Un ataque de pesimismo
En la entrevista publicada en EL PAÍS (4 de agosto), el admirable y muy influyente filósofo político Karl Popper dice: "Pienso que, a pesar de las cosas que puedan ocurrir, y que ocurren, la humanidad vive en Europa, en América, en Australia... un periodo de grandes logros, de logros magníficos, respecto, por ejemplo, a la justicia y en general a la libertad".Interpretando globalmente la situación material en estas zonas, junto con Japón y los países de la cuenca del Pacífico, se puede afirmar sin miedo a equivocarnos que la gran mayoría de los seres humanos no ha disfrutado nunca con anterioridad de un nivel de vida, de la seguridad social básica, de la libertad espiritual y de las oportunidades económicas características de esas áreas en las últimas décadas.
Pero en la misma edición de EL PAÍS leí también un informe detallado sobre la mafia japonesa, el Yakuza, el mayor de los sindicatos del crimen; también una crónica del clan Menem-Yoma, un culebrón en el cual la verdad es más terrible que la ficción; luego, una ración normal de las noticias mundiales normales: atroces matanzas en nombre del nacionalismo serbio y croata; las bombas de ETA causando muertes, mutilaciones y caos en el tráfico ferroviario a principios del mes en el cual la gran mayoría de los españoles con ingresos modestos disfruta de sus vacaciones; la creciente implicación de numerosos Gobiernos democráticos en los crímenes del BCCI; una variedad de noticias sobre guerras civiles, hambre y crímenes masivos en zonas de Ruanda, Etiopía y Liberia.
El desalentador contenido de las noticias no se limitaba al gansterismo y a la guerra. En una entrevista de Juan Cruz, el mundialmente famoso pintor Francis Bacon insistía en que las palabras son inútiles en relación con la pintura, la poesía y los ideales filosóficos (si es que se tienen), y decía cosas tan chispeantes como: "La pintura sólo se hace para lograr una excitación en el estómago. (...) Lamento mucho haber dado a conocer muchos de mis cuadros, pero eso le ocurre a todo el mundo. (...) Sé que Picasso es un genio del siglo en la pintura, pero, por supuesto, a veces, vemos demasiada basura pintada por él...". Después de disfrutar con las frases ligeras y las humorísticas expresiones faciales de este poderoso pintor del sufrimiento humano, repasé también las descripciones que aparecían en el dominical sobre grandes ciudades españolas, ropa cara y elegante, coches deportivos, perfumes y otros juguetes costosos para niños de todas las edades y altos ingresos.
Los párrafos que anteceden no los he escrito con la intención de denigrar a Karl Popper, de cuyos escritos he aprendido mucho, ni a Francis Bacon, cuyas poderosas manifestaciones de angustia, en ocasiones también han excitado demasiado mi estómago, aunque no en el sentido de vitalidad creativa que sugiere el contexto de la entrevista. También diría que la evidencia del lavado de dinero y de las ventas de armas Ilegales en que se ven implicadas figuras poderosas de la política y de la economía en nuestras democracias más ejemplares no resulta especialmente chocante. He visto casos de corrupción moral en universidades que, aunque eran, por supuesto, mucho menos costosos que la del BCCI, no diferían mucho desde un punto de vista ético.
Lo que me hace disentir del optimismo de Popper (que cuidadosamente limita al momento actual de Europa, América y Australia) es el hecho de que las actividades que han producido esa prosperidad y justificado ese optimismo no pueden continuar ni a corto ni a largo plazo. La prosperidad económica se basa en la creciente explotación de recursos insustituibles del planeta Tierra y en una constante destrucción de la biosfera, de la cual depende toda la vida, tanto en las ciudades más her mosas de Europa como en las chozas africanas. Además, el consumismo y la necesidad de una expansión constante, incluyendo la fabricación y la exportación de armas cada vez más perfeccionadas por parte de las economías maduras y en desarrollo, son, precisamente, los factores que más influyen en la constante violación del planeta.
También me parece que todo el progreso anterior hacia la democracia y casi todos los logros supremos del arte han estado relacionados con altos ideales que actualmente se ven o bien activamente desbancados o pragmáticamente reducidos. Tanto si eran creyentes o ateos, materialistas o idealistas, todos los reformadores y revolucionarios de las generaciones pasadas situaron la libertad política y religiosa, o más recientemente los derechos civiles de las minorías, por delante de cualesquiera ambiciones personales. Estaban motivados por la creencia en una capacidad de mejora moral e intelectual de la raza humana. Situaron los derechos individuales y las necesidades comunales por delante del éxito económico personal. No se pasaron la tarde del domingo decidiendo qué marca de camisetas comprar.
En cuanto a las artes, la gran poesía, las artes visuales y la música mundiales, siempre han expresado una gran parte de la angustia y la desorientación con las que amablemente nos han golpeado en las obras más prestigiosas de las últimas décadas. No sería un arte honesto si no reflejase los aspectos trágicos de la vida. Pero cuando se ve una tragedia griega o shakespeariana, cuando se lee Los hermanos Karamazov, cuando se escuchan las trágicas notas de Beethoven, cuando se estudia el arte cristiano medieval con todas sus crucifixiones, cuando se siente la desesperación de Van Gogh o de Rouault, no se piensa en la existencialista palabra de moda absurdo. Uno no se imagina que Sófocles o Beethoven escribiesen "para lograr una excitación en el estómago".
Tanto la política como el arte son inevitablemente sensibles a las actitudes que subyacen en una determinada sociedad. En las democracias ricas, el consumismo de las clases alta y media y la desesperación de las minorías marginales se han combinado para devaluar la democracia como proceso de constante preocupación por la res pública, un proceso que adopta la forma de un debate serio y elecciones periódicas. En los países del este de Europa, recientemente liberados, se ve la esperanza frenética de un consumismo capitalista rápido, exagerado en parte por la ausencia, a evidente semejanza de Occidente, de aquellas virtudes cívicas y preocupaciones públicas que son absolutamente esenciales para la construcción de una sociedad democrática.
Del mismo modo, las tendencias dominantes en todas las artes durante la mayor parte del siglo XX han hecho hincapié en la irracionalidad, el caos, la desesperación, el final de todas las inhibiciones (para mejor o para peor), y en la ruptura deliberada con todas las formas heredadas. El éxito, o al menos el llamar la atención sobre uno mismo, depende a menudo de un shock, de la novedad, de la mistificación para su propio bien, más como un asalto al pasado clásico o burgués que como una expresión enfática y coherente del mundo contemporáneo.
¿O bien se ha hecho el mundo tan coherente y los seres humanos tan aislados, tan vacíos de creencias positivas, que los artistas sólo pueden representar el caos, sonrisas para la cámara y decir cosas inteligentes que resultan no significar nada cuando uno se pone a pensar sobre ellas? A menudo sospecho que una conversación ingeniosa es una máscara de la desesperación interior, y que el consumo excesivo de lujos superfluos es una "gratificación sustitutiva" de las emociones reales y de las verdaderas preocupaciones humanas. En cualquier caso, en las circunstancias a las que se alude en este artículo, las palabras de Karl Popper y de Francis Bacon inducen a un ataque de pesimismo.
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