Concierto en las alturas
El sonido de 100 campanas se adueñó ayer del viejo Madrid
El tañido de 100 campanas inundó ayer las calles del Madrid de los Austrias. Unas 125 personas se encaramaron a una veintena de torres para interpretar el concierto Magna Mater, escrito por el compositor Llorenç Barber en homenaje a "este achacoso Madrid". Desde la tierra, miles de personas escucharon con un silencio respetuoso un sonido que ya pocos recuerdan. En el Viaducto, el público inundó la calzada y acalló a los vehículos. Durante 45 minutos, las calles del viejo Madrid recuperaron el pulso de otros siglos.
"Me prometieron que iban a cortar el tráfico en Bailén", clamaba Isabel González, directora del Festival de Otoño de la Comunidad ante una patrulla de la Policía Municipal. El público comenzaba a abarrotar las aceras del Viaducto. "Por favor, intenten hacer algo". La iniciativa popular palió el olvido del Ayuntamiento: minutos antes de las cinco de la tarde, hora del comienzo del concierto, los presentes fueron adueñándose poco a poco de la calzada. Querían escuchar las campanas sin interferencias. Al final, la policía cortó, el flujo de vehículos. Los viajeros de un autobús de la línea 3, atrapado entre la multitud, pudieron seguir el concierto sentados.Tres cohetes fueron la señal de partida. Miles de personas repartidas por Bailén, la Plaza de la Villa o la Puerta del Sol escucharon los primeros repiques. Otros prefirieron callejear, intentado adivinar la procedencia de los sonidos. "¡Mira, se le ha visto la cabeza!", gritaba un crío, señalando al campanario de la iglesia de San Miguel.
Parejas con niños, jóvenes modernos, ancianos y monjas estiraban el cuello para abarcar mejor el sonido, que llegaba con alguna dificultad. "No se puede apreciar la obra en su conjunto. En otra ciudad quedaría mejor", comentaba un paseante.
Cerca de 125 personas procedentes de coros y conservatorios de Madrid y Valladolid participaron en el concierto. El sábado tuvieron un ensayo en el Círculo de Bellas Artes. "El 6 de enero hicimos una experiencia similar en Valladolid", comentaba Icíar Blanco al término del concierto. A ella le tocaba controlar el cronómetro en la iglesia de San Andrés. "Todo funciona a base de medir el tiempo". El la no oía las demás campanas, pero la suya aún le retumbaba en los oídos. "Nos teníamos que haber puesto tapones. A mí se me pasó".
Algunas de las campanas, que no repicaban desde los azarosos tiempos de la guerra civil, fueron reparadas para la ocasión. La de la iglesia de Santa Cruz, en Atocha, fundida allá por el siglo XV, fue la más antigua que sonó. Cuando los repiques terminaron, la gente rompió a aplaudir. La ovación se ahogó en el rugido de los motores, que recuperaban así su perenne protagonismo.
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