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El mitterrandismo empieza a agonizar

Los franceses creen que su presidente ha perdido el pulso de la historia

Una febril atmósfera de fin de reino se respira en Francia. Un 61% de los franceses, según una encuesta publicada por el semanario L'Express, estiman que el presidente François Mitterrand está desgastado por una década de ejercicio del poder. Ayer superó el récord de Charles de Gaulle (10 años, tres meses y 20 días). Es como si los acontecimientos en la URSS hubieran arrebatado a Mitterrand los últimos restos de su baraka, esa buena suerte sin la cual nadie puede gobernar. La oposición conservadora ha olido sangre y afila sus colmillos en la creencia de que. el mitterrandismo empieza a agonizar.

La vacilación de Mitterrand al condenar el golpe de Estado en la URSS ha dado a Valéry Giscard d'Estaing, Jacques Chirac y François Leotard, los tres aspirantes de la derecha al título presidencial, la posibilidad de atacar al jefe del Estado en su principal terreno reservado: la política exterior de Francia. Por demasiado zorro o demasiado conservador, Mitterrand pareció apostar en la noche del 19 de agosto por el triunfo de la junta golpista de Moscú. Al presidente socialista, dicen abiertamente los líderes de la oposición, le pesan sus 75 años de edad y casi 50 de carrera política. Es incapaz de reaccionar con la rapidez y decisión que requiere la presente aceleración de la historia.A Mitterrand y los socialistas se les reprocha también su dependencia del apoyo comunista para obtener la mayoría en el Parlamento y en muchos ayuntamientos y consejos regionales. Lo sucedido en la URSS ha culminado la satanización del comunismo, y el apoyo del partido de Georges Marchais pesa hoy como una terrible vergüenza sobre los hombros del socialismo galo.

Los manifestantes de Mayo del 68 gritaban al entonces presidente De Gaulle: "Dix ans, ça suffit" ("Diez años son demasiados"). El pasado mayo, al festejar su década en el Elíseo, Mitterrand intuía los primeros signos del cansancio de sus compatriotas. El aumento del paro, los escándalos financieros del Partido Socialista, la acritud del debate sobre la inmigración, la pérdida de influencia de Francia, el mero, aburrimiento de la ciudadanía provocaban una pérdida vertiginosa de la popularidad que Mitterrand había conseguido durante la guerra del Golfo.

Mitterrand nombró entonces primera ministra a Edith Cresson. Pensaba que la gran novedad de una mujer al frente del Gobierno sería suficiente para rehacer su popularidad personal y la de su partido. Pero el electrochoque Cresson duró apenas unas semanas. La primera ministra no acertó a renovar en profundidad el Gabinete, una situación económica de vacas flacas le impidió adoptar medidas populares, la posibilidad de que hubiera tenido relaciones sentimentales con Mitterrand se convirtió en un chiste de cafetería y la franqueza de su lenguaje irritó a muchos franceses y la convirtió en un objeto de burla.

Con el nuevo aliento de Cresson ahogado en un santiamén y los socialistas sumergidos en una profunda crisis moral a causa tanto de sus implicaciones en turbios asuntos financieros como del hundimiento de todas sus referencias ideológicas, a Mitterrand no le queda otra carta de peso que la política exterior. Pero ocurre que desde 1989, y a excepción de la guerra del Golfo, en la que se limitó a enganchar el vagón francés en la locomotora norteamericana, el presidente parece perder por sistema todos los trenes de la historia.

Muchos comentaristas políticos galos creen que Mitterrand es incapaz de adaptarse al mundo nuevo que nace en el Este. Para intentar retrasar la reunificación alemana apostó erróneamente por la firmeza de la ex RDA y de la URSS. Luego afirmó en la mismísima Praga que las nuevas democracias del Este necesitarán décadas para entrar en la Comunidad Europea. Más tarde se negó a recibir a Borís Yeltsin a fin de no molestar a su amigo Mijaíl Gorbachov. Fue reticente hasta el final ante las independencias bálticas. Tampoco vio venir la descomposición de Yugoslavia. Y por último, dio casi por hecho el triunfo del golpe en la URSS.

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