La paz entre combates
AYER, EN Yugoslavia, proseguían los combates entre serbios y croatas el Ejército federal, apoyando a los primeros, continuaba el cerco a Dubrovnik y a otras ciudades del este de Croacia; en el seno de la presidencía colectiva de Belgrado, los serbios y sus aliados de Montenegro, Voivodina y Kosovo daban un golpe de Estado y se arrogaban ciertos privilegios legislativos contrarios a los intereses croatas. Mientras tanto, los mismos contendientes (el presidente croata, Tudjman, y el serbio, Milosevic, además del ministro federal de Defensa, general Kadijevic) se reunían en La Haya con el ministro de Exteriores holandés, presidente de la CE, para acabar firmando un acuerdo sobre el futuro pacífico de Yugoslavia. Rara vez en la historia se ha visto tamaña disparidad entre las dos caras de una misma situación. Un brazo combate y el otro Firma el documento de la paz.Sin embargo, en esa esquizofrénica sensación de irrealidad se encuentra, paradójicamente, el germen del posible arreglo del problema yugoslavo. Es preciso que la comunidad internacional ponga el marco en el que debe quedar encuadrada cualquier solución. En la reunión de ayer de la conferencia de paz de La Haya, todos los participantes yugoslavos se mostraron de acuerdo en que las independencias de Eslovenia y Croacia podrían ser reconocidas siempre y cuando se dieran tres condiciones: garantía de los derechos de las minorías (o establecimiento de situaciones especiales para algunas regiones), rechazo de cualquier cambio unilateral no negociado de las fronteras y continuación del diálogo tendente a establecer alguna asociación o alianza de Estados independientes o soberanos.
En esta tesitura, además, se diría que la comunidad internacional está decidida a no reconocer la independencia de Eslovenia y Croacia cuando el próximo lunes concluya la moratoria acordada hace tres meses en la isla de Brioni, aun cuando los presidentes de ambas repúblicas lo pretendan. La CE parece aceptar como inevitable la independencia de las dos regiones, pero, dando por fin muestras de sensatez, no quiere proceder a su reconocimiento, a menos de que sea unánime y como resultado de un proceso de pacificación. Con ello se conciliarían dos posiciones extremas: la de Alemania (dispuesta siempre a reconocer a los dos nuevos países para extender su influencia y porque hasta ahora ha creido que ello sería útil para acabar con la guerra) y la de Italia (que hasta última hora se ha resistido a reconocer la posibilidad de desmembración de Yugoslavia).
Se ha impuesto el convencimiento de que el nacimiento internacional de Eslovenia y Croacia no puede ser utilizado como arma política para acabar con la guerra, sino que sólo debe ser consecuencia de la paz: el propio presidente Bush se dispone a hacer una declaración en este sentido el próximo lunes. Al mismo tiempo, lord Carrington, presidente de la conferencia de paz, ha viajado a Nueva York para informar al secretario general de la ONU de la marcha de las tareas y presumiblemente para involucrar a las Naciones Unidas en el proceso de paz, especialmente si se hiciera necesario enviar a Yugoslavia una fuerza de cascos azules una vez consolidada la tregua.
España ha jugado sus bazas con prudencia y del lado de la sensatez. Se resistió a que se decidiera una intervención armada, hizo todo lo posible por evitar reconocimientos unilaterales de Croacia y Eslovenia (así se diría que lo manifestó el ministro Fernández Ordóñez a los representantes eslovenos cuando se entrevistaron con él en Madrid anteayer) y apoya sin reservas la conferencia de La Haya. Queda ahora por conseguir que tanto la CE como el foro más amplio de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) se decidan a imponer un bloqueo absoluto sobre los contendientes y a apercibirles de que continuando la guerra comprometen seriamente los beneficios que la comunidad internacional pudiera reservarles en la paz.
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