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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Franco pesimismo

MÁS QUE los conflictos concretos a los que tiene que hacer frente el Gobierno de Edith Cresson -como el de los agricultores y el de las enfermeras, con choques violentos en las calles-, el rasgo más preocupante de la situación francesa es una sensación general de pesimismo, desasosiego y alejamiento de la cosa pública que se extiende por la sociedad. No cabe atribuirlo a causas directamente económicas: la inflación nunca ha sido tan baja, y los franceses, dejando de lado zonas de paro y miseria, siguen viviendo razonablemente bien. Pero cunde la impresión de que Francia pinta cada vez menos en el mundo; crece el temor a una inmigración que amenaza la identidad nacional; el mayor papel de una Alemania unida suscita angustias e incluso temores. Los fallos en el funcionamiento de la Administración ahondan el descontento.Un factor esencial es que el carisma de Mitterrand, después de diez años en el Elíseo, sufre una erosión visible. Desde la etapa de De Gaulle, el presidente es la pieza clave de la vida política -y en cierto modo cultural- francesa: por eso un presidente que ha perdido la brillantez intelectual de otras épocas para lanzar proyectos políticos imaginativos y seductores influye muy negativamente sobre el conjunto del panorama nacional.

Ahora aparece claro que, para aceptar un segundo mandato, Mitterrand hubiese debido anunciar desde el principio que el plazo presidencial -actualmente de siete años- se reduciría. Puede decidirse a hacerlo ahora, pero ello sacaría de golpe a flote las luchas intestinas del Partido Socialista, enconadas en los últimos años y que no han estallado hasta ahora gracias, sobre todo, al prestigio del presidente y a la necesidad -para unos y otros- de esperar a que Mitterrand decida cuándo deja el campo libre para que otros socialistas puedan presentar su candidatura a las futuras elecciones presidenciales.

Ante el futuro, el problema más preocupante para Francia no es el agotamiento de Mitterrand: a los 75 años, después de todo, su misión la ha cumplido, y bien. El problema grave es la amenaza de una descomposición del Partido Socialista. Este partido, con todos sus avatares -incluida su refundación por Mitterrand en 1971, ha sido una pieza clave de la política francesa de posguerra. Hoy está dividido en cuatro facciones, cada una con su líder: Fabius, Jospin, Rocard y Chévènement. La dificultad de que se mantengan unidas no dimana tanto de diferencias políticas como de las ambiciones encontradas a la hora de optar por la candidatura al Elíseo o la dirección del partido. Además, en un periodo de auge de la derecha en Europa, se puede dar por descontado que los socialistas van a sufrir serios reveses en las elecciones regionales en 1992 y en las parlamentarias de 1993. Los sondeos indican un claro descenso socialista, situado ahora netamente por debajo de la derecha.

En esa eventualidad, no sería sensato creer que se va a repetir la experiencia de cohabitación de 1986, cuando Chirac encabezó un Gobierno de derecha bajo la presidencia de Mitterrand para ser luego derrotado en la primera consulta electoral. Esta vez la derecha, a pesar de que no logra superar sus divisiones, tiene cartas más fuertes que en 1984 para encarrilar la política francesa hacia nuevos derroteros.

¿Cuáles serán éstos? No se puede disimular el creciente peso que tienen en la opinión francesa los lemas nacionalistas., incluso racistas, lanzados, en primer lugar, por Le Pen y su Frente Nacional. Giscard d'Estaing -símbolo de la derecha civilizada- ha abandonado en el tema de la inmigración las ideas democráticas que dieron prestigio a Francia en el mundo: al preconizar el retorno al derecho de sangre se adapta a las concepciones más reaccionarias. Es una señal estremecedora, porque indica que la cultura tribal, revigorizada en los países del Este, también prende en la derecha francesa. A pesar de las imágenes siniestras que se perfilan hoy en el campo de la derecha francesa, no se observan -ni en el Partido Socialista ni en otras fuerzas de izquierda y centro- iniciativas para buscar nuevas vías que puedan evitar una evolución tan desastrosa.

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