Los refugiados vuelven a casa en el sureste asiático
Camboyanos en Tailandia y vietnamitas en Hong Kong serán en gran parte repatriados
Sin la esperanza del retorno, cientos de miles de fugitivos de la miseria o la cruenta represión política en el sureste asiático convirtieron en hogares los campos de concentración alambrados, las tiendas de campaña y también los juncos fondeados en los ríos y ensenadas. El armisticio que se prepara en Camboya y las negociaciones en curso entre Vietnam y el gobernador de Hong Kong permitirán, sin embargo, que 350.000 refugiados camboyanos en Tailandia y 100.000 vietnamitas en este país y otros centros de internamientos de la colonia británica, Malaisia e Indonesia, puedan volver a su patria.
Esta semana se reanudaron las conversaciones entre Hanoi y Hong Kong, con un estrecho seguimiento del Gobierno de Londres, para perfilar la deportación de los cerca de 90.000 vietnamitas que no han conseguido el status de asilado político en el enclave o en otros países que les recibieron de mala gana después de la guerra perdida por Estados Unidos en 1975. Las esperanzas de llegar rápidamente a un acuerdo, sin embargo, no se confirmaron, y todo indica que otra ronda de negociaciones será necesaria. Sólo 5.000 de estos refugiados, en su mayor parte llegados poco después de la derrota de Vietnam del Sur, disponen de la documentación en regla. El resto malvive entre alambres de espino y estrecha vigilancia policial. Pocos, de todas formas, están de acuerdo con volver, y menos aún con el plan para su regreso a la fuerza. Las violentas revueltas en los campos se suceden desde el anuncio de una pronta conclusión de las negociaciones con el Gobierno vietnamita.
La presencia de los refugiados constituye un delicado asunto pendiente entre la colonia y Hanoi. El régimen vietnamita está interesado en mejorar sus relaciones con los países no comunistas de Asia y Europa mediante la pacífica aceptación de los nacionales huidos, pero tampoco desea una segunda edición de los hechos ocurridos en 1989, cuando la deportación a Vietnam de 51 boat people provocó una intensa protesta internacional.
Romper el bloqueo
Atendiendo las demandas del Reino Unido, ansioso por desembarazarse de una población reclusa que no reúne las condiciones requeridas por la colonia para la concesión del asilo político, el Gobierno vietnamita intenta romper el bloqueo internacional. También busca los préstamos que el Fondo Monetario Internacional le niega con el veto norteamericano. Fuentes oficiales indicaron que Washington, opuesto siempre a la deportación, prestará su "apoyo tácito" a la operación en ciernes. En una entrevista con la revista Asiaweek, el primer ministro vietnamita, Vo Van Kiet, subrayó que "si los países vecinos no los aceptan [como refugiados] y los deportan, recibiremos a nuestros compatriotas y trataremos de colocarlos". 6.000 vietnamitas han vuelto a su patria voluntariamente en los último 12 meses, pero más de 20.000 llegaron a Hong Kong en ese mismo periodo.
Mientras tanto, y a la espera del definitivo acuerdo de paz previsto para el día 23 en París, 350.000 camboyanos preparan sus cosas para volver a casa. La ONU ha pedido a los refugiados que no inicien el retorno por su propia cuenta a fin de evitar que muchos de ellos mueran asesinados por las partidas de bandoleros que señorean la zona o al explosionar los campos sembrados de minas en las demarcaciones de los bandos que han guerreado durante 13 años. Muchos explosivos datan de la contienda registrada entre 1970 y 1975, y el promedio mensual de víctimas es de 250. Se espera la llegada de equipos de desactivación para limpiar las rutas elegidas para el traslado de refugiados.
Guy Quellet, portavoz del Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (UNHCR), piensa que el masivo movimiento de regreso puede comenzar con el nuevo año, con una duración de seis meses, aunque por razones logísticas considera más oportuno el mes de marzo próximo. El coste de la reubicación superará los 30 millones de dólares.
Algunos de los campos han sido administrados por los Jemeres Rojos, en un intento por mejorar su sanguinaria imagen, forjada sobre la tumba de un millón de muertos durante la tiranía del régimen de Pol Pot, entre 1975 y 1979. Los Jemeres Rojos y otros grupos guerrilleros pugnan ahora por controlar la voluntad y la ubicación de los cientos de miles de personas que retornan a Camboya, y que votarán en las elecciones previstas en el acuerdo de paz redactado por las partes que han trabajado por la reconciliación nacional.
La penetración comunista
En 1975, con la penetración comunista en Vietnam, Laos y Camboya, comenzó el problema de los refugiados. Tres años más tarde, al ser derrotados los Jemeres Rojos, aliados de China, por fuerzas militares patrocinadas por Vietnam, se agravó el problema y empezaron las entradas masivas en Tailandia. En Camboya continuó mientras tanto la guerra entre el Gobierno de Phnom Penh y las fuerzas guerrilleras aliadas con el príncipe Norodom Sihanuk. Un importante problema a resolver es la asignación de las tierras que muchos refugiados abandonaron 10 años atrás y que ahora trabajan nuevos dueños. Expertos de la ONU evaluarán las alternativas y la explotación agrícola de áreas vírgenes. La existencia de un verdadero arsenal entre los desmovilizados hace temer sangrientas disputas en la nueva colonización.
No será fácil el regreso para quienes en los campos regentados por las Naciones Unidas han conocido comodidades que perderán en una Camboya destruida. El 40% de sus habitantes nacieron en el cautiverio, y estos menores nada saben de los rigores que les aguardan en sus nuevos domicilios selváticos. Enfermedades como la malaria y una difícil readaptación esperan a la mayoría de estas 350.000 personas, que poco tienen y mucho perdieron en su huida de una patria en llamas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.