El octavo lugar común
He leído, con la lógica atención y en algunos momentos, bastantes, con asentimiento, el desguace de siete lugares comunes que la conciencia de izquierda ha construido a propósito de la crisis soviética, contenido en el artículo de Ludolfo Paramio. Buena parte de esos lugares comunes quedan denunciados, sin que el llamado teórico principal del PSOE se atreva a ir más allá de la denuncia de la simplificación. Después de la perestroika, ¿qué? Después de la malformación política y económica del socialismo real, ¿qué? ¿La larga perestroika del capitalismo, supongo que iniciada por Keynes, adónde nos lleva? Porque de momento sólo ha servido para crear sociedades integradas, no solidarias, en unos cuantos rincones del globo terráqueo. Su juicio sobre la OTAN como lo contrario a la quintaesencia del mal, ¿fuerza a asumir que ha sido la quintaesencia del bien que ha permitido el derrumbamiento de la economía de guerra soviética y de su socialismo de cuartel? Puestos a ser ucrónicos, jamás sabremos qué evolución habría experimentado el socialismo real desbloqueado y qué energías internas de cambio habría sido capaz de generar. O ucrónicos todos o ucrónico nadie.Donde el artículo de Paramio empieza a ser desvirtuador es cuando, con más deseo de pronóstico que prudencia de deseo, afirma que el capitalismo del futuro, si quiere ser bueno, ha de "incorporar el crecimiento económico a un mundo en rápida democratización y en el que esos deseos se manifestarán con imparable fuerza". ¿Qué mundo es el que está en rápida democratización? ¿El mundo que vive la parodia democrática latinoamericana? ¿O el mundo árabe, advertido y escarmentado sobre cualquier aventurerismo de corrección del estatuto imperialista? ¿África? ¿Un territorio desintegrado y salpicado de centinelas de Occidente, una vez arruinadas las garitas de Oriente? El capitalismo ha dejado de ser salvaje en aquellas zonas del mundo donde ha tenido un serio antagonista que lo ha combatido en su globalidad o desde posiciones reformistas. No ha cedido ni un duro, ni una hora de descanso, ni un cuarto de hora para el bocadillo, sin presión, sin lucha, sin sangre, sin muerte. Y mientras millones de seres pertenecientes a las capas populares enarbolaron ante el capitalismo la referencia de la alternativa socialista radical, se arrancaron concesiones que desde la óptica capitalista pudieran ser consideradas mal menor, o alivio alentador de la productividad, desde una filosofía taylorista.
¿Quién va a impedir al capitalismo que sea consecuente? ¿Por qué llamamos salvaje al capitalismo realmente existente, que puede sonreírle a Paramio o a mí en Madrid o en Wall Street, o en Marienbad, pero que enseña los dientes a un inmenso resto de humanidad que es también capitalismo, que forma parte del sistema en su globalidad? Es en este punto cuando aparece el octavo Jugar común. Escribe Paramio: "En una democracia estable arraigan inevitablemente los valores de solidaridad e igualdad de oportunidades: el capitalismo sólo, triunfará, a fin de cuentas, si se generaliza el modelo socialdemócrata de sociedad". Acabáramos. La socialdemocracia será la Doña Inés del capitalismo y lo redimirá, al parecer con la condición previa de una universalización de las democracias estables donde hayan arraigado los valores de solidaridad e igualdad de oportunidades. Cuando todo el mundo sea Suecia, supongo; pero para llegar a ese final feliz, ¿cómo se consiguen democracias estables, económica y socialmente integradoras, en las tres cuartas partes de la Tierra, depredadas por el sistema en un calculado juego de interdependencias que no pongan en peligro la capacidad de acumulación de los centros del imperio?
La socialdemocracia no puede apropiarse de los avances democráticos que se han producido en el mundo durante más de 150 años de lucha contra el imperialismo moderno. Porque el imperialismo capitalista sigue existiendo, y buena parte de la: socialdemocracia realmente existente ha utilizado mucha energía histórica para apuntalarlo. No se ha prestado a esa tarea porque la socialdemocracia sea intrínsecamente perversa, sino porque ha sido consecuente con dos coartadas estratégicas que durante casi 70 años han marchado unidas, pero con el claro propósito de que, en un momento determinado, la fundamental se despegara y abandonara a la coyuntural, como las naves espaciales abandonan en un momento determinado a las que les dieron impulso. Había que escoger entre la barbarie capitalista y la estalinista, pero desde la clara conciencia de que, por su propio desarrollo, el capitalismo conduciría al socialismo como única manera de dotarse de un cerebro racionalizador del desarrollo universal.
Parece ser que el momento del despegue socialdemócrata ha llegado y el capitalismo se dejará domesticar y hará suyo un proyecto universal de solidaridad e igualitarismo. Yo también creo que en estos momentos necesitamos una socialdemocracia nacional e internacional fuerte para hacer posible una nueva idea de progreso global, que ya no puede ser la de progreso indefinido y exclusivamente acumulativo que guió el utilitarismo capitalista y marxista. Pero ¿qué socialismo democrático? El realmente existente ha demostrado que sólo puede actuar como asistente social o como Verónica de las víctimas del sistema. El socialismo realmente existente no está en condición ni siquiera de tener una estrategia universal propia, y, arqueología pura ya la cuestión de la OTAN, ¿dónde se metió esa socialdemocracia cuando el capitalismo salvaje impuso su lógica en la resolución del conflicto del Golfo? Ni siquiera Paramio nos iluminó entonces con su pensamiento, cuando siempre ha sido norma de su conducta de primer teórico del PSOE aparecer en los momentos de crisis, orientándonos sobre la OTAN, sobre la Ley de Empleo Juvenil o sobre el 14-D. Por cierto, ¿en qué desván está guardada la Ley de Empleo Juvenil, fruto del pensamiento de la socialdemocracia real en la corrección del capitalismo salvaje?
El octavo lugar común es que esta socialdemocracia es la que va a reconducir al capitalisino. Esta socialdemocracia es un residuo, teórico, ético, estético y estratégico incapaz de levantarle la voz al capitalismo multinacional y colaboradora con él en fijar los precios mundiales de todo cuanto se produce, incluidas la cocaína y las armas: químicas, nucleares, bacteriológicas o verbales. Pero es cierto que el socialismo democrático es el único posible, capaz de colocar al mismo nivel de exigencia las llamadas libertades formales o instrumentales y las libertades materiales desalineantes. Es cierto que los derechos humanos son convencionales, pero, no abstractos, y que es necesario que sean universalmente concretos, pero hay que ampliarlos, y el capitalismo ni siquiera está en condiciones de suscribir una práctica universal del derecho a sobrevivir. Creo que las deprimidas huestes del proyecto comunista, nuevas izquierdas extramuros y los más lúcidos valedores de una socialdemocracia no alineada por su doble coartada septuagenaria deberían dejar los lugares comunes pasados y presentes como basura tristemente orgánica, que tal vez ayude a enriquecer de experiencias el terreno del futuro. Por eso invito a Paramio a que salga de esa falsa casa común, que más parece una oficina. de colocación histórica, y entre todos hagamos una nueva lectura del desorden terrible que nos rodea, frente al que algunos podemos oponer el maquillaje de un discurso odiosa e ineficazmente ensimismado.
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