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Rafael pinta el Nuevo Mundo

En el 400, el encuentro entre naciones era el tradicional enfrentamiento de fanatismos religiosos. El guerrero siempre ha tratado de dar aire sagrado a sus empresas, y los turcos, bélicos por naturaleza, avanzaban sobre Europa con las banderas de Mahoma desplegadas. Los cristianos reyes de Occidente, junto con su corona, defendían la Iglesia de Cristo amenazada. Una vez más, Jerusalén estaba en manos de los infieles. América se descubre buscando el camino para burlar a los turcos. En el centro del problema está el Papa. El Vaticano era el mirador para seguir el avance mahometano, buscar nuevos caminos, avanzar con la evangelización..., asistir al nacimiento de América.Venecia, Génova, Florencia, Milán, Pisa han surgido y enriquecido por el comercio con Oriente. Llevan cuatro siglos -a partir de las cruzadas- de comprar pimienta y sedas, clavos y mármoles, perlas y canela, zafiros y alfombras, té y perfumes. Cuanto visten príncipes y obispos, doncellas y reinas, castillos y palacios. Iglesias. Lo que se luce en bailes y banquetes y procesiones. El diamante que adorna la corona del rey. Los hilos de perlas en el tocado de la bella Simonetta, de Isabel d'Este. La esmeralda en la tiara del Papa. Todo viene, ha venido, de Constantinopla, de Orir, de Ceílán, de la India, de China. Así comenzó el comercio, se formaron las flotas, se crearon los consulados, las agencias comerciales. Así surgió una ciudad genovesa dentro de Constantinopla, con sus propias leyes, para el tráfico entre genoveses y levantinos. Y lo mismo hacían florentinos y venecianos en Constantinopla. Y en cualquier ciudad grande en que fuera el caso de encontrarse con los mercaderes de Oriente... En donde no... Los bancos dieron entonces principio a lo que son hoy.

Ahora, en el Vaticano, se veía el derrumbamiento de todo. Como en la casa de los banqueros Medici de Florencia o en la de los banqueros Cybo de Génova. Clemente VIII, genovés, de la familia Cybo, cuyo hijo estaba casado con la hija de Lorenzo de Medici, el magnífico banquero florentino, mantenía en su estudio una tertulia de humanistas y geógrafos. Allí se estudiaban los mapas de los viajeros chinos. Mostraban una cuarta península del Asia, desconocida. Figuraban ríos que luego se han identificado: el Amazonas, el Orinoco, el Plata. Inocencio llamó a un geógrafo alemán. Él, Martellus, con los mapas de Oriente, hizo el mapamundi (1489) que hoy está en el British Museum. En el mapamundi estaba esa cuarta península e Inocencio VIII formó una escuela de hombres dispuestos a ir al Asia atravesando el Atlántico (Bartolomé Colón, los Pinzón). La historia del mapa se conoce. La cuenta ahora con nuevos detalles Gustavo Vargas Martínez, un estudioso colombiano, en un libro que está para publicarse. Lo conozco en manuscrito.

Si adelanto lo de Vargas Martínez es por indispensable para seguir el hilo de cómo va formándose la academia en el Vaticano a medida que los Medici penetran en el santo palacio. De entrada, llevados de la mano de Guido Antonio Vespucci, tío y protector de Amerigo y embajador florentino de Lorenzo el Magnífico. Vespucci, bajo Sixto IV, introduce a los pintores florentinos que decoraron los costados de la capilla Sixtina: Botticelli, Ghirlandalo, Roselli. Fue el primer ordenador de la familia de pintores que la decoró. Su gran estampa está recordada en dos soberbios retratos de cuerpo entero en las escenas bíblicas que llenan las paredes laterales. La capilla es, fuera de lo otro, un muestrario de la vida política del 400.

La capilla Sixtina es el gran antecedente para la interpretación temporal -en el tiempo- de la pintura vaticana. El papa Sixto no interviene ni sigue el curso de los trabajos. Botticelli lo hace figurar como el diablo que tienta a Jesús al final de sus 40 días de ayuno, ofreciéndole las riquezas del mundo, no desde la cima de un monte, sino desde el techo de su propia iglesia en Roma. La que había hecho construir para los franciscanos. Esto da la medida de las libertades que se tomaban con los pinceles los de Florencia. Para ser justos, el Papa jamás veía lo que se estaba haciendo.

Botticelli representó a Guido Antonio Vespucci, protagonista, en La purificación del leproso, contraponiéndolo al conde Giullano Riarlo, sobrino del Papa, capitán de la guardia pontificia, autor de la conjura para asesinar a los Medici. Vespucci parece un severo senador romano. Riario, un petulante mandón enaltecido.

El hecho (le la consagración de la Academia por Rafael en el Vaticano alcanza una culminación que ya hubiera querido Lorenzo el Magnífico para la suya en Florencia: la de La Escuela de Atenas. Esta obra, la más grandiosa que embelleció al Vaticano antes del Juicio final en la Sixtina, sigue superando a la de Miguel Ángel por el equilibrio y armonía de su geométrica hermosura.

Con la entrada al Vaticano de geógrafos, pintores, poetas, arquitectos, rnúsicos, científicos, humanistas, en el momento justo en que aparece el Nuevo Mundo, hace que la Academia de Florencia deje de ser platónica en el sentido de puramente ideal. La Atlántida como mito se vuelve realidad en el continente revelado por Vespucci. Amerigo dice: esto no es Asia, es un Nuevo Mundo. El anuncio conmueve a Europa y se discute en el Vaticano entre los maestros del arte. Es lo que registra Rafael. No hay otro momento en la historia europea que tenga la suerte de dejar testimonio tan noble y elocuente. Sorprende que al celebrarse ahora los 500 años sigan reproduciéndose estampas del descendimiento de Colón en Guanahaní sacadas de las tapas de cajas de tabacos, cuando en La Escuela de Atenas está pintado el primer debate sobre el anuncio del Nuevo Mundo, y ]los protagonistas son Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael. Reunidos en disputa parecidat no se encuentra escena de semejante valor en la historia del arte.

En el gran fresco no hay sino dos palabras escritas: Timeo, en el lomo del libro que tiene bajo su brazo Platón, y Ética, en manos de Aristóteles. Salta a la vista que el debate es sobre el libro que tiene Platón bajo el brazo: el Timeo, el de la Atlántida. que no se acaba de descubrir y en que Platón la vuelve lodo. Vespucci descubre que rito. Que el Asia de que habla Colón es la Atlántida que en los diálogos se había tragado el mar. Todos discuten. Miguel Árigel, caviloso, en el grupo de los metafísicos, al pie del cuadro, se concentra en la lectura de Heráclito y sus teorías sobre la naturaleza y mudanzas de la Tierra. En el extremo opuesto, Rafael, acompañado de Sodoma, asiste al enfrentamiento de Zoroastro, que porta la esfera armilar, y Tolomeo, que alza la nueva esfera de la Tierra con el Nuevo Mundo. El fresco es de 1513; el bautizo de América en Saint Dié, 1507; el anuncio del Nuevo Mundo en Florencia, 1503; la carta de Vespucci que da la noticia, 1503; el primer viaje de Colón, 1492. Ésta es la crooriología de la gloria.

Germán Arciniegas es presidente de la Academia Colombiana de la Historia.

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