Las horas bajas del 'sueño americano'
La incertidumbre económica hace que la clase media estadounidense mire al futuro con temor
Un fenómeno recorre Estados Unidos. La crisis económica se ha instalado en la conciencia de la omnipresente clase media norteamencana y ha inoculado la incertidumbre. Este hecho ha empezado ya a tener consecuencias políticas en las elecciones regionales celebradas este año, y, de no producirse un cambio drástico, volverá a tenerlas en las elecciones presidenciale s del año próximo. El presidente, George Bush, sabe que tiene que revitalizar los ánimos de la clase media para conseguir la reelección, y la oposición demócrata basa su campaña en convencer a ese sector de la población norteamericana de que los 10 años de Gobiernos republicanos son los responsables de la crisis actual.Pero ¿se trata de verdad de una crisis? Si se advierte que la clase media norteamericana (el 54,7% de la población) se mueve en una franja salarial que oscila entre los dos y los cinco millones de pesetas anuales, a nadie se le ocurriría hablar de crisis. Pero si se tiene en cuenta que esos sala rios son iguales o inferiores a los de dos años atrás y que los norte americanos -que siguen pagan do sus impuestos religiosamente- observan un deterioro permanente de su nivel de educación, de asistencia sanitaria y de la mayoría de los servicios públicos, la preocupacion actual resulta más comprensible.
Un informe reciente del semanario Newsweek concluía que era injusto derramar lágrimas por una clase media que disfruta de una situación privilegiada. Es cierto que un norteamericano medio vive en una casa el doble de grande que la de un japonés. En Estados Unidos hay ocho veces más hogares con calefacción que en Japón, cuatro veces más televisores por habitante, dos veces mas casas con agua corriente, tres veces más camas de hospital y 10 veces más espacio para aparcamiento. Pese a todo, la clase media se queja y tiene miedo.
Más pobres
El sueño americano no consiste sólo en vivir bien, sino en mantener la expectativa de vivir mejor. Y eso es lo que está en peligro, no para los más ricos -que lo son aún más- ni para los más pobres -que también lo son más-, sino para esa clase media, orgullo de la sociedad de bienestar norteamericana, que vive en una casa de tres plantas, con dos coches en la puerta y tres hijos en la Universidad.
La recesión está cambiando los hábitos consumístas de muchos neoyorquinos, y las tiendas están actuando con agresividad para corregir esta conducta. Un mes y medio antes que cualquier otro ano empiezan a verse los letreros que anuncian las rebajas de Navidad en las tiendas de Nueva York. Un restaurante elegante del este de la ciudad ha desplegado un cartel en su puerta en el que se lee: "Queridos clientes: debido a los problemas económicos que padecemos, hemos decidido rebajar el menú del día, un 20%, incluyendo la sopa. Vamos a afrontar estos tiempos unidos. ¡Venceremos!".
Richard Clayton era un clásíco aspirante a yuppy neoyorquíno cuando la crisis se interpuso en su camino. "La ventaja que descubro en estos malos tiempos es que trabajo menos y tengo más tiempo para mí y para mi família". Richard trabajaba en Kidder Peabody, una importante firma de Wall Street, hasta que fue despedido en diciembre de 1990 afectado por un recorte de personal. "Fue la época en que un joven con poca experiencia y con un poco de suerte podía llegar a ganar hasta 100 millones de pesetas al año. Si algo nos, ya a enseñar esta crisis es que eso se ha acabado para siempre".,
Hasta 1990, Richard ganaba más de 10 millones de pesetas al año y vivía en un lujoso apartamento en Manhattan con grandes ventanales sobre el East River. Ahora gana menos de la mitad y se ha tenido que trasladar al Estado de Nueva Jersey. Ha conseguido mantener su automóvil BMW, pero se lo piensa antes de gastar cada dólar. Viaja en metro y autobús; cocina en casa, en lugar de salir cada noche a un restaurante distinto, y sigue disfrutando de dos semanas de vacaciones, pero no en hoteles de cinco estrellas,como antes.
Otras familias norteamericanas no han bajado considerablemente su nivel de vida, pero se quejan por no haber podido satisfacer susÍÍpectativas. Es el caso de Paul Soifer, dueño de una pequeña empresa consultora, y de su esposa, Maralyn, profesora en un colegio privado "No he podido cambiar de coche hace años", dice Maralyn, porque le compré uno a mi hijo cuando se marchó a la Universidad. Cuando nuestra hija termine el colegio, dentro de dos años, no vamos a poder comprarle uno; ni siquiera sé si podrá estudiar fuera de California, como es su deseo".
La clase media de California, donde está basada la mayor parte de la industria militar de Estados Unidos, se ha visto muy afectada en los últimos 18 meses por la repercusión del final de la guerra fría. Muchos de los contratos del Gobierno para la fabricación de armas han sido cancelados, lo que no sólo ha afecta do a los puestos de trabajo, sino al desarrollo de la investigación tecnológica en el área. La compañía McDonnell Douglas, una de las empresas punteras en la industria aeroespacial, despidió el año pasado a más del 10% de su plantilla de 40.000 trabajadores.
Los signos de la recesión son muy diferentes en uno de los lugares más privilegiados de Los Angeles, en Beverly Hills, repleto de las mansiones de las estrellas pasadas y presentes de Hollywood. Allí lo único que recuerda que los tiempos han cambiado son algunos carteles de "Se vende" y, sobre todo, los clientes de las famosas y carísimas tiendas de Rodeo Drive, casi todos ellos japoneses.
Como el resto de los norteamericanos, los habitantes de Massachusetts, uno de ¡os Estados donde se ha notado más el impacto de la crisis, utilizan tarjetas de crédito para la mayoría de sus compras, pero los juicios por impago a los grandes almacenes o a las compañías de servicios están a la orden del día. En las listas de deudores aparecen personas como un veterinario titulado en Harvard o un experto en comunicaciones en un poderoso banco. Entre 1985 y 1990, las bancarrotas individuales aumentaron en el Estado de Massachusetts en un 403%, el porcentaje más alto de Estados Unidos.
En los dos últimos años, el mercado laboral de Massachusetts perdió 300.000 empleos, lo que equivale a la peor crisis desde la gran depresión de principios de siglo. Los pioneros bostonianos buscan nuevas tierras de promisión laboral, que se encuentran, principalmente, en los sectores de la salud y de la nuevas tecnologías. La biotecnología, las empresas de reciclaje, el software y las redes de comunicación por ordenador son los nuevos alicientes para la clase media emprendedora. Pero lo que más éxito tiene es montar una empresa dedicada a enseñar a otros a crear la suya.
El amor es la solución
Los comportamientos se adaptan a los nuevos tiempos. Hasta el cine se adapta. Si la película Nueve semanas y media representaba el sueño de los jóvenes norteamericanos por el dinero y el lujo, Hollywood facilita hoy nuevos productos, por estos momentos difíciles. El mensaje de películas como Frankie y Johnny, un romance entre una camarera y un cocinero, presenta el amor como la solución para superar las dificultades económicas.
A la espera de nuevas oportunidades para consumir, los norteamericanos se refugian en la familia. Cualquier solución es válida. La clase media no se entrega. En su libro The good life, el historiador norteamericano Loren Baritz afirma: "La historia de la clase media norteamericana muestra que la presión económica puede producir ansiedad, e incluso miedo. Sin embargo, siempre tiene la sensación de estar donde tiene que estar, de que la semana que viene estará mejor y de que el país no le fallará. Es imposible creer que la clase media norteamericana pierda su fuerza y sus creencias, y mucho menos que desaparezca".
Carolyn Jenkins dice que vive peor que sus padres
"Yo vivo peor que mis padres, y temo que mis hijos vivirán peor que yo", dice Carolyn Jenkins, de 30 años, que trabaja en una agencia de publicidad en la ciudad de Nueva York. Es hija de un emigrante checoslovaco que progresó lo suficiente como para pagarle una carrera en la Universidad de Columbia y unas vacaciones anuales en Europa. Desde hace dos años, su salario de poco más de dos millones de pesetas anuales no se ha modificado. Antes lo compensaba con las bonificaciones por los contratos que conseguía, pero hoy todas las empresas han recortado gastos, y la publicidad ha sido una de las áreas más afectadas por esos recortes. "Es como si nadara lo suficiente para no ahogarme, pero sin moverme del sitio", dice Carolyn.Carolyn recuerda "los años ochenta, en los que podía comprar ropa cada semana, esquiar en Europa y salir todos los fines de semana". "Ahora llevo ropa de otras temporadas, a pesar de que en Nueva York las tiendas hacen rebajas como nunca, y para ahorrar dinero me quedo en casa viendo la televisión en lugar de salir los fines de semana".
Richard y Joan Mann ya no pueden gastar como antes
Si hay un lugar en todo el territorio de Estados Unidos que represente verdaderamente el símbolo del sueño americano ese es California, y hasta allí han llegado también las sombras de la crisis. Gastar y consumir, consumir y gastar es en California una forma de vida, casi un derecho constitucional. Modificar eso hábito por culpa de la recesión supone una verdadera tragedia para Richard y Joan Mann, una pareja en la que ambos han cumplido ya los 40 años.Richard y Joan viven en el valle de San Fernando, en las afueras de la ciudad de Los Ángeles. Tienen una hija de nueve años, una preciosa casa que compraron hace cuatro y dos coches. Por primera vez en su vida se ven obligados a tener que vigilar el presupuesto familiar. Richard ocupa un cargo de mando medio en una empresa de servicios público en la que ha visto su salario recortado por la eliminación de las horas extraordinarias. Su esposa, que abandonó su trabajo de enfermera hace cuatroaflos, intenta ahora recuperar su puesto para contribuir a la maltrecha economia doméstica.
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