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Tribuna:LA ARBOLEDA PERDIDA
Tribuna
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Roma, nuevamente

Caí en Roma, volví a ella después de tanto tiempo. Fui primero para intervenir en un programa de televisión y dos meses más tarde para recibir el Premio Roma Letteratura en el teatro Ghione. Participé después en Nápoles en un encuentro que reunió a poetas de todo el mundo, y también recogí en Capri otro premio literario. Estos dos últimos viajes a Italia los hice en compañía de mi mujer, María Asunción Mateo, y de Roberto Otero, gran fotógrafo y dueño de un precioso yate que cuida y lustra como si fuese un gran zapato que abrillantase sobre las olas para que se deslizara radiante sobre ellas.No iba a Roma desde hace muchos años, ciudad en la que estuve casi 15 de mi exilio, la mayor parte de ellos en la Via Garibaldi, en una antigua y bella casona de comienzos del siglo XVIII que había servido de convento a unas monjas que tejían tapices, como ya he escrito en otras ocasiones. Sentí una incontenible emoción al vivir aquellos días en aquella prodigiosa ciudad, en la que viví con María Teresa y con mi hija Altana. Mi casa estaba sobre un altillo de la calle, cerca del bar Settimiano, frente a la trattoria de Romulo, donde había vivido la Fornarina, la bella amante del pintor Rafael Sanzio de Urbino, mientras él pintaba La Galatea en el famoso palacio Corsini, vecino a mi casa, y los murales maravillosos del Vaticano.

Al bar Settimiano de la esquina venían todos los días los pintores Carlo Quatrucci, el argentino Alejandro Kokochinski, el tristemente desaparecido Agustín Pérez Bellas, también arquitecto y escritor, y su mujer, la increíble e insensata gallega Mercedes Ruibal, a la que tanto María Asunción y yo queremos, y a la que recuerdo escribí por su aniversario número ?, un 6 de noviembre de 1976, este poema tan deslenguado, ilustrado con dibujos: "Mercedes: en este día / en que ya cumples los cien, / te regalo esta sartén, / para que Agustín te fría / -si los dos no sois contrarios- / sus huevos a tus ovarios, / única amorosa llama / que un varón puede ofrecer / al coño de su mujer / al celebrarlo en la cama. / Así, Mercedes Ruibal, / con esta sartén te invito / a comer los huevos fritos / de tu marido inmortal. / Y registrará la historia, / siempre en el recordar grata, / en este día de gloria, / en este fausto sin fin, / que hiciste la gran fritata / con los huevos de Agustín".

Mercedes, además de una inesperada y ocurrente pintora es también una escritora llena de audacia, como prueba su libro Confesiones de volatinera con bragas de repuesto al dorso, cuya publicación acompañó de otro poema que le escribí, esta vez alabando sus dotes pictóricas, y que concluía así: "Esta es Mercedes Ruibal en el ángel, / ésta es Mercedes Ruibal en el diablo". Tras la muerte de Agustín escribió un libro de poemas, Y mi voz es tu nombre, en el que el recuerdo de su marido está latente y conmovido ("Te espero inútilmente / a sabiendas que tu cuerpo hecho espuma / descansará en la nada").

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Aquel ángulo de Garibaldi y la Via Riari en el que al anochecer me encontraba con mis amigos sigue siendo hoy, aun después de tantos años, un lugar inolvidable. Ahora, cuando estuve en mi antiguo barrio, no pude reunirme con ninguno de ellos. Aunque no muy lejos pude encontrarme con otros amigos de entonces muy queridos, como el grande y arcangélico abogado Mario Veutro y su mujer, Giullana; Angela Redini, inteligente actriz que dirigió la filmación de mi recital de la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora, con fondo de paisajes playeros en las hermosas costas de Sicilia, y también a la siempre bella y elegante condesa De Giorgi.

No pude alojarme en mi casa de Garibaldi, pues está ocupada desde que me fui y me ha sido imposible, por el momento, desalojar a la persona que en la actualidad la ocupa. Así que al llegar a Roma nos instalamos en un albergo llamado Raphaé1, muy cerca de la Piazza Navona, casi junto a una de las grandes fuentes llenas de delfines y ninfas desnudas, lugar donde hace tiempo se celebraban fiestas náuticas extraordinarias, con aguas desviadas del gran río Tiber. Plaza que, a pesar de no encontrarme tan ligero como hace años, mis dos acompañantes me hicieron recorrer a pie muchas veces, cosa que quiero registrar aquí para siempre. Nunca anduve más, pero tengo que admitir que sentí mejoradísimas mis piernas en mis obligadas caminatas por la famosa plaza de Bernini. Pasé mil veces ante los tritones, los caballos y delfines, y pensé que algún día habría una placa que recordaría mis paseos ante las extraordinarias esculturas.

¡Roma, Roma! Años maravillosos, yendo los veranos a los bellos montes de Anticoli Corrado, altas y verdes montañas ya pertenecientes a la sierra de Pescara que, en esta ocasión, volví a visitar. Nos acercamos hasta el jardín de mi preciosa y rústica casa sobre el verdísimo valle del Aniene, con las altas montañas al fondo llenas de pueblos hermosos y paradisiacos que entonces recorríamos y yo canté tantas veces en mis cuadernos romanos.

¡Oh prodigio de la memoria y de los ojos que no olvidan y encierran el poder para el canto! La memoria y los ojos para el dibujo, el color y todo aquello que nos hace vivir, dejar vivo lo que conmueve aún y nos hace eternos.

Roma. Roma. Italia. Italia. Aquí estoy todavía, aquí estás en la memoria vibrante de mi corazón que aún existe y no se olvida nunca.

Copyright: Rafael Alberti.

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