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La confirmación del juez Thomas cierra un escándalo que ha cuestionado la credibilidad de Bush

Antonio Caño

Algunos pensarán que ganaron los intereses políticos y perdieron las mujeres. Otros, que las ideas liberales han sufrido en Estados Unidos otra derrota frente al conservadurismo. Pero lo único indudable es que el presidente George Bush respiró tranquilo cuando su nominado para el Tribunal Supremo, el juez negro Clarence Thomas, consiguió anoche la confirmación del Senado por 52 votos contra 48, a pesar de las acusaciones de acoso sexual que habían sido presentadas por la profesora Anita Hill. Con esta votación se cierra uno de los capítulos de la historia política norteamericana que más han acaparado la atención de la sociedad.

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Se acaba una larga tortura para el juez Clarence Thomas, que instantáneamente pasó de ser un pervertido sexual a uno de los principales administradores de justicia. Se cierra también un escándalo que a punto estuvo d dañar la credibilidad del propio presidente Bush.Pero queda abierto un debate sobre el papel de la mujer en la sociedad norteamericana, un de bate muy afectado ahora por la sensación inocultable de que la clase política sabe cerrar filas cuando se ve amenazada por una mujer que, si se admite la veracidad de su declaración, se cansó de ser motivo de deseo.

Clarence Thomas, de 43 años de edad, ocupará uno de los nueve puestos del Tribunal Supremo durante el resto de su vida, per es difícil que ese plazo sea suficiente para despejar las nubes que han rodeado su confirmación. Incluso algunos de los senadores que votaron por él lo hicieron como un mal menor, por no dar lugar al precedente de que cualquier modesto ciudadano e Oklahoma sea capaz de enmendar una decisión del presidente de Estados Unidos. Sea como fuere, Thomas ha pasado la prueba y el presidente Bush ha ganado.

Apenas media hora después de la votación, Bush hizo pública una declaración por escrito en la que afirmó que "el juez Thomas ha demostrado al Congreso y a la nación que es un hombre de honestidad, dedicación y apego a la Constitución y al papel de las leyes". "La nación y el Tribunal Supremo", dijo Bush, "se beneficiarán por contar con un hombre de principios que es sensible a los problemas y a las oportunidades a las que hacen frente todos los norteamericanos".

La votación fue uno de los momentos de oro vividos por el Capitolio. Las tribunas estaban atestadas de público. Las principales cadenas de televisión interrumpieron sus programaciones para ofrecer el espectáculo del recuento que ponía fin a cuatro días en los que los norteamericanos sólo hablaron de Clarence Thomas y Anita Hill.

146.000 llamadas

Como ejemplo del interés que esta votación había despertado se puede citar que sólo durante una hora de la mañana de ayer, entre nueve y diez, se recibieron en el Senado 146.000 llamadas de personas que querían hablar con sus representantes para decirles cómo tenían que votar.

Al final, la mayoría votó por otorgar a Thomas el beneficio de la duda. El argumento de los 12 demócratas que se sumaron a las filas republicanas en favor de Thomas fue que el testimonio presentado por la profesora Hill no era motivo suficiente para interrumpir tan bruscamente el ascenso de un hombre que contaba con un pasado inmaculado. Otros senadores explicaron su voto a favor porque dudaban abiertamente de las acusaciones de Hill. "He mantenido contactos con varios psiquiatras que me han asegurado que Hill sufre ilusiones", dijo el senador Strom Thurmond, que ha estado en la primera línea en favor de Thomas. En el lado contrario, el senador Edward Kennedy, que hizo un emotivo discurso advirtiendo que las mujeres norteamericanas estarían resentidas por un voto a favor de Thomas, pidió a los senadores que tuviesen dudas sobre quién decía la verdad que votasen en contra de la confirmación.

Pero Kennedy no fue escuchado y hoy Estados Unidos cuenta en su Tribunal Supremo con un negro nieto de esclavos que ascendió desde la nada y se ha convertido en un símbolo del nuevo conservadurismo.

¿Puritamsmo, espectáculo o amor a la verdad?

El caso Thomas puede resultar menor, incluso trivial, en la mentalidad de un ciudadano europeo. Al fin y al cabo se trata tan sólo de un hombre que invitaba a salir a su colaboradora y que le relató en alguna ocasión ciertas anécdotas sexuales. Que nueve años después ese hombre aspire a un puesto en el Tribunal Supremo no convertiría sus excesos verbales en delitos en casi ninguna sociedad democrática del mundo.Por puritanismo, por una tendencia obsesiva al espectáculo o por una convicción dogmática de que la verdad es el valor supremo, este país, sin embargo, se ha conmovido por el impacto del caso del juez Thomas y la profesora Hill, y sus instituciones políticas han actuado al ritmo de esa conmoción.

Pocas crisis internacionales -incluida la guerra del Golfo- han desatado tal pasión. Sólo los escándalos del Watergate o del Irán-Contra han acaparado tanta atención con anterioridad.

Editoriales beligerantes

Los grandes medios de comunicación polemizaban sobre el papel de la prensa en un tema que, pese a ser el acontecimiento nacional del año, ha sido tratado a veces como una pelea de faldas en la prensa.

Los principales periódicos tomaron ayer partido en sus editoriales. The Washington Post pidió la confirmación de Thomas: "Lo decimos con el mismo sentimiento de pesar que otros muchos comparten en todo el país, porque nadie puede estar seguro al 100% de quién está diciendo la verdad. Pero en estas circunstancias la historia nos da muchas razones para no actuar de acuerdo a las palabras indemostradas de un solo acusador".

The New York Times se pronunció en contra de Thomas: "Si Thomas está diciendo la verdad, rechazarle por estas acusaciones constituiría una grave injusticia contra un hombre decente y un servidor público. Pero si no está diciendo la verdad, confirmarle supondría echar una sombra sobre el Tribunal Supremo durante años. Un voto de confirmación, en otras palabras, es una apuesta. Sólo un gigante podría remontar esa sombra. Clarence Thomas no es un gigante".

Los editoriales de los dos periódicos más influyentes del país demuestran que lo que en otros lugares se entiende como puritanismo o intromisión en las vidas privadas aquí es un exceso de celo en la vigilancia de la conducta de un hombre que va a ocupar de forma vitalicia uno de los puestos claves en el esquema de poder de Estados Unidos, un puesto en el tribunal que interpreta la Constitución norteamericana y que emite sentencias sobre temas fundamentales que afectan a la vida cotidiana.

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