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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fantasma europeo

UN NUEVO fantasma recorre Europa. En sus expresiones más suaves, toma la forma de resultados electorales alarmantes, como los obtenidos recientemente por la extrema derecha en Austria o en el Estado alemán de Bremen, o los que consigue en Francia con inquietante regularidad el xenófobo y racista Frente Nacional de Jean-Marie le Pen. En sus manifestaciones más violentas se traduce en las más de seiscientas agresiones a extranjeros registradas en Alemania en lo que va de año. Y a mitad de camino hallamos todavía el malestar urbano que lleva a escenas de intolerancia como las registradas en nuestro país respecto a los gitanos o al surgimiento de patrullas ciudadanas que pretenden implantar su propia justicia a los marginados y a los consumidores de droga.Hasta hace poco tiempo, el renacimiento de los totalitarismos de extrema derecha era una hipótesis de trabajo desmentida por la enorme capacidad de moderación de las sociedades europeas. Fenómenos como el Movimiento Social Italiano o los más recientes del Frente Nacional francés y de Los Republicanos alemanes eran la señal de alarma e incluso el acicate ante los excesos de buena conciencia de que es capaz Europa. Se hallaban limitados en sus resultados electorales y en su influencia social y política.

Pero lo que está sucediendo ahora es absolutamente nuevo. La desaparición del bloque soviético, la apertura de las fronteras del este europeo, la reaparición de viejas rivalidades y contradicciones entre nacionalidades vecinas o pertenecientes a un mismo Estado, el levantamiento de civilizados tabúes promovidos por el internacionalismo izquierdista y por el cosmopolitismo liberal, han permitido que muchos problemas reales se traduzcan en la reacción visceral de buscar un chivo expiatorio. Así es como el paro, el hundimiento de las economías del Este, la ausencia de alternativas políticas y de explicaciones ideológicas, el malestar general de nuestras sociedades, la paralización y la corrupción de la vida política, hallan una válvula de escape en la culpabilización de los extranjeros, los inmigrantes e incluso grupos de compatriotas.

Viejos componentes de la escenografía de la peor historia europea vuelven a estar ante nuestros ojos: son los jóvenes skin heads que recuperan los uniformes de sus intolerantes ancestros, sean nazis alemanes, fascistas españoles o incluso una nueva modalidad de rapados totalitarios vascos o catalanes; o en el Este turbulento, una milicia nacionalista como la que forman los legendarios ustachas de Croacia. Faltan en esta escena virada al color sepia los aguerridos comunistas de entonces, ahora cabizbajos los pocos que quedan o conversos a las leyes del mercado. Faltan también los apacibles e integrados judíos, desaparecidos de su casa centroeuropea y convertidos en guerreros victoriosos y ávidos de tierra. Sin comunistas ni judíos en Centroeuropa, se diría que se han cumplido los peores ideales de las extremas derechas que camparon por Europa en la primera mitad del siglo. No es extraño que unos nuevos enemigos interiores, los inmigrantes principalmente, y entre ellos los de religión musulmana, hayan sido designados por el nuevo fantasma como el nuevo objeto de persecución.

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Es cierto, pues: un nuevo fantasma recorre Europa, y aunque su faz pueda ser distinta, evoca el que devastó el continente hace escasas décadas, con sus camisas pardas, sus cánticos militaristas, sus engañosos mitos de salvación apocalíptica y su horripilante solución final (varios millones de personas -judíos, comunistas, gitanos...- asesinadas en masa en los campos de exterminio). Nuestras sociedades y nuestros sistemas políticos son más sólidos que los que fueron arrasados a sangre y fuego en los años treinta. Pero esto no debe servir de consuelo, por cuanto nadie sabe con certeza cómo apagar el incendio del fascismo una vez ha prendido en la mayoría de la sociedad.

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