Para parar la guerra
CADA DÍA que pasa, Yugoslavia está más cerca de la guerra total. Los 12 miembros de la Comunidad Europea se conforman ahora con que este destino casi fatal no sea una realidad antes de que se reúna el sábado la conferencia de paz. Una vez más parece que la CE se ha decidido a actuar con firmeza cuando los contendientes han roto ya todas las barreras políticas. La incapacidad de los contendientes para detener la guerra civil hace obligada la intervención de la comunidad internacional. En interés de la paz y estabilidad europeas, pero también, en primer lugar, de los propios ciudadanos de los territorios en que se están produciendo los combates. Sólo cabe lamentar que la convocatoria de la CE se haya hecho esperar tanto que corre el riesgo de nacer muerta.Si esta salida suscita hoy más escepticismos que esperanzas es porque la instrumentación de los eventuales acuerdos depende de la voluntad de unos contendientes a los que la guerra ha radicalizado hasta extremos hace poco impensables. El Ejército federal y las guerrillas serbias han abierto de hecho un frente de batalla que va desde Zadar, en la costa adriática, hasta Osijek, junto a la frontera húngara. El territorio de la república croata ha sido divivido en dos, y su Gobierno ha lanzado un desesperado SOS a Europa pidiendo su intervención directa para frenar a un Ejército regular que emplea ya sin ninguna discreción tanques y artillería pesada.
Por ello, reunir el próximo sábado en La Haya a representantes de la Presidencia y del Gobierno federales de Yugoslavia y a los seis presidentes de las repúblicas federadas es condición necesaria, pero seguramente no suficiente, para la paz. Buscar con ellos una fórmula para el futuro resultará tarea poco menos que imposible. A lo largo de las últimas semanas, la Comunidad ha ido endureciendo progresivamente sus posiciones en relación con Serbia. Ahora trata, por encima de todo, de impedir la generalización del conflicto. Primero será preciso encontrar un mecanismo para asegurar que el alto el fuego no sea un simple papel mojado y que resulte más eficaz que el envío de observadores internacionales procedentes de países de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE). Después será necesario hallar una forma de renuncia a seguir dirimiendo las diferencias a tiros. Finalmente habrá que intentar un acuerdo entre las partes que, al margen de cuál sea la salida institucional y la eventual modificación de las fronteras interiores entre las repúblicas, garantice escrupulosamente los derechos individuales de las personas. Singularmente, los derechos de los ciudadanos de origen serbio afectados por la declaración unilateral de independencia por parte de Croacia.
Después de muchos titubeos y gestiones de primera hora -recuérdense los viajes de la troika comunitaria a Be1grado y a Zagreb en los momentos iniciales de violencia serbo-croata a principios de verano-, la CE parece haber reflexionado con mayor detenimiento sobre las implicaciones que para el porvenir de los Baicanes y para la estabilidad de Europa tendría una guerra abierta en Yugoslavia. Y frente a la dispersión de los primeros momentos, en que se apreciaban posturas claramente divergentes -un apoyo decidido de, Alemania a la independencia de Eslovenia, una mayor aproximación de Francia a Serbia, algunas preocupaciones territoriales de Italia, entre otras- hoy parece existir unanimidad en la CE sobre los objetivos, aunque no tanto sobre los métodos.
Con la celebración de la conferencia en La Haya, la CE parece decidida a imponer una solución política de alcance. Cuenta en este tema con la ayuda de la CSCE, cuyo Comité de Altos Cargos apoyó anteanoche en Praga la celebración de la conferencia en La Haya. Cedía así el protagonismo a la CE, absteniéndose de activar el mecanismo de prevención de conflictos puesto en pie en su reunión de Berlín de junio pasado. El hecho de que el coordinador de los esfuerzos comunitarios vaya a ser lord Carrington -que ya demostró sus dotes negociadoras en la resolución de la intratable independencia de Rodesia- es una buena garantía de racionalidad.
En la salida que poco a poco se va configurando para la crisis yugoslava, con una separación casi inevitable de Croacia y Eslovenia, no deja de existir un riesgo político de largo alcance. Como han señalado en estas páginas los profesores Veiga y Ucelay-da Cal, sería un grave error que la conferencia de La Haya intentara reimponer la frontera militar de los Habsburgo, dejando un patio trasero europeo conformado por Serbia, Bulgaria, Albania y Rumania. Una solución de este tenor podría crear una Europa de segunda categoría, que a largo plazo se convertiría en un foco de inestabilidad permanente.
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