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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El carro del sistema

Por fin he sacado una oposición. Ya experimento en mi estómago ese jubiloso hormiguillo que proporciona la inamovilidad en el puesto de trabajo, esencia y vicio de la condición funcionarial.Actualmente, me encuentro preparando los papeles para mi nombramiento. Tampoco son tantos como se cree la gente: tres declaraciones bajo juramento o promesa, una cuantas copias compulsadas y, también, un certificado médico oficial expedido por el centro de salud que me corresponda o por la Dirección Provincial de Sanidad. Así que manos a la obra.

Comienzo por lo que, en principio, intuyo más engorroso de conseguir: el certificado médico. Y no voy descaminado.

Un médico del centro de salud me remite al centro del Colegio Oficial de Médicos, declarándose incompetente para tal menester. No esperaba yo esto de un doctor en medicina -colegiado, por supuesto-, mas, con mi asombro, me dirijo al otro punto que me decía la convocatoria (Sanidad), tratando de roerle la soga al gremio organizado.

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El edificio de Sanidad, más que centro de atención al público, parece morada de fantasmas. Presentes tan sólo dos bedeles, enzarzados en una acalorada disputa sobre pesca. Ni se percatan de mi presencia. Pero aunque la casa sea mía, tengo que irme a matar el rato con otros asuntos. Cuando vuelvo, los despachos (casi todos son de jefes) continúan vacíos, indefensos. Un cleptómano habría hecho el agosto ante tan descubierta vigilancia. Hago tiempo. Satisfago mis necesidades fisiológicas en el propio aseo del facultativo, en parte buscando el placer de la provocación. Allí nadie se presenta. Me voy. A la media hora regreso. El médico jura que no se ha movido de su sitio y, molesto, me amonesta: "¿Cómo voy a reconocerle, si no me trae el impreso?".

Abatido, acudo a un céntrico estanco. No tienen. Me señalan el Colegio de Médicos. Voy a otro. Ídem. Me rindo.

En el Colegio de Médicos me venden el impreso con la condición de que me sea expedido en su propio centro. Por agotamiento, acepto, a pesar de que mi tiempo de parado no valga un higo, y a pesar de tener la sensación de haber caído, tras una celada, en la cueva de Alí Babá.

Al volver a casa, cunde en mí la desazón y el cabreo. Desazón porque cuando sea funcionario voy a estar tomando siempre café, aunque no me guste. Cabreo, porque no me cabe en la cabeza que mi médico de cartilla rehúse reconocerme (?) y estampar su firma en esa cartulina amarilla, cumplida de membretes y estampillas (para que no haya duda acerca de su propiedad y jurisdicción), cédula de monopolio colegial y gremialista, estandarte de contra poder, esencia divina. Entre unos y otros, hoy, han dado a mi vida (prefuncionarial) una recia vuelta de coyunda que me hace sentirme uncido al yugo con el que contribuyo a arrastrar el carro del sistema, en el que algunos ya van desde siglos bien montados y arreando.-

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