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Belfast, capital de la intolerancia

El fracaso de las conversaciones de paz ha acelerado el retorno de la violencia en el Ulster

Enric González

Ya son 67 los muertos habidos durante el presente, más que en todo 1990. En la provincia británica del Ulster, al norte de Irlanda, el fracaso de las conversaciones impulsadas en julio desde Londres ha acelerado el ritmo de la violencia. Hace tiempo que las víctimas no visten uniforme ni tienen relación con la política. Las vidas de taxistas, desempleados, gente común norirlandesa, son la moneda de cambio con la que los pistoleros de ambos bandos -proirlandeses y unionistas- ajustan sus cuentas.

ENVIADO ESPECIAL

Los grupos políticos extremistas dicen estar al margen de las acciones terroristas. Tanto el Sinn Fein, que propugna la unión con la República de Irlanda, como el Partido Unionista Democrático (PUD), partidario de la pertenencia al Reino Unido, condenan puntualmente cada atentado. Sin embargo, cada grupo sabe perfectamente quiénes. son los suyos y quiénes los enemigos. "Los unionistas son culpables de la violencia", dicen en el Sinn Fein, "y la provocan porque les favorece. Cuantos más muertos, más soldados británicos y mayor control desde Westminster". "Toda la responsabilidad la tiene el Ejército Republicano Irlandés (IRA)", aseguran en el PUD, "porque las acciones de los unionistas son sólo una respuesta a los asesinatos cometidos por los católicos". En un a época como la actual, propensa a la intolerancia, Belfast puede atribuirse el discutible mérito de ser una de las ciudades decanas en la especialidad. Más de dos décadas de odio, más de 3.000 muertos y de 5.000 explosiones, han dejado una huella indeleble en el Ulster. Belfast, la capital, es una hermosa ciudad ensombrecida por el alambre de espino y las miradas huidizas.

Según la policía, el IRA y la menos conocida Organización Popular de Liberación Irlandesa suman, entre ambos, unas 600 personas. En el otro bando, se estima que los comandos unionistas están compuestos por unas 300. Menos de 1.000 personas bastan para tener en vilo a toda la población, a la policía y a los 30.000 soldados británicos que desde hace 20 años patrullan las calles a bordo de tanquetas.

Aunque la población está mayoritariamente hastiada, tanto el Sinn Fein como el PUD mantienen una sólida base electoral. La simetría entre ambas formaciones es notoria: las dos aseguran que en unas elecciones "realmente libres y sin coacción" obtendrían la mayoría; las dos tienen programas para obtener la paz que pasan, mas o menos indirectamente, por la eliminación del contrario, y las dos acaban culpando a Londres y al Ejército británico de los males que aquejan al Ulster.

Las oficinas de ambos grupos están parapetadas tras rejas, muros y alambradas. Tantos años de violencia han hecho de la política algo casi tan clandestino como el asesinato nocturno. En el Sinn Fein, un por tavoz tuerto y manco -recuerdo de una bomba que estalló inoportunamente- explica que los próximos años no supondrán cambios en la vieja rutina de la muerte. "Todo seguirá igual hasta que los británicos se vayan. Algún día lo entenderán y abandonarán la isla." En cuanto a su opinión respecto de la posible reacción de los unionistas, "no tendrían problemas con un Gobierno irlandés, aunque si se sienten tan leales a la corona de Buckingham, probablemente querrán irse junto con sus soldados".

lan Paisley, hijo del líder unionista, esgrime con pasión unos argumentos no menos cínicos. "Si nosotros, que representamos realmente al pueblo del Ulster, dispusiéramos del poder que legítimamente reclamamos, acabaríamos con la violencia". La fórmula es simple: "Eliminación física del IRA y prohibición del Sinn Fein por evidente inconstitucionalidad", dice.

"Entonces", añade, "podríamos empezar a hablar de las cosas realmente importantes: la educación, los servicios médicos, la calidad de vida, etcétera".

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