"Ahora sé que sólo soy un escritor"
Pregunta. No lo tome a insolencia, pero muchos lectores suyos recibimos con alivio el comportamiento del electorado peruano.Respuesta. (Una risa franca). Bueno, todos mis amigos me felicitaron por mi derrota electoral, tengo que decir eso.
P. Esto despeja totalmente el camino para su regreso a la literatura ¿o le sigue tentando la política?
R. No, no. Yo siempre pensé regresar a la literatura. Lo dije cuando hacía política, y durante la campaña electoral expliqué, bueno, que si ganaba me iba a consagrar en cuerpo y alma a ese trabajo, pero que luego iba a regresar a mi escritorio, porque mi vocación es la literatura, no la política. Y los electores me han facilitado el regreso.
P. ¿Qué hace ahora?
R. Estoy reescribiendo una novela. Yo interrumpí una novela cuando entré en la política hace tres años. Dejé a medio hacer una novela situada en un pueblecito de los Andes, con algunos personajes de una novela anterior, Quién mató a Palomino Molero, y ahora la he retomado, desde hace ya varios meses, aprovechando un poco lo que fueron esos tres afios de viajar incesantemente por Perú, de recorrerlo en todas direcciones. Es una novela de corte diríamos más bien policial y fantástico.
P. Policial, fantástica y, al parecer, política.
R. No diría yo eso. Pero ese recorrido, sobre todo por regiones apartadas, aisladas, de Perú, a mí me ha dado muchos materiales para esta historia. Porque una de las cosas que descubrí es cómo la violencia, no sólo la política, sino también la violencia social, había empujado el irracionalismo, cómo para explicar esa violencia había que recurrir muchas veces a viejas supersticiones que parecían totalmente extinguidas, cómo hay una proliferación de cultos de tipo religioso en los Andes, cómo han resucitado ritos y prácticas, completamente prehispánicas algunas ... Hay como una especie de renacimiento de lo irracional a consecuencia de la violencia.
P. Debió ser un choque brutal.
R. Sí, claro. De repente, el mundo se volvió incomprensible para mí, se volvió el mundo un caos, un horror, y entonces lo irracional adquiere una vigencia sorprendente. Pero, a pesar de todo esto, yo no diría que esta novela sea política, en absoluto; pero sí es una novela sobre la violencia, sobre la irracionalidad que está tan íntimamente vinculada a la violencia.
P. Sus compromisos ideológicos anteriores no le impidieron las fabulaciones expresadas en una literatura químicamente pura. Pero su reciente compromiso político y esta carga de realidad, diríamos patética ¿no le harán caer en el peligro de algún tipo de realismo social?
R. Yo creo que mi literatura nunca ha sido químicamente pura, creo que siempre hay en ella unas preocupaciones en cierto modo impuras. Para mí una novela siempre ha sido, además de una creación artística, un desafío de tipo intelectual, una manera de explorar o de tratar de entender un aspecto o una función determinada de la realidad.
P. Pero Pantaleón, por ejemplo, es una peripecia humana individual al frente de un coro improvisado y esperpéntico que sólo ofrece deleite literario, en el que no hay sociología ni realidad, sino, tal vez, un cierto surrealismo.
R. Bueno, hay un juego, una diversión, sí, es un divertimento, por supuesto. Pero es un divertimento que tiene un fondo amargo inspirado en la perversión burocrática, que es uno de los demonios de núlestra época y del que no está exento ningún país, ninguna sociedad.
P. Bien, pero en Los cachorros, por ejemplo, más que realidad o sociología hay un enfrentamiento durísimo entre individuo y sociedad en un marco existencialista que recuerda algunas narraciones cortas de Sartre.
R. Es posible. Se sabe la influencia que Sartre tuvo en mí, sobre todo en mi época universitaria. Lo leí entonces, lo releí y creo que muchas cosas de las que escribí están marcadas por su influencia. Mi primera novela, La ciudad y los perros, creo que es una novela comprometida en el sentido que Sartre daba al compromiso. Pero luego me distancié mucho de él, y ahora creo firmemente lo que dijo José Plá de Marcuse, que yo aplicaría también a Sartre: "Contribuyó cómo nadie a la confusión contemporánea".
P. Usted escribió en 1979 que su vocación literaria no la cambiaría por ninguna otra. ¿Lo ratifica ahora?
R. Ahora lo creo más que nunca, sobre todo después de haberla cambiado temporalmente por otra. Ahora estoy más convencido que nunca de que yo soy un escritor, que mi vocación es la literatura y que si puedo prestar algún servicio lo voy a prestar mejor a través de mi vocación auténtica que imponiéndome otra distinta.
P. Entonces ¿seguirá intentando musicalizar su prosa para que, como parece haber dicho usted, cante, contando?
R. Sí. Yo creo que la música ha tenido una gran influencia en mí, como en todo escritor. El lenguaje es también música, no sólo concepto, y una manera de que una historia sea persuasiva es también dotándola de una cierta musicalidad. Creo que eso es el estilo.
P. Una musicalidad que se nota más en unas narraciones que en otras. En Los cachorros, por ejemplo, es casi una obsesión.
R. Sí. Desde el principio tuve la idea de que esa historia debía ser cantada más que contada, tal vez porque la experiencia que vive el protagonista es una experiencia atroz y necesitaba llegar amortiguada a los lectores. Una música persuasiva baja las defensas, anula la actitud crítica. Por eso trabajé ese relato con sentido musical, como he hecho en otros.
P. En La casa verde, por ejemplo.
R. Sí. En La casa verde hay muchos episodios casi más cantados que contados, pero creo que en toda literatura hay siempre una dimensión en la que se confunde con la música, se acerca muchísimo a la música.
P. ¿Sigue usted pensando que nadie sabe para quién trabaja?
R. Así es. En la literatura interviene no sólamente la razón, sino también la sinrazón, que representa un papel muy importante en la creación literaria. Y muchas veces esa literatura que resulta de la totalidad de una personalidad -lo racional y lo irracional, la inteligencia y el instinto, la conciencia, pero también el subconsciente- nos descubre a nosotros mismos cosas que desconocíamos de nosotros mismos. Por eso yo creo que un escritor no debe tratar nunca de explicar su obra literaria, y mucho menos aspirar a tener la última palabra sobre ella. Muchas veces un lector o un crítico está mejor situado para entender cabalmente aquello que hemos querido decir. Volcar en la obra la autenticidad puede aproximar al éxito, pero las consecuencias últimas de lo que se ha hecho nunca se van a poder controlar.
P. Su reciente experiencia política parece, sin embargo, que le está controlando en cierto modo a usted.
R. Bueno, yo cree que esa experiencia me ha enriquecido mucho. Ha tenido también sus lados oscuros, dolorosos, pero ha sido también extraordinariamente enriquecedora. Me ha hecho conocer mi país como, sín esa experiencia, no lo hubiera llegado a conocer nunca. Al mismo tiempo me ha educado mucho sobre la política, sobre lo político. En este sentido creo que he aprendido muchas cosas, y entre ellas que hay una distancia siempre entre la Idea que unose hace de la realidad política y la prácÚlca política.
P. Esa es una convicción muy generalizada entre los no políticos.
R. Cierto. Pero debemos tratar todos, si queremos que haya un progreso real, algo que no puede entenderse sólo en términos económicos, sino, sobre todo, culturales y éticos. Debemos tratar, digo, de acercar cada vez más la realidad política al ideal político. Hay ahora derríasiada distancia entre una y otro, y el político, para ser eficaz, deber ser consciente de ello.
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