_
_
_
_

Muere Fred McMurray, uno de los grandes rostros de la comedia americana

El actor estadounidense Fred McMurray, uno de los rostros clásicos de la comedia americana, murió el martes en Santa Mónica (California) a consecuencia de una neumonía. McMurray contaba 83 años y en sus momentos de mayor esplendor estuvo considerado como uno de los hombres más ricos de Estados Unidos. Recuerdos de una noche, El apartamento, Horizontes azules o Así mueren los valientes son unos cuantos títulos de su amplia filmografía.

Hay grandes actores y actores de los grandes. Fred McMurray era de los primeros. Los grandes son un rebote cósmico de la naturaleza de lo que ellos mismos suelen ser escasamente responsables, y los grandes, los responsables a tiempo completo de lo que en vida fueron.McMurray era, como todo gran actor, hijo de su tiempo y a la vez progenitor colectivo del mismo. Y su tiempo fue el de los años 40 y 50, los del primer gran triunfo cosmopolita de la civilización americana. El que siguió a la gran promesa, no quien la formuló. Por ello, fue el actor de los epígonos de Capra. El tipo de comedia en el que su presencia parecía inevitable se halla magníficamente encarnada por El huevo y yo, con Claudette Colbert, en la que una pareja de ciudad trata de iniciar una nueva vida en el medio rural del granjerío protestante americano, y lo consigue superando toda clase de pequeñas amenidades.

Lejos de las grandes cruzadas, de las extrapolaciones mítico-líricas de los mejores filmes de Capra, el personaje que entonces acreditó McMurray se proponía objetivos mucho más mortales. Aquellos en los que la historia de estupendos matrimonios -como entonces probablemente tampoco existían- enfrentados a sinsabores que ahora harían reír por su inocencia, inevitablemente llegaba a un punto en el que los protagonistas se miraban a los ojos y uno de ellos decía: "Están tocando nuestra canción". No exactamente Kramer contra Kramer.

Pero Fred McMurray, precisamente porque era un actor completo, capaz de escamotearse camaleónicamente a sí mismo, compuso también en la fase bajomedieval de su carrera tipos muy distintos. Fue detective de más que dudosa moralidad pero atractivas debilidades en La casa número 322, la primera película como protagonista de Kim Novak, y, sobre todo, el alto ejecutivo que seduce a Shirley MacLaine en la grandiosa El apartamento de Billy Wilder.

McMurray no hubiera podido nunca ser una estrella, como lo fueron Clark Gable o Humphrey Bogart, quizá porque interpretaba demasiado. No sabía, no podía, o no quería, únicamente dejarse ante la cámara, que es privilegio exclusivo de los que pueblan las constelaciones.

Cuando hoy lo recordamos se nos representa como un varón de inequívoca procedencia americana, en la edad indefinida de los primeros actores de la época. Más de 40 y menos de 55. Se diría que su vida cinematográfica se ancló sólidamente en esos límites y que nunca interpretó su edad, sino que adquirió muy pronto una, la más cómoda posible, para instalarse en ella dentro de una envidiable longevidad. Nunca fue del todo joven, aun que tuviera los años biológicos para ello, ni nunca llegó a bregar con la decrepitud del otoño.

En la fabricación de los astros de hoy en día hay un vértigo sin poso que nos expone a los mayores desatinos. Todo lo contrario, el Hollywood que encarnó McMurray. Entonces no se llagaba ni pronto, ni tarde, sino al final de un camino. Prodigios los ha habido, por supuesto, en todas las épocas. Fred McMurray no necesitó serlo. El actor, en cambio, había cursado con las mejores calificaciones toda una carrera.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_