La 'moruchá'
La afición madrileña no salía de su asombro. La afición madrileña no podía creer que aquellos moruchos hubieran sido criados por la misma mano y en los mismos predios que otros hermanos mayores suyos, encastaditos y nobletones, vistos muchas veces en el mismo coso venteño. La afición docta en general estaba desolada y la afición castiza en particular no paraba de decir que aquello era una moruchá, y que no había derecho, con ese precio -el de las entradas-, ese frío -el súbito invernal-, y ese imperativo categórico, invento del taurinismo posmoderno, consistente en que, o se renueva el abono en la Feria de Otoño, ahora, ya, venga la cartera sin excusa ni demora, o lo pierde uno para toda la vida.Los novillos de Manuel Martín Peñato siempre constituyeron una garantía de éxito para los novilleros que supieran torear bien, y de goce excelso, un goce entre urbano y ecológico, para aficionados con solera y sapiencia. Sin ir más lejos, los pupilos cornudillos de Martín Peñato salieron así de buenos en pasados mayos floridos, y por este motivo extrañó tanto que, en la otoñada, resultaran tan rematadamente malos. Algo inconfesable debió de ocurrir en la dehesa, tres años largos atrás. Quizá por aquel tiempo un moruchón golfo de la vecindad brincó la cerca en noche de luna llena mientras el amo dormía y los sementales estaban distraídos viendo un partido por televisón, gazapeó a donde las vacas, les mugió madrigales, y una vez hubo robado sus románticos corazoncitos cabe las cómplices sombras del encinar, llegó a seducillas, luego a abandonallas, escapó furtivo y si te he visto, no me acuerdo.
Peñato / Pauloba, Sánchez, Aguilera
Cinco novillos de Manuel Martín Peñato (uno fue rechazado en el reconocimiento), de ellos dos devueltos por inválidos. lo bronco, resto amoruchados; serios y con cuajo. Dos de Ortigao Costa, con trapío: 2º descastado, 4º, segundo sobrero, terciado y devuelto por inválido. 3º, primer sobrero, de José Tomás Frías, muy serio y bien armado, manso. 4º, tercer sobrero, de Puerto de San Lorenzo, con trapío, peligroso. Luis de Pauloba: pinchazo bajo, media atravesada, descabello -aviso- y otro descabello (silencio); pinchazo contrario, media atravesada y descabello (silencio). Manolo Sánchez: estocada y descabello (aplausos y salida al tercio); pinchazo hondo; la presidencia le perdonó un aviso (palmas). Paco Aguilera: pinchazo, otro perdiendo la muleta, media -aviso con retraso-, rueda de peones y cuatro descabellos (silencio); pinchazo, otro hondo y cinco descabellos (silencio). El peón Juan España, arrollado por el sexto, sufre contusión en hipocondrio, de pronóstico reservado. Plaza de Las Ventas, 27 de septiembre. Primera corrida de la Feria de Otoño. Cerca del lleno.
Porque en las ganaderías de casta, al estilo de la de Martín Peñato, los toros unas veces salen bravos, otras mansos, y no pasa nada; unas veces boyantes y otras ladinos, y tampoco pasa nada. En cambio pasa, y mucho, si salen descastados, amoruchados, ilidiables en definitiva, pues eso ni es normal ni hay quien lo entienda. Los aficionados, ya se ha dicho, estaban perplejos, y los toreros, sobre perplejos, preocupados por su futuro inmediato que, en un momento dado, podía ser la cogida. El banderillero Juan España sufrió una, alcanzado por el sexto en una arrancada imprevista, propia de la moruchez en estado químicamente puro. Paco Aguilera recibió un aparatoso volteretón por pisar terreno indebido, seguramente harto de porfiar desde el indebido al mismo morucho reservón que causó el anterior desaguisado.
Tres de los novillos de Martín Peñato regresaron al corral por inválidos, uno había sido rechazado en el reconocimiento mañanero, y tanto el sustituto como los sobreros no mejoraron el panorama. Algunas embestidas hubo, sin embargo, no siempre aprovechadas. El propio Paco Aguilera citaba de largo al tercero, sí, le esperaba sin enmendarse, mas, al embarcar, retiraba rápido el engaño y se aliviaba sin disimulos al concluir las tandas. Manolo Sánchez ligó una preciosa serie de redondos al segundo, y a partir de ahí casi todo fueron enganchones. Tampoco le encontró el temple ni la medida al quinto, un ejemplar colorao de muy seria arboladura, que, siendo manso de solemnidad en varas, llegó boyante al último tercio. Una boyantía condicionada, en realidad: la escasa hondura y la incontinencia pegapasista de Sanchez acabaron por aburrirle y volvió a mansear por allí.
Lances finísimos a la verónica, brega eficaz, muletazos de buen corte, instrumentó Luis de Pauloba. Es un torero de enorme entereza, según se pudo comprobar. El recuerdo de la cornada terrible que sufrió en la boca hace unos meses no le ha mermado la vocación, tampoco el valor, y si no logró templar al violento primero, aguantó feroces gañafones del cuarto, que se revolvía con peligro.
Los aficionados recibieron a Pauloba con una cálida ovación, que el torero agradeció, emocionado, desde los medios. Después empezó la función y ya no habría oportunidades de saludar; los moruchos lo impidieron. Pero ya le llegará la ocasión de bordar el toreo. Seguro que si, le salen toros encastados, eso está hecho.
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