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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vuelco en Suecia

LAS ELECCIONES legislativas celebradas el pasado domingo en Suecia han dado un vuelco, trascendental pero previsto, a la situación política de aquel país. No es la primera vez que los socialdemócratas pierden el poder a manos de los conservadores en los últimos 60 años; les ocurrió entre 1976 y 1982. Pero la novedad consiste ahora en que la derrota supone un duro golpe al Estado de bienestar tal y como había sido puesto en pie por aquéllos. Durante décadas, el modelo sueco de bienestar ha sido el paradigma de lo que debe ser una Administración puesta al servicio del ciudadano y de sus derechos y libertades; el Estado actuaba como un cuidadoso hermano mayor en una sociedad que era presentada como la más igualitaria del mundo. El desempleo era prácticamente inexistente; la educación y la asistencia sanitaria, casi gratuitas; la atención a la tercera edad, privilegiada; la hospitalidad con los refugiados, modélica.

Lo malo es que, desde años atrás, Suecia era incapaz de sufragar todo este esfuerzo. El endeudamiento del sector público y la política impositiva no sólo fueron impotentes para hacer frente a las exigencias financieras del sistema, sino que, con su excesivo peso, acabaron por cansar al electorado. Años de estancamiento económico, déficit de la balanza de pagos, desinversión e indisciplina y absentismo laboral tenían al país -uno de los más ricos del mundo- en un atolladero.

Para hacer frente a la crisis fiscal del Estado, - el Partido Socialdemócrata del primer ministro Carlsson había renunciado en el último año a dos de los principios claves del sistema del bienestar: la política del pleno empleo, a la que antepuso la lucha contra la inflación, y el concepto del hogar del pueblo -o modelo asistencial de control exclusivo por el Estado-. Pero de poco le sirvió este mea culpa.

En octubre de 1990, dos de los partidos de la oposición, el conservador y liberal, habían formulado un programa de gobierno conjunto en el que se comprometían a reducir los impuestos y el gasto público, a privatizar algunos sectores claves de la economía, a liberalizar muchos de los controles impuestos a ésta y a mantener la explotación de las centrales nucleares (cosa en la que también habían cedido ya los socialdemócratas). Pese a disensiones ocurridas en la pasada primavera, la coalición se mantuvo y, en víspera de la campaña electoral, se le unieron el partido del centro y la pequeña fuerza democristiana. Entre los cuatro han derrotado a los socialdemócratas, no de forma concluyente -170 escaños contra 154 del conjunto de la izquierda-, puesto que quedan a cinco de la mayoría absoluta, pero en todo caso suficiente para que el líder conservador, Carl Bildt, opte por la formación de un Gobierno minoritario.

Si aspirara a gobernar en mayoría tendría que ponerse de acuerdo con dos pintorescos personajes, Bert Karlsson e Ian Wachtmeister, fundadores a finales de 1990 de Nueva Democracia, una formación política que ha conseguido nada menos que 25 escaños con un programa poujadista de casi extrema derecha y de muy poca seriedad. Eliminar impuestos, desmontar subsidios, poner a funcionarios en la calle, bajar los precios de la comida, prescindir de los extranjeros, arreglarlo todo. Tiene poca entidad si no es para reflejar la protesta de un sector insatisfecho del electorado.

Si los liberales y los centristas cumplen con su promesa de no colaborar con Nueva Democracia, este movimiento quedará pronto aparcado en el baúl de las fantasías. No sería, por otra parte, la primera vez que los conservadores gobiernan en minoría en Suecia. Tampoco sería la primera vez que la negativa de unos conservadores margina a la extrema derecha, por mucho que la fuerza de sus escaños haya convertido a ésta en árbitro de la situación; sucedió exactamente hace dos años en Noruega.

Algo cambió el pasado domingo en Suecia. Pero sería injusto recordar el sistema que hizo de Suecia una nación próspera, justa, igualitaria y libre como una maquinaria tiránica e insufrible. Como también incurriría en falsedad quien hiciese una analogía entre lo sucedido en Suecia y las aspiraciones de otros países del Sur a lograr la socialdemocracia. Los suecos vuelven de un camino andado en el que se han cometido excesos (el sector público engulle el 61 % del PIB; la presión fiscal alcanza el 57% de la renta nacional); otros apenas han iniciado ese camino hacia el Estado de bienestar. El Estado de bienestar no desaparece con los conservadores: no se anulan sus logros. Simplernente se debe apretar el cinturón, eliminar los despilfarros y seguir adelante. Es el único socialismo de cara amable que todos quieren imitar.

Elecciones en Suecia

16 de septiembre

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