Permíteme que me ría
Indiferencia entre los drogadictos ante las medidas acordadas por el Ayuntamiento de Madrid
"Aquí no hay dos talegos como decía el negro". Sergio suda ansiedad y su voz se torna ronca mientras se fuma el chino (heroína calentada sobre papel de plata) con su novia, dando la espalda al aparcamiento de la plaza Vázquez de Mella, pegadita a la Gran Vía. El bando municipal que sanciona el consumo de drogas en público ya ha entrado en vigor. Como muchos yonquis, creen que no es mala idea. No les gusta que la gente se deje por ahí la jeringa -"los críos pueden pincharse"- y prefieren ocultarse mientras se pican. Como casi todos, se parten de risa con lo de pagar un par de millones si les pillasen con la heroína y el albal allí mismo. "Me declaro insolvente y punto", dice la voz ronca. "Que pongan picaderos, oye ,o que se legalicen las drogas medita la muchacha. Sus Ojeras se hinchan con el humo.Arriba, sobre el aparcamiento, un investigador barbudo pasea sus perros. En verano se desayunaba desde su balcón con los vómitos de 30 Yonquis chutándose debajo y bodegones de agujas y latas de refrescos empapadas de sangre. Pero duda sobre la medida. "Mira, ése es un habitual". El interfecto es un delgadísimo compatriota suyo que deambula por la plaza desierta con la botella de agua y que sólo desea encontrar un centro donde desengancharse. Lo demás le parecen tonterías.
"Magnífico, magnífico, todo lo que sea quitar de las calles cosas molestas... pero si quisieran sacar el ovillo gordo lo sacarían" decía un maduro hombre de bien, sobre los traficantes, frente a una plaza de España tomada por la policía, desierta de camellos y rodeada de yonkis de todos los pelajes, frenéticos por pillar y escépticos. "No valdrá para nada, nadie puede pagar y seguirán picándose en la calle", auguraba uno de buen ver. En un parquecillo cercano, Jesús mezclaba heroína con vinagre en el culo de una lata de coca cola. "Se están pasando. Si tuviera casa, no estaría aquí, lo he perdido todo".
En la periferia, un drogota cojo encaraba las 20 furgonetas de antidisturbios preparadas para la manifestación vespertina de Pies Negros. "Tendré que enterrarme bajo un árbol para poder chutarme, tía". Un muchacho atontado de vaquero prieto volvía de picarse, abrazado a su novia, en el parque de Entrevías y pasaba frente a un adolescente partidario de encerrar a los adictos por lo menos un par de días. "Las multas se las cobrarán en carne", murmuraba.
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