Invertir en desarrollo
Los indicadores económicos de América Latina permiten pensar que la región puede pasar de la "década perdida" a la "década de la esperanza". El autor analiza la coyuntura económica latinoamericana y expone su opinión de que la región vuelve a ser atractiva para los Estados y empresas de los países industrializados.
La realidad de América Latina en los comienzos de la presente década está caracterizada por una dualidad: por una parte, persisten los efectos de la crisis de los ochenta, y por la otra, se vive un resurgimiento esperanzador basado, por primera vez en mucho tiempo, en estrategias sólidas, con elementos muy positivos en materia institucional, política y económica. Una lectura de los principales indicadores macroeconómicos, unida a la observación y el análisis de sus recientes procesos políticos, permite afirmar que es posible para la región pasar, en palabras del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), de la "década perdida" a la "década de la esperanza". Y que es factible también su reinserción internacional, generando favorables intercambios comerciales y rentables oportunidades de negocios para el mundo desarrollado que reviertan en beneficios para los países de la región.Durante los años ochenta no logró crecer en términos reales, y el producto por habitante cayó en -10%, en medio de un crónico déficit fiscal; una deuda externa cuyo servicio consumía un promedio de 27.000 millones de dólares al año; caída de la inversión, con un 40% de la población bajo los niveles de pobreza, desempleo; reducción del gasto social y el consecuente deterioro de las condiciones de vida de la población. Todo esto unido a la pérdida progresiva de competitividad en los mercados internacionales.
La profundidad de la crisis fue de tal envergadura al promediar la década, que de diferentes sectores políticos, intelectuales, sindicatos y también desde los organismos regionales, comenzó a tomar forma un análisis extremadamente realista, introspectivo y consistente, que condujo a una positiva toma de conciencia de los propios problemas, las propias responsabilidades y de la necesidad ineludible de enfrentar definitivamente las reformas radicales que tanto el Estado como el sistema productivo requerían desde hacía largos años. Esto, sin prejuicio de continuar señalando y exigiendo también las reformas que son necesarias en el sistema económico, internacional, cuyos desequilibrios en perjuicio del mundo en desarrollo constituyen causas exógenas que se combinan con las causas internas para mediatizar su crecimiento, como ocurre, por ejemplo, con el proteccionismo o los intereses de la deuda externa.
Contexto democrático
La toma de conciencia se produjo, además, en un inédito contexto democrático que al finalizar la década contaba con la práctica totalidad de los países latinoamericanos bajo un régimen libremente elegido. Los Gobiernos decidieron, unos antes que otros, pero en la actualidad la mayoría, dar comienzo a un conjunto de reformas, hoy en curso, caracterizadas fundamentalmente por las siguientes medidas: descentralización y modernización del aparato del Estado; saneamiento de la economía, recuperando los equilibrios fiscales; desregulación y sostenimiento de los equilibrios macroeconómicos; control de la inflación; apertura al exterior, abriendo los mercados y mejorando la competitividad de las empresas; protagonismo del sector privado en la dinamización y el crecimiento de la economía; creación de mecanismos de seguridad jurídica para la inversión extranjera; privatizaciones de empresas públicas no rentables; adopción de mecanismos imaginativos de reducción de deuda combinados con atracción de inversiones; revitalización realista de los procesos de integración para agrandar los mercados y aprovechar la sinergia de las economías.
El repertorio de transformaciones ha comenzado a dar sus frutos: el PIB por habitante crece por primera vez en cuatro años; hay países, como Chile, que crece al 5,5%, y la región, en su conjunto, tiene un ritmo de crecimiento del 2% -todavía insuficiente, pero alentador, porque se produce sobre bases más sólidas y revela una tendencia-; se ha conseguido vencer la hiperinflación -Argentina y Perú son los casos más destacados-; y el conjunto de países baja el promedio de inflación del 1.500% al 300%, algunos con tasas inferiores al 20%. El año pasado, el superávit comercial latinoamericano fue, de 30.000 millones de dólares, con aumento generalizado de las exportaciones; y la inversión extranjera -concentrada en países como México, Chile, Argentina, Venezuela, que, sin duda, servirán de locomotoras a la recuperación regional- superó los 18.000 millones de dólares, una demostración de que Latinoamérica vuelve a ser atractiva y que los Estados y empresas de los países industrializados están comenzando a tomar posiciones frente a un mercado de futuro prometedor. España es un claro ejemplo.
La nueva realidad permite, a su vez, el pleno aprovechamiento de potencialidades y capacidades con que cuenta América Latina para ponerlas en función de su desarrollo. A manera de ejemplo, cabe señalar su estructura poblacional (el 60% tiene menos de 25 años); los niveles de cobertura educativa, que en países como Costa Rica, Chile, Argentina, Uruguay, Colombia, llegan al 90-100% en educación básica; los ocho millones de universitarios, un importante contingente de recursos humanos técnicos cualificados en el sector industrial, además de los recursos naturales aprovechables racionalmente.
Dinamismo
El potencial y dinamismo de la región se puede también apreciar por el siguiente hecho: en los últimos ocho años ha sido capaz de transferir más de 240.000 millones de dólares al exterior en concepto de deuda, pese a lo cual logró crecer incluso hasta tasas del 3,7% en algunos de esos años. Otro dato que interesa destacar de América Latina como contingente esperanzador y de oportunidades: en el informe de 1990 preparado por al PNUD (programa de Naciones Unidas), aplicado al nuevo índice de desarrollo humano (IDH), que toma en consideración no sólo el PIB, sino otros elementos como entorno, educación, contexto político, derechos humanos, etcétera, podemos ver que de los 44 países del mundo con IDH bajo sólo uno es latinoamericano. De los 42 países con IDH medio, 11 pertenecen a América Latina. Esto no significa" naturalmente, ausencia de graves desequilibrios en el ingreso y el carácter regresivo que hasta el momento está teniendo la recuperación, como señala la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), lo que debe ser corregido mediante políticas redistributivas que apunten a la equidad, materia de la cual es de vital importancia el papel que cumplen y deben cumplir las organizaciones no gubernamentales de desarrollo (ONGD), tanto locales como de los países industrializados, realizando proyectos concretos de calidad de vida y apoyando a las organizaciones sociales para asegurar su participación en los beneficios del crecimiento.
Los renovados esfuerzos de integración, por otra parte, siguen un camino metodológico muy pragmático y factible: acuerdos de libre comercio bilaterales a partir de intereses concretos (Chile-Argentina, Chile-México) junto a esfuerzos subregionales, como el Mercosur (Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay), o el Mercado Común Centroamericano, o el Grupo de los Tres (Venezuela, Colombia, México), los que a su vez se articularán en el mediano plazo con la Iniciativa de las Américas, la gran zona. de libre comercio desde Canadá hasta Chile propuesta por Estados Unidos. Hay ahí un desafío a la imaginación, la audacia y la capacidad política y empresarial no sólo para Latinoamérica, sino también para las empresas europeas, que tienen mucho que ganar en la medida que tomen a tiempo posiciones en la región.
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