, sin duda, se incluyen senadores liberales y conservadores.

Las feministas estaban indignadas con la decisión del Senado en su conjunto (no sólo los conservadores) de ignorar el testimonio confidencial de la profesora Hill hasta que se vio obligado por la publicidad del asunto a examinar el contenido de las acusaciones. Estaban indignadas con la decisión inicial de este club de caballeros de dar por válida la palabra del juez Thomas sin haberse entrevistado siquiera con la profesora Hill. Luego les movió la tradicional decisión puritana a la hora de castigar a un hombre por sus palabras y pensamientos groseros. De hecho, no le acusaban de amenazar física mente a la señorita Hill ni de pejudicar su carrera. La indignación moral estaba contra la expresión de sentimientos frecuentes tanto entre hombre, como entre mujeres.

Las mujeres antifeministas tanto negras como blancas, expresaban su desprecio por una mujer a la que imputaban acusaciones oídas con frecuencia Debe ser una mujer negra que no quiere ver a un hombre negro triunfar. Debe ser una amante defraudada, o la típica seductora despreciada por los hombres a los que intenta seducir. Se había beneficiado de su asociacion profesional con él hace años, y ahora le atacaba. Debe sufrir alucinaciones, expresar fantasías en las que es posible que crea o no. Ha debido ser el agente voluntario, y quizá mercenario, de los liberales y las feministas. Etcétera.

El juez Clarence Thomas, al principio de los testimonios, había rehuido completamente cualquier pregunta sustancial acerca de sus puntos de vista legales y filosóficos, y había jugado con maestría la carta racial pidiendo que se le juzgara por su carácter y por su ascenso desde la pobreza negra rural al éxito en la Facultad de Derecho y su servicio civil.

Cuando se hicieron públicas las acusaciones de Anita Hill, Clarence Thomas comparó las audiencias con un linchamiento, y se vistió con el manto de la virtud, después de lo cual ningún senador que dependiera del voto negro se atrevió a ir contra él.

Todos eran puritanos, porque su caso era uno de indignación mal enfocada relativa a las interioridades de la mente humana, acompañada de una considerable dosis de hipocresía, a excepción de la propia profesora Hill.

Habló con tranquilidad y basándose en hechos. Era una conservadora sin histerismos, decidida a hacer público un tipo de comportamiento que es sencillamente incompatible con la supuesta igualdad del hombre y la mujer en una sociedad civilizada e incompatible con las responsabilidades de uno de los nueve magistrados que deben interprer la Constitución.

En su breve comentario después de que el juez Thomas hubiera sido confirmado, la señorita Hill afirmó que creía haber hecho que el acoso sexual figurara en la agenda, pública y privada. Esperemos que lo haya conseguido.

Gabriel Jackson es historiador.

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