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La ciencia de Estados Unidos se halla sumida en la mayor crisis de su historia

La ciencia se encuentra en Estados Unidos en un verdadero estado de sitio, tras una época dorada que empezó al final de la II Guerra Mundial y que llevó a logros tan importantes como el láser, el transistor, el microprocesador o la ingeniería genética en la última década del siglo. La comunidad científica sufre los efectos de la reducción de los presupuestos, el hostigamiento de la burocracia, las luchas internas, el ataque de los activistas y las consecuencias de embarazosos casos de fraude y fracaso, mientras el Congreso y la población se distancian de los investigadores.

Los científicos europeos y los japoneses han empezado a adelantar a sus colegas de EE UU, aunque la ciencia siga siendo fundamentalmente norteamericana. "La comunidad científica está desmoralizada, y sus quejas asustan a los jóvenes", dice Bernardine Healy, directora de los poderosos institutos nacionales de la salud de Estados Unidos (NIH). "No había visto nunca un colectivo tan deprimido", comenta Stephen Berry, químico de la Universidad de Chicago. "Es la atmósfera peor que he visto desde que empece a trabajar hace 30 años".La imagen de la ciencia se ha visto perjudicada en EE UU por incidentes de tanta repercusión como la inexcusable miopía del telescopio espacial Hubble (un aparato que costó 1.500 millones de dólares), el peligro en que se encuentra la misión espacial Galileo hacia Júpiter (1.300 millones de dólares) por culpa de una antena que no se despliega, e incluso la catástrofe del transbordador Challenger y las continuas dificultades de la flota de transbordadores.

La atmósfera circense que acompañó hace dos años el anuncio de la fusión fría y el subsiguiente fiero debate entre científicos ha sido otra de las causas de la falta de respeto público a las actividades científicas. Los casos de fraude han ido saliendo a la luz periódicamente desde hace años. Uno de los que ha hecho más daño a la imagen pública de la ciencia ha sido el de un artículo firmado por el premio Nobel David Baltimore junto a una colaboradora, que luego se demostró que había amañado los datos.

Falta de credibilidad

La larga pelea entre el norteamericano Robert Gallo, un científico de altísima reputación hasta entonces, y el francés Luc Montagnier, por la paternidad del descubrimiento del virus del sida, ha suscitado graves dudas sobre la motivación y la credibilidad de los científicos. El hecho de que, como se acaba de saber, la investigación interna de los NIH sobre el tema se incline por establecer la culpabilidad de Gallo no ha hecho sino confirmar las dudas.

Cuestiones morales se han interpuesto también en el camino de la ciencia. El Gobierno de Bush ha mantenido la prohibición de otorgar subvenciones federales a la investigación sobre trasplante de células fetales, a pesar de que estos trabajos han dado resultados prometedores en otros países en el tratamiento del Parkinson y otras enfermedades.

Los activistas que se oponen a la experimentación con animales han atacado varios laboratorios y han frenado varias líneas de investigación en salud humana. Los activistas han conseguido llevar a la conciencia pública una imagen de los científicos como personas crueles con los animales. La utilización de los recursos legales por personas como Jeremy Rifkin para frenar experimentos con organismos o sustancias modificadas por ingeniería genética es una muestra también de los frenazos a las líneas prometedoras de investigación.

Sin embargo, para muchos investigadores, la mayor amenaza para la ciencia en Estados Unidos la constituye la falta de dinero. El primer grito de alarma lo lanzó el pasado mes de enero el premio Nobel de Física Leon Lederman, recién elegido presidente de la prestigiosa Asociación para el Avance de la Ciencia. Lederman hizo una encuesta entre 250 científicos de 50 laboratorios. Las respuestas presentaban un panorama de desmoralización y falta de perspectivas que hizo exclamar a Lederman: "No he visto nada igual en mis 40 años de trabajo en la ciencia".

La obsesión del dinero

Los cálculos de Lederman indican que, si se tiene en cuenta la inflación, los fondos federales destinados en 1990 para la investigación básica y aplicada en las universidades fueron superiores sólo en un 20% a los de 1968, mientras que el número de científicos con grado de doctor se había doblado en ese periodo. En otras palabras, el doble de investigadores se disputan casi el mismo dinero.

El grito de alarma de Lederman no fue bien acogido por muchos. "No creo que sus argumentos fueran buenos", ha señalado Harvey Brooks, experto en política científica de Harvard. "Los científicos lo están pasado mal, pero también los que no tienen hogar. Lo que hay que hacer es justificar la ciencia porque hace algo bueno por la sociedad". Incluso Frank Press, presidente de la Academia Nacional de Ciencias, está de acuerdo en la necesidad de restricciones. "Ningún país puede permitirse suscribir un cheque en blanco para la ciencia", afirma.

El pasado mes de junio, la Cámara de Representantes concedió 1.900 millones de dólares a la NASA para que continuara sus trabajos en la estación espacial Freedom, que podría costar unos 40.000 millones de dólares. Pero a causa de los recortes presupuestarios esa cantidad puede ser reducida, así como los presupuestos de otros proyectos de la NASA y de la Fundación Nacional de la Ciencia (NSF). Daniel Kleppner, un físico del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ha señalado que el dinero que se va a gastar este año en la estación espacial será similar a todo el presupuesto de la NSF, que acoge la mayor parte de los fondos federales para todas las ciencias, excepto la biomedicina. La publicación de la Academia de Ciencias de Nueva York, The sciences, resaltaba recientemente: "Es increíble que el Gobierno pueda gastar miles de millones de dólares en proyectos defectuosos mientras permite la decadencia de instituciones científicas de primer orden mundial por falta de dinero".

La presión de los 'Iobbies'

Muchas instituciones disponen de presupuestos tan escasos que no pueden comprar nuevos instrumentos e incluso encuentran dificultades para mantener los equipos científicos que poseen. Esta falta de dinero y la presión que ejerce el Congreso sobre la ciencia ha inducido a instituciones y científicos a formar grupos de presión o lobbies para recaudar fondos. Cuatro sociedades de bloquímica se han unido con el propósito de pagar al antiguo congresista por Maine, Peter Kyros, 100.000 dólares al año para que presione en los círculos del poder con el objeto de conseguir más presupuestos para la investigación biomédica.A menudo los lobbies de la ciencia encuentran lo que buscan en Capitol Hill, donde los congresistas pueden obtener importantes sumas para proyectos de investigación a realizar en sus propios distritos, simplemente modificando alguna cláusula de los reglamentos de asignación.

Los legisladores del Gobierno Federal aprobaron, durante el año fiscal de 1991, al menos 270 millones de dólares para proyectos científicos de investigación a cargo del patronazgo político. Este tipo de financiación sirve a veces para proyectos de dudoso valor. Por ejemplo, una intervención del senador por Alaska, Ted Stevens, proporcionó nueve millones de dólares para una investigación en ese Estado que pretendía estudiar cómo aprovechar la energía de las auroras boreales.

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