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LA CONFERENCIA DE MADRID

Enfrentamiento entre las delegaciones palestina e israelí sobre la autonomía

La autonomía de los palestinos de los territorios ocupados, que será objeto de discusiones bilaterales entre éstos y los israelíes, parece en principio fácilmente negociable a causa del acuerdo previo sobre una discusión en dos etapas. La cuestión nacional quedaría para la segunda. Sin embargo, el comprensible deseo de los palestinos de saber adónde les conducirá tal autonomía al cabo de cinco años amenaza con hacer estallar rápidamente la negociación.

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En este foro de negociación, el clima es más sereno y distendido que, por ejemplo, el que tiene a los sirios como interlocutores. Cuando el primer ministro israelí, Isaac Shamir, entró en el Salón de Columnas del Palacio Real, saludó con la mano al alcalde de Belén, Elías Freij. Elyakím Rubinstein, el secretario del Gobierno, encargado del dossier de la autonomía, cruzó la sala para estrechar la mano a varios delegados palestinos. Veinticuatro años de cohabitación no han sido en vano, por mucho que ésta fuese conflictiva, entre ocupantes y ocupados, con todo lo que comporta de humillación y sufrimiento para los palestinos. Se borran los estereotipos y se borra la imagen demoniaca que los unos tenían de los otros.Las conversaciones entre palestinos e israelíes no corren el riesgo de resultar bloqueadas á corto plazo, aseguran fuentes cercanas a los negociadores, pese a la apertura con el no categórico de Shamir a toda reivindicación territorial árabe. Y es que el orden del día de este diálogo ya se había acordado por adelantado por las dos partes: comprenderá dos etapas, y en la primera no se tratará de la espinosa cuestión de la tierra, sino únicamente del régimen de autonomía previsto para los palestinos durante un periodo de cinco años.

Únicamente después de tres años de autonomía se comenzará la segunda fase, en la que se podrán plantear los problemas de Jerusalén Este, las aspiraciones nacionales y otros puntos de conflicto, agrupados bajo la apelación, deliberadamente vaga, de "estatuto final o permanente de los palestinos".

Este escenario debería permitir navegar, al menos en la primera etapa, en aguas relativamente tranquilas y rodear las minas territoriales y otros arrecifes explosivos. Sin embargo, nada es menos seguro. Las negociaciones amenazan con fracasar desde el arranque por una cuestión vital. Para los palestinos, el régimen de autonomía, definido como provisional en la invitación oficial para la Conferencia de Paz, sería una especie de antecámara, de pasillo que debería conducir, al cabo de cinco años, si no a la independencia total, sí al menos a la autodeterminación nacional en el marco de una confederación jordano-palestina.

Las intenciones de Shamir

Para Isaac Shamir, sin embargo, esta posibilidad es inadmisible. Cisjordania y Gaza, donde viven cerca de dos millones de palestinos, son considerados por el primer ministro y por sus aliados políticos como parte integrante del gran Israel. Punto y final. Desde esta perspectiva Israel espera poder transformar el régimen autonómico interino en estatuto permanente.

¿Por qué no anexionar lisa y llanamente los territorios, si se considera que forman parte de la tierra prometida? Imposible Eso significaría transformar en ciudadanos de Israel a dos millones de palestinos, que podrían alterar el equilibrio de fuerzas en las consultas electorales y que acabarían con la naturaleza judía del Estado de Israel. La otra opción sería implantar un régimen de apartheid, pero eso supondría que las pocas simpatías que quedan al Estado hebreo en el mundo, incluidas las de EE UU, se desvanecerían de un plumazo.

Conscientes de esta contradicción insuperable, de la trampa en la que Shamir se ha encerrado, ideólogos palestinos como Sari Nuseibe no dudan en enfrentar al Gobierno del país ocupante ante el desafío de la anexión pura y dura.

Sin duda hay otros problemas, más inmediatos, que pueden provocar discusiones interminables durante la negociación, como el de determinar qué autoridad estaría encargada de resolver las eventuales divergencias entre el consejo autónomo palestino y el Gobierno israelí, por ejemplo en torno a la explotación de las aguas subterráneas de Cisjordania (Israel utiliza ya un cuarto de estos recursos).

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