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Jonathan Brown asegura que españa es la cuna del coleccionismo mundial

El historiador explica que cinco aristócratas del XVII lograron reunir 3.000 obras maestras

Hubo un tiempo en que Madrid fue la capital mundial de la pintura. Felipe IV tenía él solo más cuadros que todo París, según un clérigo francés de visita, y cinco aristócratas acumularon colecciones de más de 3.000 cuadros con las que soñaría cualquier museo. El Prado posee hoy 8.000. Otros momentos de gran brillantez conoció la historia del arte, como la Florencia de los Médicis, pero ninguno tan fulgurante. Jonathan Brown, 51 años, autoridad mundial en pintura española, piensa que esas colecciones convirtieron la pintura en un bien superior y fueron el origen del coleccionismo mundial.

Muchos secretos permanecen aún en los archivos, piensa Jonathan Brown, pero no tantos como para negar la evidencia de la superioridad española en el coleccionismo de arte durante el siglo de apogeo de su imperio, algo que apenas ahora se comienza a aceptar. Esto pretende demostrar de una vez por todas Brown, profesor en el Institute Fine Arch de Nueva York y único catedrático de Historia de la pintura española en Estados Unidos, en las muy prestigiosas Mellon Lectures de la National Gallery de Washington, un lugar de encuentro de autoridades de todo el mundo. Para ello tendrá que combatir con la tradición italianizante y con los tenaces expertos en pintura inglesa -mucho más numerosos y con una bibliografía más poderosa-, que siempre han creído que la colección más importante de la época fue la de Carlos I de Inglaterra, creada con la ayuda de su favorito, el duque de Buckingham.

Ideales de belleza

Por el contrario, piensa Brown, la mejor colección de la época fue la de Felipe IV, descendiente directa de la de su abuelo, Felipe II, que fue el primero en querer recrear a la altura de su imperio -el más grande de su tiempo- los ideales del Renacimiento. Pero la colección de Felipe II comprendía no sólo pintura -Tiziano y los italianos en general eran los más considerados por los aristócratas, en tanto que la Iglesia apoyaba más a los españoles-, sino también libros, objetos, esculturas ... ; es decir, una representación del mundo.Con Felipe IV, y previo paso por colecciones tan formidables como la del duque de Lerma, se termina de concretar la idea de que la pintura es un arte liberal. Alimentada la colección real por una pasión sincera y por las donaciones de cortesanos que descubrieron en ello una eficaz manera de halagar al rey, y aumentada por la gestión de embajadores que, como Cárdenas en Londres, supieron hacerse con lo mejor de las mismas liquidaciones que habían de afectar a las colecciones españolas en el siglo XIX, la del rey es la única grande de la España imperial que ha sobrevivido más o menos indemne hasta nuestros días. De ella se compone lo esencial del Prado, una galería de 8.000 cuadros que por número, armonía y dignidad arma, en juicio generalizado, el mejor museo de pintura del mundo. "La desaparición de las demás grandes colecciones españolas constituye una verdadera tragedia", dice Brown.

La historia de cómo fueron creadas esas legendarias pinacotecas, y a qué ritmo, puede resultar no sólo una formidable crónica de la expansión del imperio -"arte y poder van siempre juntos", dice Brown-, sino una extraordinaria novela. No prima siempre el amor al arte -"entonces había coleccionistas apasionados y fríos calculadores, como ahora", dice Brown- ni siempre se acierta; algún desprecio resulta hoy histórico.

Todo aquel poder se concentró en pocas personas. Siete, ocho, no más de una docena. Cuatro de los más importantes eran parientes directos, como subrayó en inolvidable conferencia Jonathan Brown con motivo de la reciente Semana Marañón: el coleccionismo de arte en la parentela del conde-duque de Olivares. El conde-duque de Olivares, una de las figuras bisagra entre arte y política, como han demostrado Gregorio Marañón, John Elliot, Antonio Domínguez Ortiz y ahora, también en el campo artístico, Jonathan Brown.

El primero fue el marqués de Leganés, primo del conde-duque. Bajo su amparo, y gracias a un matrimonio ventajoso, la colección del marqués conoció un crecimiento sin precedentes en la historia del coleccionismo hoy en día inverosímil: en el término de 12 años, desde 1630 a 1642, el marqués adquirió cerca de 100 cuadros al año, es decir, uno cada tres días, hasta totalizar 1.333 cuadros.

Los otros fueron Gaspar de Acevedo y Zúñiga, conde de Monterrey y doble cuñado del favorito; Ramiro Pérez de Guzmán, duque de Medina de las Torres y yerno de Olivares, y Luis de Haro, sobrino y sucesor de Olivares como privado.

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