Un perturbador imperturbable
El trabajo del perturbador norteamericano Merce Cunningham permanece en sus principios inalterables desde hace más de 30 años, convirtiéndose en un clásico. Sus obras siguen siendo para un público minoritario, aunque sea tan numeroso. Son ejercicios de composición sobre un vocabulario de pasos y formas bastante escueto, común a toda la danza moderna norteamericana.Es indiscutible su figura dentro de la vanguardia, pero parece imposible que nada de estos años haya provocado en él una inquietud de cambio. Con Cage elaboró en los años cuarenta una teoría de diseño de obras basada en procesos aleatorios, rompiendo los lazos de expresión o de forma que mantenían la danza y la música. Beach birds, la última colaboración de ambos compositores, sigue aferrada a esos principios. Evoca un paisaje en calma manejando a ambos los extremos de la quietud y el silencio. Sonidos concretos, suaves y espaciados de dos pianos, cuatro bastones de agua y un sintetizador componen la relajante atmósfera de Cage, mientras los bailarines -maillot blanco con brazos negros- quieren recordar las gaviotas en una playa, aunque sus brazos redondeados y bajos, casi siempre inmóviles, y sus correteos también recuerden a los pinguinos. La obra es poco dinámica y los 11 bailarines la ejecutaron sin limpieza.
Merce Cunningham
Dance CompanyCoreografías: Merce Cunningham. Asesor musical: John Cage. Directora de compañía: Elsa Jacóbson. Beach birds: música, John Cage; escenografía y luces, Marsha Skinner. August pace.- música, Michael Pugliese; escenografía, África (Serguéi Bugaev). Trackers.- música, Enunanuel Dimas de Melo Pimenta; escenografía, Dove Bradshaw. Teatro Albéniz. Madrid. .6 de noviembre.
Mayor vuelo tuvieron los dos restantes trabajos. En August pace aparecieron con mayor fuerza, los saltos, los giros de plano y las acciones de desestabilización vertical. La compañía fue más certera aun fallando, equilibrios y líneas d e unidad. La música de cierto orientalismo volvió a ambientar, ofreciendo un estímulo al espectador Cunningham; siempre en actitud contemplativa, dejándose llevar por la vista de una danza fluyente que no le exige nada, que se basta a sí misma, porque es limitada, desprovista de objetivos precisamente por su teórica libertad.
Las nuevas tecnologías han ayudado siempre a Cunningham para ampliar los márgenes de creación. La última, Trackers, ha sido, al parecer, elaborada mediante una computadora. Los bailarines, con mallas y camisetas en colores variados, van elaborando dúos que se cortan con carreras y giros en dispersión. La sensación espacial es predominante cuando la compañía invade el escenario. La composición coreográfica es de gran belleza cuando los grupos, formando volúmenes, se deshacen como si os elementos se movieran con fuerza centrífuga. El artista norteamericano apareció, como es su costumbre, en esta última pieza, a pesar de su precario estado físico, quizá para provocar una vez más la distorsión, queriendo hacer un soliloquio sobre el ballet.
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