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Tribuna
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Postin

Rosa Montero

Tenía que suceder un día u otro. Y el gran día ha llegado. Los italianos, que siempre han sabido olfatear la realidad social con picardía e ingenio, acaban de inventar ese grandioso hito de la modernidad: el teléfono de coche simulado.De todos es sabido que comemos mantequilla sin mantequilla, dulces sin azúcar y salchichas sin carne; que tenemos amigos sin enjundia, amantes sin amor y amores sin sexo; que vemos el cine en vídeo y el teatro en la oficina; que robamos mientras alardeamos de decencia, o nos enriquecemos sin dinero, a base de florituras financieras. Que hay pechos de silicona, arrugas remendadas a punto de cruz en los quirófanos, cabelleras de bonito plástico implantado. Que vivimos, en fin, una vida de total simulacro. Lo único que importa hoy día es el postín y el pendoneo, la ostentación y la apariencia.

Y aquí es donde hace su entrada el invento italiano, genial culminación de nuestra cultura: un teléfono de coche que es talmente como los de verdad, pero que es de mentira. Se pega al salpicadero; tiene teclas, luces, botoncitos. Puedes tirar de auricular en los atascos y mantener largas conversaciones con tu abuelo difunto, con Cristóbal Colón o Marilyn Monroe, mientras deslumbras al panoli del coche vecino y matas de envidia al pobretón que está cruzando el paso de peatones. Y todo por dos duros: apenas si cuesta un poco más que los teléfonos de juguete de tus hijos.

Con el uso habitual de este aparato mejorará tu prestigio en el barrio, medrarás en la oficina, adquirirás amigos más influyentes, desarrollarás el músculo del brazo que sostiene el teléfono, se te pondrán los ojos más azules y te crecerá sin duda la corbata. No ha habido un invento más útil para la humanidad desde que Gutenberg apañó el asunto ese de la imprenta.

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