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El 'mono' del jardinero

Un recluso de Algeciras, en régimen abierto, mató a la dueña del jardín que cuidaba

"No puedo abrir, empuja tú, empuja tú... Mi madre está muerta", le gritaba a una vecina un niño de tres años de edad desde el interior de su chalé el pasado martes en Algeciras (Cádiz). Era el hijo de Juana María Fernández Paulete, que contempló impotente cómo Alfonso Rocha León, alias El Mijita, recluso de la prisión local que disfrutaba de régimen abierto, acabó con la vida de su madre después de asestarle cuatro cuchilladas en el cuello. Era el primer día que la cárcel -su hogar desde que era un adolescente- le había ampliado a nueve horas el permiso con el que Rocha contaba desde hace seis meses. Era también la primera vez que trabajaba como jardinero de su víctima.

Alfonso Rocha, de 26 años de edad, es menudo de estatura pero tiene fuertes músculos. Su vida está ligada a la delincuencia desde los 17 años, cuando empezó a conocer el interior de los muros penitenciarios. Ahora cumplía una condena de 13 años por una violación y otros delitos acumulados, entre los que se cuentan robo con intimidación, hurto, tráfico y tenencia de drogas.El Mijita contó al juez que el martes, a mediodía, ingirió 10 pastillas de Rohipnol, un fármaco que induce al sueño y que los yonquis utilizan como sustitutivo de la heroína, y se dispuso a recoger malas hierbas en el chalé ubicado en el número 1 de la calle Melva, en San García, un barrio de Algeciras repleto de casas unifamiliares.

El síndrome de abstinencia le obligaba a conseguir dinero para un pico. No podía más, según relató él mismo al juez Manuel Gutiérrez Luna, titular del Juzgado de Instrucción número 3 de la ciudad, que tramita las diligencias del caso.

El Mijita trabajó en el jardín hasta las 14.30 horas, junto a otros tres jóvenes que como él habían aprendido el oficio en un taller ocupacional. Juana María Fernández, de 30 años de edad y administrativa en un hospital, regresó a esa hora del mercadillo semanal en compañía de su hijo y despidió a los jardineros, que echaron en falta a su compañero.

Juana María encontró a Rocha en el interior de la cocina, y éste, según confesó al juez le pidió dinero a la mujer, quien le arrojó varios utensilios de cocina. El interno cogió entonces un cuchillo de cocina y la persiguió hasta el dormitorio, situado en la segunda planta. Allí forcejearon. Primero la intentó estrangular con cuerdas y luego le ató las manos y le asestó cuatro cuchilladas. "Menos mal que no toqué al niño", declaró al día siguiente Alfonso Rocha. Con las 1.000 pesetas que consiguió en la casa compró una dosis de heroína y se la fumó antes de volver a entrar en la prisión, a las 16.30 horas. La policía le detuvo por la noche en el interior de la cárcel, después de lavar sólo con agua la camisa que se manchó con la sangre de su víctima.

Maribel, vecina de Juana María, fue la primera en descubrir el cadáver. "El niño me cogió de la mano y me subió al dormitorio. Vi un gran charco de sangre, era horrible". En el dormitorio aparecían esparcidas por el suelo tarjetas de crédito, cheques y sangre, mucha sangre, en torno al cuerpo sin vida de Juana María. El pequeño, cogido ahora de la mano por su vecina, tan sólo había acertado a propinar varias patadas al joven que agredía a su madre. "Ha sido el jardinero", repetía una y otra vez.

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El Mijita era amable y simpático. Al menos esta era la impresión de los monitores del Colectivo de Educación Permanente de Adultos (CEPA) que le enseñaron el oficio de jardinero. Ni la junta de régimen de la penitenciaría ni los educadores de CEPA advirtieron la violencia del joven y su dependencia de las drogas. El crimen ha dividido a la ciudad entre la ira contra los toxicómanos y la rabia contenida frente a las consecuencias del consumo y tráfico de drogas.

Las puertas se cierran

"Es muy fuerte, muy fuerte, y era impensable. Estoy dolido por la familia y por las puertas que se cierran", confiesa Francisco Sierra, delegado de CEPA. Sierra, que quería visitar ayer a Pedro Reyes, el marido de Juana María, coordina el trabajo de prevención y reinserción de drogadictos, deficientes físicos y otros marginados que realiza el colectivo en la zona sur de Algeciras. "La pregunta es ahora si metemos la mierda debajo de una alfombra o seguimos adelante".Su lamento también lo comparten el coordinador municipal de reinserción social, Pedro Díaz, y José Chamizo, el popular sacerdote que preside la Federación de Coordinadoras antidroga del Campo de Gibraltar, y a quien conocen todos: drogadictos y traficantes.

"Tenemos una bomba en las manos que son 8.000 drogadictos en la comarca", afirma Chamizo, que piensa que habrá crímenes y drogas mientras se permítala existencia de los traficantes. Yañade: "Hay que ser más consecuente y la sociedad, cuando dice que hay que luchar contra la droga, ¡hay que luchar!, pero todo el mundo. Los crímenes también los cometen otros, y el que vende papelinas es un criminal, y el que blanquea dinero en muchos bancos de la zona es un criminal, y el banquero que lo blanquea, tan criminal como él" .

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