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Italia concluye la repatriación de los albaneses

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALHabían relatado miserias patrias inconcebibles cuando hace cinco días llegaron a Bari colgados de las anclas del VIora. Ese mismo día, los 11.000 albaneses suplicaron la concesión de asilo en Italia, con lágrimas y cuchillos. Secuestraron autobuses, quemaron el viejo estadio y convirtieron el muelle en trinchera para quedarse, Todo resultó inútil; incluso la rebelión final de 1.000 desesperados en el campo de fútbol que fue su cárcel. Agotados, los últimos albaneses fueron embarcados ayer hacia la Albania no querida.

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En los aviones y transbordadores de regreso tomaron zumo de naranja y recuperaron su condición de seres humanos. Permanecen en Italia cerca de 300 desertores del Ejército y los heridos más graves. A golpe de porra e insolación, terminó el sueño italiano de 11.000 desdichados.Las autoridades italianas apresuraron la deportación de los inmigrantes clandestinos, y la repatriación de quienes se jugaron la vida en una frustrada intentona por huir de su país se efectuó en un masivo puente con Tirana en el que participaron aviones militares y civiles que despegaron y aterrizaron cada media hora, y buques de pasajeros capaces de transportar hasta a 2.000 personas por travesía.

El tratamiento ha sido diferente para los desertores, a los que esperaban peticiones de hasta 25 años de prisión. Todos aquellos que han podido demostrar su condición de reclutas o militares no han sido devueltos.

Muchos fugitivos que cumplían el servicio militar, uno de los cuales logró introducir un fusil de asalto FAL en el estadio de Bari, se desprendieron de los uniformes en la creencia de que su identificación dificultaría la permanencia en Italia.

Un oficial afirmaba preferir la muerte al regreso. "No nos queda otro remedio. Yo y otros compañeros no quisimos disparar contra la riada de gente que asaltaba el barco Wora, y nuestra única alternativa fue huir con ellos".

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Huellas de la batalla campal

El puerto de Bari, con más carabineros y soldados que refugiados, presentaba ayer las huellas de la batalla campal sostenida el domingo con los rebeldes más furibundos. Barrenderos con mascarillas quemaron los restos de la refriega, mientras os-rca de 1.000 albaneses subían ordenadamente a los autobuses de transporte hacia los aviones o barcos. En el lomo de uno de ellos se anunciaba la película Atracción fatal.

A, 500 metros del muelle de las desgracias, un crucero con rumbo a Grecia cargaba las sombrillas, el champaña, las toneladas de crema bronceadora y las piñas frescas que harán gozoso el recorrido turístico de un pasaje en vacaciones. En tanto llegaba el turno de los últimos pasajeros a la fuerza, uniformados todos en bermudas negros, algunos se sumergían con cabriolas en las cristalinas aguas del muelle, hacían la carpa de cabeza, imitaban el surtidor de la ballena con la boca o ensayaban una surrealista colada de andrajos.

Allí estaba el ingenioso armador que, sonriente, fue capturado por una lancha de la policía cuando braceaba en un flotador fabricado con cascos de botellas de plástico ensartadas como las cuentas de un collar. También en el viejo estadio el número de agentes de seguridad se acercaba ayer al de los 2.000 deportables, y cualquier sublevación estuvo condenada al fracaso. Ule Scele, convertido en portavoz de la última resistencia, lanzó un vano y numantino ultimátum amenazando con una sangrienta revuelta en caso de que no se facilitase su salida hacia Francia o Alemania.

Algunos albaneses domiciliados en Italia intentaban a prudente distancia la conversación con sus compañeros detenidos y les daban recados para sus familias. Uno de ellos aseguraba conocer que entre los 11.000 solicitantes de asilo había un número significativo de excarcelados después de la última amnistía.

Por las calles de Bari aumentó el número de albaneses que consiguió eludir la vigilancia policial silbando, cojeando con piernas de atleta, jurando dolencias imaginarias en las revueltas diarias.

Según la policía, el número de albaneses huidos se acerca al millar, y sus posibilidades de escape no son muchas.

El día del asalto al Vlora, Ibrahim, de 35 años, y su amigo Enver, de pocos menos, llegaron al puerto albanés de Durres. Nadie los paró. En la Embajada de Italia en Tirana, pidieron asilo su esposa y sus dos hijos, de 10 y 3 años. Ahora, junto a sus companeros de infortunio, los dos mecánicos vagabundean por la población italiana con una bolsa en la que llevan dos botellas de agua en busca de techo y trabajo. Aceptan cualquier cosa.

[A última hora de ayer, jefes policiales Intentaban persuadir a los más recalcitrantes entre los albaneses para que regresasen a su país, a la vez que les ofrecían ropa y dinero. Los policías, informa Afp, dijeron haber recibido de su gobierno instrucciones para no usar la fuerza.]

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